Hace un par de meses, fui invitado por Machi Alonso a participar en las actividades en línea del evento de Argentina del Encuentro Internacional de Educación de Fundación Telefónica. Machi me pidió que hiciera un video corto acerca del tema de política pública en educación y tecnología, lo cual resultó bastante oportuno pues pocos días antes había estado en Santiago en el seminario La tecnología digital frente a los desafíos de la educación inclusiva: algunos casos de buenas prácticas (como decía aquí), en donde tuve la oportunidad de aterrizar bastante una serie de ideas que venían rondando en mi cabeza.
El video fue publicado en el sitio web del Encuentro, pero decidí dejarlo aquí como referencia futura. Luego del video, se encuentra el texto original de la intervención, que cambió un poco en el producto final. No está de más agradecer a Machi y a Fundación Telefónica Argentina por la invitación, aunque todavía me pregunto si fuí la mejor opción para este tema. Como en tantos otros, es algo sobre lo que sigo aprendiendo. En cualquier caso, el voto de confianza es muy estimulante.
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Hola, mi nombre es Diego Leal y me han invitado a compartir con ustedes algunas ideas sobre políticas públicas, su relación con la reducción de brechas y el papel que tiene la educación en los temas de equidad e inclusión social.
Lo que quisiera compartir en realidad son algunas reflexiones y dudas que tengo sobre este tema, que ojalá podamos abordar durante el debate de las próximas semanas, así no lleguemos a resolverlas. Mis dudas provienen de mi experiencia después de haber estado algunos años como gerente de un proyecto nacional de educación y tic en el Ministerio de Educación de Colombia, y se avivaron durante una reunión que tuvimos hace pocos días en la que hablamos justamente del tema de políticas públicas en tecnología y educación. Voy a tratar de combinar las dos cosas en algo que ojalá resulte coherente.
Hay un problema importante al que se refería Pedro Hepp y es la tecnología, la educación y la política avanzan a ritmos diferentes, que no conversan entre sí.
En el caso de la tecnología, es claro el ritmo vertiginoso al cual avanza. En parte por ese ritmo, cada vez que aparece un nuevo aparato o aplicación hablamos un montón acerca de sus posibilidades y su enorme potencial, y aparecen innumerables promesas de lo que cada nueva tecnología podría significar. La novedad permanente de la tecnología, sumada a la enorme máquina de marketing y de vendedores que la acompaña, a veces nos lleva a creer que el último producto de una determinada empresa es el que va a cambiar todo. Como hay tanta novedad, se genera un entusiasmo permanente que a veces distorsiona nuestra percepción de nuestro propio entorno, porque mucha de esta tecnología es creada y se populariza en otros sitios y, a medida que lo hace, puede llevarnos a pensar que esa difusión aplica también para nuestro entorno local, cuando no es así.
Para el caso de la educación, la velocidad del cambio tecnológico ha puesto a algunos sectores en una carrera desesperada por mantenerse al día, lo cual llega a generar algo de frustración pues cuando finalmente podemos usar cierto aparato o tecnología, ya apareció la siguiente, que está siendo usada por miles de personas de otros países. El riesgo que percibo allí es que fácilmente podemos perder de vista el sentido de lo que estamos haciendo, y asumir que desarrollar nuestra labor depende de contar con un dispositivo más rápido, más novedoso. Una pregunta que aparece aquí es en donde tiene más sentido que nuestros sistemas educativos se enfoquen: en lo último, lo más novedoso o en lo más importante?
Por otro lado, la avalancha de información ante la que estamos nos lleva en ocasiones a hacer proclamas genéricas acerca de la crisis de la educación. Con esto no quiero decir que estemos haciendo las cosas perfectamente, sino recordar que no existe UNA sola educación. No se trata sólo de la diversidad de condiciones de los sistemas educativos de nuestros países, que responden a propósitos e ideologías muy diferentes, sino también a la enorme diversidad en cuanto a prácticas y métodos. Para el caso de Colombia, por ejemplo, cada institución educativa tiene la responsabilidad de definir su proyecto educativo institucional y su modelo pedagógico. Imaginen la diversidad que se genera! En esa diversidad es seguro que habrá instituciones buenas y otras no tan buenas, y que habrá prácticas buenas y otras no tan buenas. Mi punto aquí es que, a la hora de pensar en inclusión, es necesario recordar la enorme diversidad existente en nuestros sistemas educativos.
Por último, para el caso de la política, sin duda sus ritmos y dificultades son otros, pues se enfrenta a realidades muy complejas y con enormes desigualdades no resueltas. La política pública no ha sido inmune al dinamismo y promesas de la tecnología y a su componente de marketing y venta. En gran medida, la inversión en tecnología ha estado ligada a la promesa que el acceso ayudará a reducir brechas más de fondo, relacionadas con los niveles de ingreso, con la movilidad social o con el acceso a servicios básicos, por ejemplo. Digo que es una esperanza pues todavía es muy pronto para saber cuál es el efecto de largo plazo de estas inversiones, y si tendrán los resultados esperados. En todo caso, a nivel educativo, nuestros gobiernos nacionales y locales se están convirtiendo en grandes clientes de las empresas fabricantes de tecnología, pero a veces reaccionando a lo que perciben como presiones del entorno, y no necesariamente considerando cuáles son las necesidades que se están tratando de resolver, pues una cosa es hablar de inclusión digital y otra de inclusión social.
