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Volumen 6: Aceptación

En Abril de 2008, a pocos días de viajar a Brasil, escribí en uno de mis antiguos blogs un post en el que intentaba describir segmentos de mi vida en términos de ‘volúmenes’. En esa época estaba en boga Héroes, una serie que tuvo un fabuloso inicio y un espantoso final, pero que en ese momento me llevó a hacer ese ejercicio de ponerle título a diversas etapas de mi vida. Parecido a lo que hacía Will Smith en ‘La búsqueda de la felicidad’. Parecido a la lógica de las temporadas de las series estadounidenses, en donde los protagonistas llegan a momentos cruciales que pueden alterar el desarrollo de la trama.

A pocos días de dejar Brasil y volver a Colombia, es inevitable volver sobre esa entrada y hacer un pequeño balance, a ver hasta qué punto logré conseguir lo que esperaba y, sobre todo, cuál es el gran derrotero de la etapa que inicia dentro de poco.

La entrada en cuestión se llamaba Cada nuevo comienzo, y en ella ponía a ese nuevo volumen (el que esta acabando ahora) el título de ‘Volumen 5: Conciencia”. Sin decir mucho respecto a qué me imaginaba. Para la época, creo que lo que me imaginaba era algo en una línea bastante espiritual: desarrollar la capacidad de lograr conciencia plena respecto a mis actos, respecto a mi ser.

Por supuesto, en este punto la pregunta es ¿hasta dónde logré desarrollar conciencia? Y al tratar de contestarla, me encuentro con un panorama algo diferente al que me imaginaba al inicio de este ciclo.

¿Tengo una mayor conciencia en términos de ‘ser’? No podría afirmarlo. En el mejor de los casos, espero no tener menos, pero sería muy difícil decir que mi nivel de ‘conciencia’ haya cambiado. Por supuesto, esto implica identificar (post-mortem) qué significa ‘conciencia’. Si efectivamente la conciencia no es nada más que una palabra, tendría que focalizarme en comportamientos y/o percepciones que hace más de cuatro años no estaban presentes, y que ahora lo están. Comportamientos y/o percepciones que alteran de manera decisiva la forma en la cual encaro el mundo.

En cuanto a los comportamientos, tal vez lo más llamativo es que mi nivel de consumo se ha reducido enormemente. Hace pocos años era inevitable para mi pasar algún tiempo en Unilago (un centro comercial de tecnología en Bogotá) viendo ‘que había de nuevo’. Los viajes a otros lugares los aprovechaba para actualizar mi hardware, siendo Amazon era un aliado fundamental en ese sentido. Sin embargo, en una reciente visita a Bogotá, me encontré observando sin ningún interés las vitrinas de Unilago, y hace tiempo que no visito a Amazon. Mis gastos se han reducido a vivienda y comida, en general.

Este cambio de comportamiento, no obstante, ocurre debido a un cambio (importante, diría yo) de percepción. En los últimos años he empezado a entender mucho más (creo) los mecanismos de la publicidad y el mercadeo. Y con esto he empezzdo a percibir cuántas de las cosas que nos ofrecen todo el tiempo son innecesarias, y cuán absurdos (y progresivamente desesperados, cuando no grotescos) resultan los recursos utilizados para estimular a una población cada vez menos sensible a estos mecanismos. Haber aprendido un poco respecto a las mútliples formas en las cuales nuestro cerebro puede ser engañado también ayudó bastante, y y de hecho me llevó a cristalizar una pregunta que se ha vuelto recurrente en mi vida: ¿y si estamos equivocados?

Estos años implicaron una ampliación progresiva de mi perspectiva respecto al funcionamiento del mundo, y me permitieron empezar a entender diversas cosas que antes permanecían como parte del panorama. Lamentablemente, una mayor exposición a información de muy diversos tipos me empezó a tornar bastante escéptico. Acercarme a la demoledora complejidad de nuestro mundo, a la inquietante diversidad de intereses en juego y a una mirada histórica de nuestra civilización, hizo inevitable que pusiera en tela de juicio muchas de las certezas, convencimientos y tranquilidades con los cuales viví durante décadas.

Este es un aspecto de la conciencia que tiene consecuencias incómodas. La conciencia respecto al mundo, respecto a nuestra especie y respecto a la profunda ignorancia (arrogancia, dirían algunos) con la cual intervenimos en el entorno natural, así como las muy probables consecuencias de esa intervención, me llevaron en estos últimos años a lo que, en retrospectiva, puedo caracterizar como un proceso personal de duelo frente al futuro. Veo ahora que, de una u otra manera, he pasado por varias de las etapas descritas en el modelo de Kübler-Ross sobre el duelo (que, por cierto, podrían estar equivocadas): De la negación total (ocasionada primero por el desconocimiento y después por la esperanza) a la ira profunda, dirigida en particular hacia los sectores que más ejemplifican la lógica depredadora del sistema y, en cierto modo, hacia quienes sirven (con frecuencia sin saberlo) como instrumentos de esa lógica. De esta etapa son entradas como Crisis/Reboot.

