Hace unas pocas semanas vi el trailer de Cloud Atlas, una película del año pasado que aún no ha sido estrenada en Colombia, producida por los hermanos (ahora hermano y hermana) Wachowski, los que hace más de una década sorprendieron con Matrix.
Llamó mi atención el alcance del trailer y el carácter épico que parece tener la película, con escenas de cinco épocas históricas diferentes presentadas en un largo segmento de más de cinco minutos (un montón para un trailer!) y aparentemente entrelazadas entre sí. La frase “todo está conectado” sugiere un sutil hilo conductor para la película. ¿Mi primera impresión? Demasiado ambicioso, y con muchos riesgos de que no funcione bien. Aún así, me encantó el trailer y, en especial, su banda sonora.
Próxima parada, grooveshark, en donde está disponible la banda sonora. Volviendo a mis (cada vez menos frecuentes) obsesiones musicales, terminé escuchando una y otra vez la música, sin entender muy bien cómo se relacionaba un motif con otro. La banda sonora es compuesta por tres personas, así que eso ayuda a entender la variedad de los cortes. Tan entusiasmado estaba que lo mencioné en Twitter.
Allí me enteré, gracias a Melina Masnatta, de que Cloud Atlas (traducido, creo, como “El Atlas de las Nubes”) es en realidad una novela de un británico llamado David Mitchell, que fue adaptada al cine. Melina mencionó que el libro era inspirador, así que decidí leerlo.
Y así, Cloud Atlas se convirtió en el primer libro completo que leo en este nuevo año. Es una novela con una estructura muy interesante que recuerda a una colina: la primera mitad corresponde a historias con distintos protagonistas y diferentes estilos de escritura, que desarrollan una progresión histórica clara. Un detalle común a todos los capítulos es que terminan en punta (literalmente, uno de ellos termina con una frase incompleta), y que de manera muy sutil sugieren puntos de contacto entre un capítulo y el que lo precede.
El capítulo central se ubica en un futuro post-apocalíptico lejano, dando cierre a un viaje que inicia en el siglo 19. Luego, aparecen los complementos de los capítulos iniciales, pero ahora en una secuencia cronológica inversa. Es decir, el capítulo inicial sólo se resuelve en el último capítulo.
Tan solo la estructura hace que el libro sea bastante complejo, recordándome a The Sea and the Summer de George Turner (traducido como Las torres del olvido), por las múltiples voces que incluye. Para completar, el inglés del primer y último capítulos, así como el del centro, son algo hostiles (al menos para mi). Todo un reto iniciar cada capítulo, debido a la falta de relación obvia con el anterior. La primera parte consiste en escalar la colina. Y sin embargo, al pasar de la mitad (la cima de la colina) uno se siente ‘en bajada’, atando cabos y descubriendo aspectos insospechados de los distintos personajes. Si la lectura en el idioma original es un reto, la escritura debió ser un desafío enorme para Mitchell. Un desafío muy bien resuelto, vale la pena decirlo.
Tal vez lo más notorio de Cloud Atlas para mi es su escala, así como la manera en la cual las distintas historias se entrelazan, dejando en el ambiente un ligero sabor a reencarnación de los personajes principales. Aunque, para ser justos, no se trata necesariamente de reencarnación, sino que puede ser aquella idea de los arquetipos como ‘personajes potenciales’ que se repiten una y otra vez de manera inevitable en los individuos de nuestra especie. Además, es notoria la riqueza contenida en los dos mundos futuristas que Mitchell desarrolla en apenas tres capítulos. Las historias no contadas de esos mundos, apenas sugeridos, podrían llenar libros completos.
Mi sensación después de terminar la lectura es que la película (juzgando por el trailer) toma un enfoque bastante más positivo que el del libro. Pues, si bien uno ve lo que puede ver en las cosas que lee, mi impresión es que Cloud Atlas documenta la historia del ascenso y caída de nuestra especie, ocasionadas ambas por la necesidad de “más” (especialmente marcada en Occidente), que nos convierte en fabulosos (y terribles) depredadores de nuestro entorno. Dice Adam Ewing, el protagonista del primer y último capítulos:
Why undermine the dominance of our race, our gunships, our heritage & our legacy? Why fight the “natural” (oh, weaselly word!) order of things? Why? Because of this:—one fine day, a purely predatory world shall consume itself. Yes, the Devil shall take the hindmost until the foremost is the hindmost.