Este panorama nos permite hablar de retos y preguntas que siguen abiertos. Desde el punto de vista de la política uno esperaría que, por lo menos, ayude a no profundizar las brechas existentes. Pero es importante reiterar aquí que las grandes brechas que persisten no fueron ocasionadas por el acceso a la tecnología, sino por la estructura misma de nuestros sistemas económicos. La crisis económica mundial, que es vivida de manera tan diferente por cada uno de nuestros países, no se va a resolver de inmediato con acceso a más aparatos o a más información. Pienso que es importante recordar que estos son procesos de muy largo plazo, y que nuestras sociedades cambian, cuando lo hacen, a una velocidad mucho menor de la que quisiéramos.
Lo que nos lleva a un reto enorme para la política, y es la relación entre el diseño y la implementación. Lo más habitual en política pública es la búsqueda de una única respuesta que atienda las necesidades de toda una nación, lo que a veces oculta la diversidad existente. Peor aún, a veces el diseño de política se realiza a partir de percepciones o datos de investigación que provienen de otros lugares y que ocultan la realidad local. Yo viví esto de primera mano cuando salí del Ministerio de Educación y empecé a trabajar con docentes en cursos universitarios. Fue sorpresivo ver que lo que desde el nivel del Ministerio se asumía como ‘normal’ o ‘mínimo’ en términos de habilidades de uso de la tecnología no correspondía con las habilidades visibles en docentes estudiantes de programas de maestría. La conclusión aquí es que no podemos basar la política local en los datos provenientes de otras realidades, como lo pondría Ana Laura Rivoir.
Otro reto enorme es cómo avanzar en la reducción de brechas pero sin volver a toda una sociedad dependiente de una tecnología específica, sea la que sea, y reflexionando respecto a qué es lo que se entiende como inclusión. Puede haber casos en los que poblaciones aparentemente “excluidas” simplemente responden a una forma diferente de ver el mundo, con otras concepciones de riqueza, de desarrollo, de felicidad, sobre las que de hecho podríamos aprender mucho.
Se hace necesario entonces pensar en políticas que reconozcan los muy diversos niveles de desarrollo existentes al interior de una sociedad, lo que deja abierta la pregunta de hasta qué punto una política debería enfocarse en el fomento o en la prescripción. Es posible combinar escala con la particularidad local? Tiene más sentido hacer política para escalar y transferir experiencias exitosas, o desarrollar la capacidad local de crear experiencias que atiendan necesidades locales?
Desde el punto de vista de la educación, diría que un enorme reto que está abierto a todo nivel es desarrollar y mantener una mirada crítica frente al papel que la tecnología juega en los procesos de aprendizaje, así como preguntarnos cuál es el sentido de lo que estamos haciendo. Resulta curioso escuchar por un lado que nuestra educación está formando personas para el siglo 19, y al mismo tiempo escuchar que debe atender las demandas del mundo del trabajo. Pienso que olvidamos que la realidad que vemos hoy es muy joven, y que hace tan sólo 200 años la concepción de trabajo era muy diferente a la que vivimos actualmente. Me pregunto si tendrá sentido pensar en una educación que nos lleve a pensar en nuevos mundos y a construir otras realidades, en lugar de preservar los que ya tenemos, con todas las desigualdades que han generado. La tecnología puede ayudar en esta tarea, pero no es la solución de fondo. Para escapar de la carrera detrás de los intereses comerciales de la industria de la tecnología, puede ser interesante preguntarnos qué es lo mínimo que necesitamos en términos tecnológicos para avanzar hacia una sociedad más justa, más equitativa. En complemento, como lo ponía Juan Carlos Tedesco en la reunión de hace unos días, preguntémonos qué operaciones cognitivas necesitamos para hacer una sociedad más justa y usemos la tecnología para eso. Recordemos que no se trata sólo de productividad, competitividad o de “responder al entorno” o a las especulaciones de individuos y organizaciones.
Probablemente la tecnología seguirá a su vertiginoso ritmo, generando nuevos productos y posibilidades que no necesariamente responden a necesidades sociales ni educativas. Pienso que, para acercarnos a la tecnología, es importante superar el deslumbramiento y el entusiasmo excesivo, que a veces nos lleva a ser algo ingenuos. Hay innumerables ejemplos a lo largo de estas décadas de tecnologías que iban a cambiar todo y que, al final, eran apenas un producto del marketing. La tecnología cambia cosas, es indudable. Lo ha hecho una y otra vez. Pero el impacto que tiene está sujeto a las condiciones sociales, políticas y económicas del entorno. Si no fuera así, probablemente ya estaríamos pasando vacaciones en la Luna y andando en autos voladores, como más de un entusiasta imaginaba a mediados del siglo 20.
También vale la pena que recordemos que, como lo pone Neil Postman, la tecnología da pero también quita. Sólo que a veces, en nuestro corto lapso de vida, somos incapaces de ver con claridad qué es lo que quita. Pienso que la educación tiene un papel importante en recordarnos que no somos sólo consumidores de productos e ideas, sino que tenemos un papel protagónico en la construcción de esto que llamamos civilización. No es necesario esperar a la política o a la tecnología para empezar a cuestionar el mundo en el que vivimos, y para empezar a imaginar un mundo mejor.
Cómo hacemos eso es una pregunta con múltiples respuestas. Espero que podamos escuchar muchas de ellas a lo largo de las próximas semanas. Muchas gracias!
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