Y luego, en un proceso cíclico de depresión y de negociación, pasando de sentir que no hay nada por hacer para después abrir espacio a mi mente de ingeniero, convencida de que sólo nos faltan mecanismos efectivos para resolver los problemas. Negociación que conlleva siempre una altísima dosis de fé y de esperanza, tratando de encontrar formas de ampliar la perspectiva de otras personas (y la propia). Tratando de encontrar estrategias que nos permitan ganar tiempo. Siento que de aquí es de donde vienen iniciativas como ArTIC, por ejemplo.

Este volumen que termina me encuentra en este punto y, justamente por ello, me gustaría que el volumen que iniciará dentro de pocos días me permita llegar al siguiente nivel:

Volumen 6: Aceptación

¿Aceptación de qué? De que, por duro que resulte, nos estamos acercando al final de lo que la mayoría de nosotros hemos conocido durante toda nuestra vida. Y no se trata aquí de teorías de conspiración o de predicciones del profeta o cultura ‘misteriosa’ de turno, sino de una realidad compuesta de factores bastante evidentes:

  • El crecimiento económico indefinido no puede lograrse en un planeta con recursos finitos. Hemos alcanzado un punto en nuestro ‘desarrollo’ en el que los recursos finitos están empezando a declinar, al tiempo que nuestras necesidades aumentan (por razones reales o comerciales).
  • Pretender que millones de personas aumenten su nivel de consumo es, simplemente, acelerar el consumo de los recursos finitos. Lo que llamamos ‘progreso’ nos lleva a un camino sin salida.
  • En todo grupo humano, el interés particular suele primar sobre el interés colectivo. Sobre todo cuando el interés colectivo resulta de una interpretación que hacen individuos con intereses particulares.
  • Las acciones de una sola persona en una posición de poder/control específica pueden alterar (con frecuencia para mal) el rumbo de un colectivo humano. Es más fácil generar entropía que lograr orden.

Esta es una época muy interesante para vivir. Al ponerle precio a prácticamente todo, hemos hecho posible que comodidades y posibilidades que sólo eran imaginables para grupos muy pequeños (que llamábamos ‘nobleza’ en su momento, por ejemplo) sean accesibles para millones de personas. Y la tecnología con la que contamos es muy cercana a lo que hace 150 años estaba en el terreno de lo mágico. Pero eso ha ocurrido gracias a la energía barata con la que hemos contado durante más de 100 años y a costa de diferencias económicas cada vez más marcadas y de una degradación brutal del medio ambiente. Lo primero empezará a escasear progresivamente (recursos finitos). Lo segundo no sólo es una bomba de tiempo sino que expresa una profunda indolencia de parte de todos nosotros. Lo tercero, sencillamente no conseguimos entender qué implicaciones puede tener. Pero no somos plenamente conscientes de ello. Y cuando lo percibimos, nuestros problemas cotidianos siguen teniendo precedencia.

El patrón emergente no es alentador. Y curiosamente, parece ser invisible para la mayoría de la gente que conozco (o al menos no aparece en la conversación). Cada cual sigue pensando en sus propios asuntos, con un convencimiento profundo (fé?) de que el futuro será muy parecido al pasado. Muchos, poniendo su fé en la tecnología y lo que puede llegar a hacer, pero sin percibir el imposible panorama global hacia el que nos dirigimos en este momento. La mayoría de nosotros, distraídos con la máquina de entretenimiento y con la necesidad de satisfacer algunas necesidades básicas y montones de necesidades creadas. Construimos nuestras propias jaulas, y toleramos vivir en ellas.

La ignorancia (no en el sentido peyorativo, sino simplemente en el sentido de no saber) y la aceptación parecen, por momentos, dos extremos similares. El que no sabe no se preocupa porque no percibe las cosas, y puede seguir su vida enfocado en sus propios problemas (grandes o pequeños). El que acepta, no se preocupa porque ha aceptado las cosas, y puede seguir su vida (ojalá) enfocado en cosas que le permitan crecer y (ojalá) trascender desde un punto de vista espiritual.

Pienso ahora que parecen dos extremos similares porque en realidad forman un Ouroboros. Siempre habrá cosas que lograremos aceptar, que nos lleven a otras cosas que ignoramos y que nos pueden llevar a nuevos procesos de duelo cuando las percibimos. Un ciclo que tal vez tiene como salida una conciencia interna plena, que nos permita ver el mundo tal como es y no como queremos que sea (sea lo que sea que eso signifique). Que nos permita librarnos de Maya. Al final, el objetivo sigue siendo la conciencia.

Las décadas que vienen pueden ser algunas de las más difíciles que hayamos visto en nuestro lapso de vida, para la mayoría de quienes estamos vivos ahora. Así que la pregunta que queda abierta para mi es cómo prepararme para ellas. No se trata de negociación para evitarlas, sino de continuar con mi vida enfocándome en cosas que me permitan crecer y sobrellevar ese período de colapso (que coincidirá con mi vejez) de una manera más o menos tranquila. Si evitamos el colapso (gracias a una milagrosa e inesperada configuración de red que no parece encontrarse en los registros históricos), la recompensa estará en el proceso vivido.

