En Noviembre del año anterior, tuve la feliz oportunidad de visitar por primera vez Buenos Aires, por invitación del Espacio Fundación Telefónica de Argentina. La invitación incluyó una charla dirigida a docentes, algunas reuniones con el equipo de la Fundación y una (inesperada) entrevista en video. Aunque esta entrevista fue editada y publicada hace varias semanas, no la había reseñado aquí:
No estoy del todo conforme con el resultado, pues no conocía las preguntas de antemano y eso hizo que mis respuestas fueran algo vacilantes. Para completar, en la edición no quedan las preguntas, así que por momentos siento que estoy hablando por hablar. Pero bueno, no soy un observador objetivo. En cualquier caso, ojalá estas ideas sean de utilidad para alguien.
Una constante de la visita fueron las enriquecedoras conversaciones que tuve, muchas de ellas en los acogedores cafés de la ciudad. Aproveché para hacer algo de turismo, para reencontrarme con algunas personas (Mónica Trech, Alejandro Piscitelli) y para ‘desvirtualizar’ a algunas otras (entre ellas Vera Rex, Gabriela Sellart, Claudia Ceraso, Silvia Andreoli y Carolina Gruffat).
No puedo dejar de decir que el día de esta entrevista también estuve reunido con el equipo de educación de la Fundación Telefónica, con quienes tuve una charla no sólo interesante sino muy estimulante acerca de lo que estamos haciendo en Uruguay con ArTIC. En medio de la charla asomaron la cabeza ideas y recomendaciones sobre el diseño de este tipo de experiencias, el valor de enfocarse en lo actitudinal y sobre los efectos y observaciones que hemos ido realizando poco a poco. Una conversación en la que, me temo, mis intervenciones apuntaban hacia todas partes!
De esa conversación, en particular, recuerdo algo que me sorpendió y me dejó con grandes dudas. Me agradecían por ser tan generoso con lo que sé y por compartir de la manera en que lo hice pues, según me decían, es raro que un consultor (lo que se supone que soy) cuente tanto acerca del ‘detrás de cámaras’ de lo que hace (supongo que por razones competitivas). Lo cierto es que esto me dejó pensando pues no suelo editar mucho las cosas que digo. Por el contrario, me temo que con mucha frecuencia no se cuándo es el momento de callar. Y en todo caso, ¿compartir no se trata justamente de eso?
Parece ser, a juzgar por lo que escuché, que este es otro ámbito en donde el discurso no está en sintonía con la práctica. Y eso me inquieta bastante porque, aunque se ha vuelto natural para mi el escuchar acerca de las ventajas y la importancia de compartir el conocimiento, bien podría ser que la lógica de muchos sea “compartir después de tener firmado el contrato”. Exactamente lo mismo que he visto en tantas instituciones educativas en el pasado. Y lo mismo que he percibido en algunos consultores que he conocido en estos años.
¿Es esto ‘malo’? No necesariamente. Después de todo, hay que comer, no? El asunto, al menos para mi caso personal, es que las cosas que hago se alimentan en gran medida de lo que muchos otros hacen y comparten de manera abierta y permanente. Si bien es cierto que esto puede generar dudas económicas (y esa es otra historia), lo cierto es que lo que está en juego es el etos de toda una comunidad de la cual yo me siento parte. Lo que mis interlocutores llamaban “generosidad”, es el etos de esa comunidad y, en consecuencia, se convierte en la forma normal en la cual ‘opero’. Actuar diferente me pondría en contradicción con mi propio discurso. Y esa incoherencia es algo en lo que no soy capaz de entrar.
Una vez más, volvemos al asunto de la coherencia y de ser “el cambio que queremos ver en el mundo”. Stephen me decía hace años, en relación con los temas de protección a la propiedad intelectual, algo que me marcó: “para mí es suficiente ver mis ideas reflejadas en el mundo”. Es obvio que tal afirmación depende del momento vital y profesional en el cual uno se encuentra (y no puedo negar que a veces me molesta que algunas personas usen mis ideas sin siquiera indicar de dónde las sacaron) pero lo cierto es que, sólo compartiendo de manera amplia mis ideas (sean buenas o no tan buenas) se tiene un impacto en el mundo, y se pueden mejorar las ideas propias. En lo personal, encuentro que nuestro entorno tiene tal necesidad de mejorar tantas cosas que no puedo condicionar el compartir mis ideas a tener un contrato firmado. Simplemente no puedo. ¿Que eso genera a veces algo de tensión económica? Puede ser. Pero ser fiel al etos de la comunidad a la que decido pertenecer tiene mayor peso personal.
Sólo me queda desear que eso que es interpretado como generosidad (aunque yo no lo veo así) pueda ser un rasgo que empiece a aparecer con más frecuencia en nuestro entorno, pues buena falta nos hace. Modelar ese comportamiento para nuevas generaciones de docentes y de estudiantes puede ser fundamental para construir un futuro diferente.
(Como algunos se preguntarán a qué comunidad me refiero, es ese inspirador grupo de personas que incluye a Stephen Downes, David Wiley, Scott Leslie, George Siemens, Leigh Blackall, Alan Levine, D’arcy Norman, Nancy White, Brian Lamb, Alec Couros, Jim Groom y Gardner Campbell, entre muchos otros)