He estado en Lima en cinco ocasiones, la primera de ellas hace 10 años. Y puedo decir que el 80% de las visitas ha sido una muy agradable experiencia. El 20% restante significó, entre otras cosas, un replanteamiento de mi posición respecto a las invitaciones a conferencias, por causa de una experiencia realmente desgastante.
Puedo decir que, a pesar de las diversas visitas, no conozco mucho de Lima. La primera vez me dejó como recuerdo una persistente llovizna y una capa gris que cubría la ciudad y ocultaba eternamente el sol. La segunda, me puso en un curioso hotel que solía tener delfines (sí, delfines) en sus instalaciones, pero que estaba lejos de todo (caminando). La tercera fue toda una aventura, que me generó un gran conflicto interno y pocas ganas de hacer turismo. La cuarta me abrió la puerta a un nuevo entorno de posibilidades profesionales, pero me dió poco tiempo para hacer nada adicional. Y sólo en esta última puedo decir que he visto algo de la ciudad, pues mi percepción de ella era, esencialmente, nocturna, con visitas al centro y a algunos otros distritos.
Entre las particularidades de Lima está su inquietante tráfico. Inquietante por el instinto suicida de muchos taxistas y conductores de bus, que excede el que uno ve en una ciudad como Bogotá. Pero al contrario de Bogotá, en donde los taxistas llevan al pasajero sólo si va hacia donde ellos van (se supone que es un servicio público, caramba!), en Lima no sólo lo llevan a uno a donde desea ir, sino que usan su claxon/bocina/pito en la calle para llamar la atención de los potenciales pasajeros (lo cual no recuerdo haber visto en ningún otro lugar). Esto se debe en buena medida a la gran cantidad de taxis que hay en la ciudad, y al mecanismo que permite que cualquier persona (sin necesidad de pasar por cooperativas o asociaciones de ningun tipo) pueda convertir su vehículo en un taxi. A lo que no logro acostumbrarme es a negociar de antemano con cada taxista cuál es el costo del recorrido, pues no hay taxímetros. Para un turista es algo complicado, pues en la medida en que no hay puntos de referencia concretos, es difícil estimar si lo que cobra el taxista es excesivo o no.
La persistente bruma que cubre con frecuencia algunas zonas de la ciudad (como Miraflores) proviene del oceano Pacífico. Y en ocasiones vuelve al mar a lo largo del día, dando una bonita vista de la ciudad desde Larcomar, un centro comercial "subterráneo", empotrado en el risco que separa a la ciudad de su línea costera. Almorcé en un Friday's que queda allí, y pude ver cómo la bruma daba paso a una vista más completa de la costa limeña.
Lima ha cambiado bastante en los últimos años. Una sucesión afortunada de gobiernos locales ha recuperado muchas zonas de la ciudad (como el centro, por ejemplo, que solía ser un caos bastante oloroso), y la ciudad se ha consolidado además como un destino gastronómico, con alternativas para todos los gustos. Justamente, esta última visita estuvo especialmente ligada a la comida, tanto peruana (Tanta, Mango's) como internacional (La bisteca, Hervé y un par más cuyo nombres no recuerdo). Finalmente tuve la oportunidad de ver Lima (al menos una parte de ella) de día, y me gustó lo que pude ver. Muestra una ciudad que está tratando de reinventarse, aprovechando la relativa bonanza económica que los últimos años han traído al país.
Muy posiblemente, voy a seguir visitando con alguna frecuencia a esta ciudad durante este año, así que espero tener la oportunidad de ver más de ella. Las personas y las posibilidades que han ido apareciendo sin duda exceden cualquier expectativa que pude tener en mi primera visita, lo cual hace que me sienta especialmente agradecido y curioso por ver qué nuevas sorpresas me deparará esta ciudad.
(hacía tiempo no escribía ni aquí ni en ningún sitio, y de veras lo extraño.. :-) )