Como de costumbre, esto cuestiona las cosas que he venido haciendo. Las diversas versiones de ArTIC que hicimos con el Plan Ceibal incluyen, de manera más o menos sutil, muchos de estos cuestionamientos. Pero he notado que, así como a mi me tomó tanto tiempo empezar a percibir los patrones, para muchas otras personas es igualmente difícil hacerlo, y terminan percibiendo a ArTIC como algo relacionado solamente con la tecnología. En casos más extremos, el punto de partida es tal que no logra percibirse ninguna de las intenciones de fondo.

Lo que estoy viviendo actualmente me lleva a preguntarme cuál es el papel que quiero jugar en todo esto, y poco a poco percibo que no estoy realmente interesado en convencer a nadie de nada, ni en forzar ningún tipo de proceso. Tampoco estoy interesado en suscribirme a visiones de un futuro que probablemente no ocurra, ni en usar el escaso y precioso tiempo que tenemos en transformar cosas cuya complejidad y resiliencia son tales que no pueden ser transformadas de manera permanente. De todo esto, justamente, se trata la aceptación.

Sí me interesa seguir aprendiendo y poder desarrollar las habilidades necesarias para, como decía, mejorar mis posibilidades en un entorno que puede volverse crecientemente hostil. No posibilidades de supervivencia pues, al final, también tendré que morir. Posibilidades de vivir una vejez tranquila, digo yo. Necesito recursos de todo tipo para ello. Y quiero compartir lo que voy aprendiendo mientras recorro mi camino, así como he tratado de hacerlo hasta ahora, pues puede ser útil (o no) para otras personas.

No es claro para mí cuándo terminará este nuevo volumen, o qué vendrá después. Pero tengo mucha expectativa frente al camino que se abre, pues estará lleno de sorpresas y de cosas que nunca he visto. Estoy convencido de que será un camino interesante, lleno de descubrimientos fascinantes. Estoy convencido de que, al aceptar, se abrirá un nuevo mundo de posibilidad.

Estas últimas líneas las escribo teniendo frente a mi el contraste de los morros de Rio, con el Cristo Redentor al fondo. Cuando empezó el volumen 5, no tenía manera de imaginar que estaría donde estoy ahora. Cuando sea el momento de terminar el volumen 6, quién sabe en dónde estaré. Pero algo me dice que estaré bien. Que habré avanzado aún más en mi camino personal. Que habré aprendido un poco más. Y eso es suficiente.

“Maravillado me pregunto qué viene después. Un nuevo mundo, un nuevo día para ver.”
Björk, New world

Conectivismo: un recuento personal (#explorArTIC)

El segundo grupo de estudio de #explorArTIC se encuentra dedicado a una exploración de algunas de las ideas del conectivismo, tema con el que me encontré en 2006, gracias al inesperado (pero sin duda no casual) encuentro con  Stephen.

Mucha agua ha corrido bajo el puente (mi puente?) desde entonces. Desde una creciente falta de certeza en muchos ámbitos acompañado por un (espero) creciente sentido crítico, hasta una mirada curiosa frente a cómo fluye la información (cierta información) en las redes externas y las cabezas de las personas (incluido yo, por supuesto).

Mi primer encuentro frontal con las ideas de George fue en el segundo semestre de 2006, cuando leí su artículo inicial. Llamó tanto mi atención que me llevó a hacer algo inédito para mi: en lugar de decirme “ojalá esto estuviera en español”, decidí lanzarme a hacer una traducción sin que nadie la solicitara. Fue tal vez una de las primeras ocasiones en que viví de primera mano esa posibilidad de creación derivada que las licencias abiertas facilitan. El ejercicio fue muy provechoso, aunque sólo fue culminado en Febrero de 2007.

Luego, la revisión de los diversos documentos de Stephen y George (y la traducción de algunos de ellos), así como la experiencia que empecé a obtener desde 2007 con los EduCamp, la participación parcial en CCK08 y la realización de mis propios cursos abiertos, me ayudaron a enfrentar el reto de compilar muchas de estas ideas en una presentación de una hora.  Mirando hacia atrás, me queda la duda del impacto que tal esfuerzo personal de síntesis tuvo (y tiene) en mi comprensión de estos temas. Me gusta pensar que es alta.

Con el paso del tiempo mi exploración, que ha tenido un componente práctico muy deliberado, me llevó a documentar tanto mi experiencia (1,2,3) como mi posición respecto a otros temas que, si bien tienen un vínculo con el conectivismo, en realidad (lo veo ahora) corresponden a fragmentos de comprensión y de implicaciones de pensar el mundo desde una perspectiva de redes.  De allí surgieron presentaciones sobre Ambientes Personales de Aprendizaje (1,2), el rol del tutor virtual frente a los cambios en el entorno y otras que no llegaron a ser publicadas (aún).