Expresando así una gran esperanza de poder minar esa dominancia. Sin embargo, como lectores tenemos el privilegio de mirar hacia el futuro, en donde nos encontramos con un mundo que pasa por algo llamado corpocracia, en donde una mezcla de ingeniería genética, consumismo extremo y propaganda generan una distopia que conlleva el colapso de toda nuestra civilización, la cual termina recordando a los ‘Antiguos’ con asombro mientras se sumerge en las luchas tribales y la dominación por la fuerza que marcaron el inicio de nuestra historia (y que nunca hemos superado).
Hay algo de Ouroboros aquí. Tal como se expresa en el sexteto Cloud Atlas, compuesto por el protagonista del segundo y décimo capítulos, tenemos temas que se repiten con distinta intensidad de manera cíclica. Nuestra historia como especie (de acuerdo con la mirada del libro) pareciera terminar de manera similar a como empezó. Y no hay mucho que podamos hacer al respecto, porque depende de un aspecto tal vez inevitable de la naturaleza humana. O al menos, de la lógica imperante en nuestro planeta.
Lógica que en el libro se refleja en la destrucción de los Moriori por los Maorí (hecho histórico), en la colonización inglesa “en el nombre de Dios” que involucraba enfermedades y vicios que diezmaron a las poblaciones indígenas, y en la destrucción de los pueblos de los Nueve Valles por parte de los Kona (ficción). Lo dramático es que es posible encontrar referencias de este tipo en todos y cada uno de los momentos de nuestra historia. La resistencia pacífica y el profundo valor dado a la vida por parte de los Moriori, tristemente, es una excepción en lugar de la regla.
Hay otro aspecto llamativo del libro: la forma en la que la historia es recordada por medio de artefactos parciales que son transmitidos a lo largo del tiempo y que terminan llegando inevitablemente a los mismos seres, en épocas distintas. De un diario a una serie de cartas, de una novela a una película y luego de una grabación en video futurista (llamada orison en el libro) al mito de la tradición oral. Los mecanismos de comunicación disponibles terminan siendo los que nos cuentan esa ficción que llamamos pasado, que siempre será incompleta, y que con frecuencia confundimos con la realidad.
La gran pregunta que queda abierta para mi, como de costumbre, es qué significa todo esto para un individuo viviendo en el momento histórico que estamos viviendo. La intención de Mitchell no parece ser cuestionar ni advertir sobre el futuro, al contrario de lo que uno percibe en obras como 1984 o Un mundo feliz. Cloud Atlas nos recuerda que, en el largo plazo, la época que vivimos hoy no será más que una etapa en la que, sin pensar mucho en ello, gestamos las distopias del futuro. De esto hace eco la historia de Timothy Cavendish, tal vez la menos épica de todas y, justamente, la que se desarrolla en nuestros días.
Un par de ideas de cierre: Lo que para nosotros es una distopia, para los habitantes del futuro no será otra cosa que el ‘estado natural’ de las cosas. ¿Acaso no vivimos ya en una distopia?
Y una última frase del libro:
Boundaries between noise and sound are conventions, I see now. All boundaries are conventions, national ones too. One may transcend any convention, if only one can first conceive of doing so
Veo ahora que los límites entre el ruido y el sonido son convenciones. Todos los límites son convenciones, incluso los nacionales. Uno puede trascender cualquier convención, sólo si primero logra concebirlo.
Eso es lo que nos rodea: convenciones. Límites imaginarios que hemos asumido como reales. Esta no es una idea nueva para mi, y hace que me pregunte una vez más cuáles límites podemos (y debemos) trascender.
Primer libro del año terminado. Ahora sólo falta ver la película.