A pesar de todo esto, al mirar hacia atrás percibo que sólo hasta el año anterior logré dar un paso importante en mi comprensión, que me permitió ampliar mi perspectiva y percibir patrones que no había visto antes. Más allá de la discusión sobre la validez del conectivismo, cómo se usa o si es válido usarlo, noté que el ejercicio en el que me encontraba era el de ver el mundo desde una perspectiva de red. Lo que estaba empezando a hacer era, justamente, pensar en red. Desde esta perspectiva, el conectivismo es simplemente una forma de referirse a lo que significa el pensamiento de red aplicado al aprendizaje. Como decía al compartir el primer artículo ‘formal’ que escribí sobre este tema, “la virtud de las ideas de George y Stephen está en la síntesis que hicieron de muy diversas perspectivas, unido a su capacidad de convocar personas alrededor de ellas”.

Todo esto refuerza una sensación: que, de algún modo, la discusión (no resuelta) respecto a si el conectivismo es o no una teoría de aprendizaje resulta algo estéril, pues lo que está en juego en realidad es el asunto ideológico  que subyace realmente a todas estas discusiones (como lo pondría Ken Robinson en Out of our minds).

Hace varios años reflexionaba sobre teorías de aprendizaje, y terminaba diciéndome que “una teoría es útil en la medida en que nos permita entender mejor el mundo. Y si estamos hablando de teorías de aprendizaje, estas deberían tener una relación directa con mi propia experiencia como aprendiz, y dar cuenta de esos procesos”.  Aunque es posible para un humano aprender según los postulados de cualquier teoría de aprendizaje, eso no quiere decir que una única teoría explique cómo aprenden todos los humanos.  Tal vez el cognitivismo llevaría algo de delantera allí, en especial con la base biológica que poco a poco va consolidando gracias a la neurociencia.

El asunto es que, con ese panorama, la decisión de fondo para suscribirse a una u otra teoría deja de ser ‘objetiva’ (algunos dirían ‘científica’) y pasa a tener un componente adicional.  ¿Cuáles son las razones que hacen que nos identifiquemos con una u otra teoría (bien podría ser que la respuesta para muchos fuese la presión social)?. La elección radicaría en una preferencia que refleja una visión particular respecto al mundo.  Radica en la ideología a la cual nos suscribimos, así sea de manera inconsciente, como lo pondría Ken Robinson.

Esto es importante porque empieza a llevar la discusión hacia un rumbo diferente, que involucra los fines que perseguimos como individuos y, desde allí, como sociedades. Por eso (al menos para mi) el aporte de Stephen es incluso más contundente que el de George.  Porque hace evidente de qué estamos hablando desde el punto de vista epistemológico, incluso si las consecuencias no son tan claras (esto ha ido cambiando con el paso del tiempo, por supuesto, pero lo cierto es que la aproximación de Stephen es mucho más política -digo yo- que la de George).

¿A qué viene esto? A que, a partir de mi experiencia, cuando nos acercamos a la lógica del conectivismo (con todas sus posibles carencias), lo que está en juego es lograr pensar en red. Y tal como lo veo en este momento, el lío de pensar en red (y hacerlo en serio) es que lleva a una reflexión un tanto inquietante acerca del futuro de nuestras sociedades y del papel que tenemos en él.  Lleva a una tarea que, al menos para mi, ha resultado difícil: cuestionar nuestra ideología de fondo y, a su vez, cuestionar la ideología subyacente al mundo en el que vivimos.   Difícil porque ser coherente con el cuestionamiento implica pensar no sólo la práctica sino la forma misma en la que se vive. Difícil porque es más sencillo no hacerlo.

explorArTIC provoca esta reflexión porque, al estar enfocados en la discusión acerca del conectivismo, los diversos perfiles de los participantes permiten evidenciar los muy distintos puntos de partida desde los que nos acercamos a la exploración. Las preguntas y las reflexiones públicas me resultan profundamente interesantes pues me permiten ver, por comparación, que el punto en el que me ubico es distinto.

Pero no sólo eso, sino que me provocaron curiosidad por entender las razones que hacen que sea distinto. No mejor ni peor, sino distinto.  Cuando miro hacia atrás en el registro de mi blog (lo cual sólo es posible porque escribo un blog, así suene obvio), veo que enfrenté muchas de las dudas que percibo en algunos blogs de explorArTIC (lo que no significa que las haya resuelto). Y creo que eso le da un sentido distinto a esta reflexión, pues este intento de mapear mi propio camino puede ser útil para otros pArTICipantes.

Al menos para mí, está siendo realmente provechoso. Aunque nunca lo sabremos, es posible que sin explorArTIC nunca hubiera llegado a una reflexión pública como la que compartí hace poco. Reflexión que deja abiertas muchas preguntas, que me permiten observar desde otra perspectiva caminos ya recorridos, pero que siempre tienen cosas nuevas para aprender.

Política pública, inclusión, equidad y educación…

Hace un par de meses, fui invitado por Machi Alonso a participar en las actividades en línea del evento de Argentina del Encuentro Internacional de Educación de Fundación Telefónica.  Machi me pidió que hiciera un video corto acerca del tema de política pública en educación y tecnología, lo cual resultó bastante oportuno pues pocos días antes había estado en Santiago en el seminario La tecnología digital frente a los desafíos de la educación inclusiva: algunos casos de buenas prácticas (como decía aquí), en donde tuve la oportunidad de aterrizar bastante una serie de ideas que venían rondando en mi cabeza.

El video fue publicado en el sitio web del Encuentro, pero decidí dejarlo aquí como referencia futura.  Luego del video, se encuentra el texto original de la intervención, que cambió un poco en el producto final.  No está de más agradecer a Machi y a Fundación Telefónica Argentina por la invitación, aunque todavía me pregunto si fuí la mejor opción para este tema. Como en tantos otros, es algo sobre lo que sigo aprendiendo.  En cualquier caso, el voto de confianza es muy estimulante. :-)

Texto completo

Hola, mi nombre es Diego Leal y me han invitado a compartir con ustedes algunas ideas sobre políticas públicas, su relación con la reducción de brechas y el papel que tiene la educación en los temas de equidad e inclusión social.

Lo que quisiera compartir en realidad son algunas reflexiones y dudas que tengo sobre este tema, que ojalá podamos abordar durante el debate de las próximas semanas, así no lleguemos a resolverlas. Mis dudas provienen de mi experiencia después de haber estado algunos años como gerente de un proyecto nacional de educación y tic en el Ministerio de Educación de Colombia, y se avivaron durante una reunión que tuvimos hace pocos días en la que hablamos justamente del tema de políticas públicas en tecnología y educación. Voy a tratar de combinar las dos cosas en algo que ojalá resulte coherente.

Hay un problema importante al que se refería Pedro Hepp y es la tecnología, la educación y la política avanzan a ritmos diferentes, que no conversan entre sí.

En el caso de la tecnología, es claro el ritmo vertiginoso al cual avanza. En parte por ese ritmo, cada vez que aparece un nuevo aparato o aplicación hablamos un montón acerca de sus posibilidades y su enorme potencial, y aparecen innumerables promesas de lo que cada nueva tecnología podría significar. La novedad permanente de la tecnología, sumada a la enorme máquina de marketing y de vendedores que la acompaña, a veces nos lleva a creer que el último producto de una determinada empresa es el que va a cambiar todo. Como hay tanta novedad, se genera un entusiasmo permanente que a veces distorsiona nuestra percepción de nuestro propio entorno, porque mucha de esta tecnología es creada y se populariza en otros sitios y, a medida que lo hace, puede llevarnos a pensar que esa difusión aplica también para nuestro entorno local, cuando no es así.

Para el caso de la educación, la velocidad del cambio tecnológico ha puesto a algunos sectores en una carrera desesperada por mantenerse al día, lo cual llega a generar algo de frustración pues cuando finalmente podemos usar cierto aparato o tecnología, ya apareció la siguiente, que está siendo usada por miles de personas de otros países. El riesgo que percibo allí es que fácilmente podemos perder de vista el sentido de lo que estamos haciendo, y asumir que desarrollar nuestra labor depende de contar con un dispositivo más rápido, más novedoso. Una pregunta que aparece aquí es en donde tiene más sentido que nuestros sistemas educativos se enfoquen: en lo último, lo más novedoso o en lo más importante?

Por otro lado, la avalancha de información ante la que estamos nos lleva en ocasiones a hacer proclamas genéricas acerca de la crisis de la educación. Con esto no quiero decir que estemos haciendo las cosas perfectamente, sino recordar que no existe UNA sola educación. No se trata sólo de la diversidad de condiciones de los sistemas educativos de nuestros países, que responden a propósitos e ideologías muy diferentes, sino también a la enorme diversidad en cuanto a prácticas y métodos. Para el caso de Colombia, por ejemplo, cada institución educativa tiene la responsabilidad de definir su proyecto educativo institucional y su modelo pedagógico. Imaginen la diversidad que se genera! En esa diversidad es seguro que habrá instituciones buenas y otras no tan buenas, y que habrá prácticas buenas y otras no tan buenas. Mi punto aquí es que, a la hora de pensar en inclusión, es necesario recordar la enorme diversidad existente en nuestros sistemas educativos.

Por último, para el caso de la política, sin duda sus ritmos y dificultades son otros, pues se enfrenta a realidades muy complejas y con enormes desigualdades no resueltas. La política pública no ha sido inmune al dinamismo y promesas de la tecnología y a su componente de marketing y venta. En gran medida, la inversión en tecnología ha estado ligada a la promesa que el acceso ayudará a reducir brechas más de fondo, relacionadas con los niveles de ingreso, con la movilidad social o con el acceso a servicios básicos, por ejemplo. Digo que es una esperanza pues todavía es muy pronto para saber cuál es el efecto de largo plazo de estas inversiones, y si tendrán los resultados esperados. En todo caso, a nivel educativo, nuestros gobiernos nacionales y locales se están convirtiendo en grandes clientes de las empresas fabricantes de tecnología, pero a veces reaccionando a lo que perciben como presiones del entorno, y no necesariamente considerando cuáles son las necesidades que se están tratando de resolver, pues una cosa es hablar de inclusión digital y otra de inclusión social.

Este panorama nos permite hablar de retos y preguntas que siguen abiertos. Desde el punto de vista de la política uno esperaría que, por lo menos, ayude a no profundizar las brechas existentes. Pero es importante reiterar aquí que las grandes brechas que persisten no fueron ocasionadas por el acceso a la tecnología, sino por la estructura misma de nuestros sistemas económicos. La crisis económica mundial, que es vivida de manera tan diferente por cada uno de nuestros países, no se va a resolver de inmediato con acceso a más aparatos o a más información. Pienso que es importante recordar que estos son procesos de muy largo plazo, y que nuestras sociedades cambian, cuando lo hacen, a una velocidad mucho menor de la que quisiéramos.

Lo que nos lleva a un reto enorme para la política, y es la relación entre el diseño y la implementación. Lo más habitual en política pública es la búsqueda de una única respuesta que atienda las necesidades de toda una nación, lo que a veces oculta la diversidad existente. Peor aún, a veces el diseño de política se realiza a partir de percepciones o datos de investigación que provienen de otros lugares y que ocultan la realidad local. Yo viví esto de primera mano cuando salí del Ministerio de Educación y empecé a trabajar con docentes en cursos universitarios. Fue sorpresivo ver que lo que desde el nivel del Ministerio se asumía como ‘normal’ o ‘mínimo’ en términos de habilidades de uso de la tecnología no correspondía con las habilidades visibles en docentes estudiantes de programas de maestría. La conclusión aquí es que no podemos basar la política local en los datos provenientes de otras realidades, como lo pondría Ana Laura Rivoir.

Otro reto enorme es cómo avanzar en la reducción de brechas pero sin volver a toda una sociedad dependiente de una tecnología específica, sea la que sea, y reflexionando respecto a qué es lo que se entiende como inclusión. Puede haber casos en los que poblaciones aparentemente “excluidas” simplemente responden a una forma diferente de ver el mundo, con otras concepciones de riqueza, de desarrollo, de felicidad, sobre las que de hecho podríamos aprender mucho.

Se hace necesario entonces pensar en políticas que reconozcan los muy diversos niveles de desarrollo existentes al interior de una sociedad, lo que deja abierta la pregunta de hasta qué punto una política debería enfocarse en el fomento o en la prescripción. Es posible combinar escala con la particularidad local? Tiene más sentido hacer política para escalar y transferir experiencias exitosas, o desarrollar la capacidad local de crear experiencias que atiendan necesidades locales?

Desde el punto de vista de la educación, diría que un enorme reto que está abierto a todo nivel es desarrollar y mantener una mirada crítica frente al papel que la tecnología juega en los procesos de aprendizaje, así como preguntarnos cuál es el sentido de lo que estamos haciendo. Resulta curioso escuchar por un lado que nuestra educación está formando personas para el siglo 19, y al mismo tiempo escuchar que debe atender las demandas del mundo del trabajo. Pienso que olvidamos que la realidad que vemos hoy es muy joven, y que hace tan sólo 200 años la concepción de trabajo era muy diferente a la que vivimos actualmente. Me pregunto si tendrá sentido pensar en una educación que nos lleve a pensar en nuevos mundos y a construir otras realidades, en lugar de preservar los que ya tenemos, con todas las desigualdades que han generado. La tecnología puede ayudar en esta tarea, pero no es la solución de fondo. Para escapar de la carrera detrás de los intereses comerciales de la industria de la tecnología, puede ser interesante preguntarnos qué es lo mínimo que necesitamos en términos tecnológicos para avanzar hacia una sociedad más justa, más equitativa. En complemento, como lo ponía Juan Carlos Tedesco en la reunión de hace unos días, preguntémonos qué operaciones cognitivas necesitamos para hacer una sociedad más justa y usemos la tecnología para eso. Recordemos que no se trata sólo de productividad, competitividad o de “responder al entorno” o a las especulaciones de individuos y organizaciones.

Probablemente la tecnología seguirá a su vertiginoso ritmo, generando nuevos productos y posibilidades que no necesariamente responden a necesidades sociales ni educativas. Pienso que, para acercarnos a la tecnología, es importante superar el deslumbramiento y el entusiasmo excesivo, que a veces nos lleva a ser algo ingenuos. Hay innumerables ejemplos a lo largo de estas décadas de tecnologías que iban a cambiar todo y que, al final, eran apenas un producto del marketing. La tecnología cambia cosas, es indudable. Lo ha hecho una y otra vez. Pero el impacto que tiene está sujeto a las condiciones sociales, políticas y económicas del entorno. Si no fuera así, probablemente ya estaríamos pasando vacaciones en la Luna y andando en autos voladores, como más de un entusiasta imaginaba a mediados del siglo 20.

También vale la pena que recordemos que, como lo pone Neil Postman, la tecnología da pero también quita. Sólo que a veces, en nuestro corto lapso de vida, somos incapaces de ver con claridad qué es lo que quita. Pienso que la educación tiene un papel importante en recordarnos que no somos sólo consumidores de productos e ideas, sino que tenemos un papel protagónico en la construcción de esto que llamamos civilización. No es necesario esperar a la política o a la tecnología para empezar a cuestionar el mundo en el que vivimos, y para empezar a imaginar un mundo mejor.

Cómo hacemos eso es una pregunta con múltiples respuestas. Espero que podamos escuchar muchas de ellas a lo largo de las próximas semanas. Muchas gracias!

Pensando en voz alta: redes, tecnología, educación y el futuro

La semana anterior estuve participando en el seminario “Inclusión social y modelo 1 a 1: emergentes y desafíos“, financiado por IDRC y el programa Conectar Igualdad (la iniciativa nacional 1:1 en nivel secundario de Argentina) y organizado por el equipo de ConectarLab, una espacio nuevo asociado a Conectar Igualdad que consiste en un laboratorio de experimentación sobre tecnología, educación y otros temas varios, liderado por Alejandro Piscitelli.

El evento (sobre el que ojalá tenga tiempo de escribir un poco más) fue muy interesante, pues convocó a practicantes de diversas áreas, casi todas relacionadas con iniciativas de computación uno a uno.  Esto es importante pues, como lo mencioné en Twitter, no se trataba sólo de teoría sino de escuchar lecciones (muchas de ellas muy enriquecedoras) sobre la práctica.  Un muy buen caldo de cultivo de ideas, incluyendo entre otros a Hugo Martínez, Gladys Ledwith, Mariana Maggio, Mauricio Vásquez (con quien conversé un montón), Carina Lion, Ana Laura Martínez, Gabriela Pandiello y Florencia Morado, y por supuesto al equipo de conectarLab (Lorena BettaHeloísa Primavera y Melina Masnatta, entre otros)

Fui invitado a realizar una charla a la que, inicialmente, habían puesto como título “Aprendizaje en red: una alternativa a la formación tradicional”.  Pero me costó trabajo sustentar que estemos hablando de una alternativa a la formación tradicional, pues en realidad siempre hemos aprendido en red.  El problema es que las limitaciones históricas de las que venimos nos llevan a modelar ciertos tipos de red (centralizadas) en lugar de otros que se hacen posibles con la tecnología actual.

En todo caso, la inminencia del inicio del proyecto 1:1 en el municipio de  Itagüí, en el que estoy participando, me llevó a tratar de poner en blanco y negro algunos de los retos más evidentes que observo luego de la experiencia que he tenido con ArTIC.  Pero al pensar en los retos fue inevitable considerar que, si bien en Itagüí estoy a cargo del tema de formación docente, lo que está en juego es mucho más, y el verdadero desafío es lograr una transformación que exceda las aulas y que se concrete en acciones de innovación social.  Eso me llevó a tratar de poner, en blanco y negro, algunas de mis percepciones respecto a la interacción entre los distintos actores y sectores involucrados en el sistema educativo.   Es un ejercicio que no había realizado antes pero que resultó provechoso y al mismo tiempo inquietante, pues me recordó mucho de lo que está en juego. No se trata sólo de ‘formación’ de personas , o de ‘innovación’ en el aula (o fuera de ella). Es el futuro lo que está en juego y nuestra capacidad de actuar en él. Una de las preguntas que quedan abiertas para mi es, justamente, cómo abordar un tema tan global, y cómo comunicar la dimensión real de lo que estamos haciendo y la responsabilidad que conlleva, superando la ingenuidad que con frecuencia puede acompañar estos procesos.

Aquí está la presentación que realicé en el seminario.  Como dice su título (y el de esta entrada) son ideas en borrador, un ejercicio de pensar en voz alta:

Luego de la presentación, descubrí que se me quedó una hoja completa de notas que no llegaron a la presentación. No se trataba de material adicional, sino de ideas que puntualizaban algunos segmentos y comunicaban algo más del punto en el que me encuentro (y de lo que me inquieta) actualmente en estos temas.  Igual, esta es la primera vez que hablo acerca de estas inquietudes, así que es un discurso en construcción, que tengo que aclarar mucho más.

Para empezar, el asunto de la construcción de sentido se quedó corto por el tiempo (como todo lo que queda al final).  La idea del sentido tiene que ver con la necesidad de nuevas narrativas macro de todo orden (especialmente económico y político) que orienten la labor de la educación (entendida en un sentido amplio). Personas como Neil Postman se han referido a esto en el pasado y son un muy buen punto de partida para esa reflexión.  El asunto es que, obviamente, esas narrativas no son únicas ni son precisamente populares. La intervención de Pepe Mujica (presidente de Uruguay) en la decepcionante cumbre Rio+20, en donde todo lo se decía eran lugares comunes, es un ejemplo bastante claro de esas nuevas narrativas que tanto trabajo nos cuestan:

¿Pero cómo avanzar hacia ellas? En un mundo basado en el broadcast (redes centralizadas), la primera idea es recurrir a mecanismos que permitan llevar “el mensaje” a “toda” la población.  Desde esta perspectiva, si hacemos suficientes campañas o si generamos las suficientes políticas, algo ocurriría. Pero el problema es que el mundo en el que vivimos ya no está basado exclusivamente en redes centralizadas (aunque estas siguen siendo las predominantes aún), sino que hay una distribución creciente de fuentes de información y, por ende, múltiples mecanismos que permiten movilizar todo tipo de intereses.  Lo cual representa una oportunidad, aprovechable sólo si logramos pensar de una manera diferente.  Si logramos pensar, comprender y aprovechar las redes (no sólo tecnológicas).

Por eso el proyecto de Itagüí es importante.  ArTIC en Uruguay fue una primera oportunidad de ver cómo funcionaba la articulación de una red humana dispersa en un territorio amplio, con docentes que participaban de manera voluntaria en el proceso.  El tejido de red va a ser diferente en Itagüí, y sus características hacen posible pensar en un proceso muy local, pero abierto al mundo. El reto es comunicar una mirada amplia del mundo en un período corto de tiempo, que deje instalado el interés por identificar y resolver con una nueva perspectiva problemas locales.  Como se indica (de manera sutil) en la presentación, la creación de nuevas conexiones y puentes entre los distintos actores puede apuntar a la generación de nuevos diálogos generacionales y culturales.  Si pudiéramos complementar esto con una actitud tolerante hacia la experimentación (hipótesis), tal vez tendríamos un caldo de cultivo no sólo e ideas sino de iniciativas que empoderen a una nueva generación y la lleven no sólo a cuestionar sino a transformar de manera constructiva su entorno.

Ante todo, de lo que no se trata esto es de evangelizar.  Bastante mal nos fue en el pasado con ese proceso, en donde un grupo evangelizador intentó ‘convencer’ a las buenas o a las malas a millones de personas de que estaban equivocadas y tenían que aceptar las buenas nuevas.  Así que nada de evangelización aquí, nada de convencer a otros de nada. Por el contrario, mucho de abrir la mente, explorar y experimentar de primera mano y construir las propias conclusiones a partir de las necesidades individuales. Más de reflexionar y cuestionarse permanentemente, y de modelar/demostrar prácticas de todo tipo.  Más de abrir la puerta a la incertidumbre y a estar equivocado. En todos y cada uno de los actores del proceso.

De lo que se trata este desafío es de pensar en cambio sistémico desde una perspectiva distribuida. Se trata de pensar en cómo lograr nodos fuertes, conexiones ricas y señales relevantes, orientadas por una narrativa emergente que redefina el sentido del aprendizaje.  Ese es el verdadero reto, diría yo.

Y resulta exigente porque no permite pensar sólo en indicadores medibles ni en cortos plazos, sino de una forma muy distinta. Resulta exigente porque implica que los implicados pensemos de manera cada vez más integral, en lugar de especializada. Implica poner en juego muchas de las ideas (a veces un tanto ocultas) que aparecían en las presentaciones del seminario de Conectar Igualdad.  Implica, sobre todo, ser conscientes de cuál futuro político estamos estimulando con nuestras acciones.

Por eso el post de David Eaves (de hecho, no el post sino esa línea de pensamiento) es importante.  Porque pensar en currículos o lineamientos nacionales, por ejemplo, es apostar por un escenario en donde el estado-nación, como lo conocemos, persiste.  Pensar en red, por su parte, corresponde al segundo escenario, en donde Internet genera una reconfiguración que puede ser o no pacífica (si hemos de creerle a la historia, es probable que no lo sea). De allí la importancia del trabajo focalizado en lo regional. Comunidades locales fuertes, con una mirada global, pueden estar en mejores condiciones de transitar por un período de transición en el que haya una ausencia de los sistemas centralizados de los que dependemos actualmente.  Es por eso que la discusión sobre generación propia de energía, hardware abierto, agricultura urbana o monedas alternativas (entre otras cosas) es importante.  No es sólo un asunto de tecnología o de interesecciones entre áreas, sino del impacto que lo que hacemos hoy, aquí, tiene en un futuro lleno de incertidumbre.

Es indudable que la lógica de los laboratorios de experimentación se vuelve importante en este panorama. Sin embargo, después del encuentro en Argentina pienso que hay un desafío enorme para estos laboratorios: que no terminen tan deslumbrados por lo tecnológico, tan entretenidos por las posibilidades expresivas y artísticas, tan fascinados por el aspecto artesanal de la experimentación como para olvidar cuál es el sentido de su existencia.  Está bien tratar de emular la lógica de lo que ha ocurrido en el MediaLab de MIT, pero cabe preguntarse hasta qué punto ese laboratorio, con todo lo que ha generado, en realidad ha permitido cuestionar el status quo y, en consecuencia, hasta qué punto ha ayudado a resolver las inequidades que tanto sentimos en el sur.  Qué bueno que estas iniciativas se pregunten (muy en serio) para qué hacen lo que hacen, que estén alimentadas por una reflexión multidisciplinar que no deje por fuera las preguntas económicas y políticas, que entiendan la dimensión de lo que está en juego.  El mundo en el que vivimos nos obliga (digo yo) a encontrar respuestas que vayan más allá de lo laboral, más allá de lo ‘chévere’.

Por supuesto, todo esto se desprende de mi perspectiva actual respecto a estos problemas. Aunque dejo abierta la posibilidad de estar equivocado, los patrones que percibo actualmente me sugieren que estos temas son esenciales, y que promover esta discusión tiene todo el sentido del mundo.  No es fácil pensar en ello (o mejor, no lo ha sido para mi), pero pienso que es algo que no podemos evadir.

La pregunta latente, por supuesto, es qué hacemos al respecto.

Gracias a ConectarLab por la invitación y por permitirme plantear estas inquietudes.