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Ampliando la perspectiva

En los últimos años me he encontrado varios documentos (y otro tipo muy variado de insumos, por supuesto) que me han permitido percibir cosas que no había percibido antes. O que, en algunos casos, reflejaban bastante bien mis percepciones y en esa medida servían para dar un piso más sólido a las intuiciones que iba construyendo.

Eso me ocurrió, por ejemplo, con el texto de George Siemens sobre conectivismo, o con la charla de Stephen Downes sobre redes de aprendizaje o sus ideas sobre el futuro del aprendizaje en línea, o con el artículo de Michael Wesch titulado Anti-enseñanza. En todos los casos, el interés que estos documentos despertaron en mí me llevaron a traducirlos de manera voluntaria, como una forma de enriquecer mi comprensión de los temas que trataban (es mucho lo que se aprende durante estos procesos de traducción), pero también para habilitar el acceso a estas ideas a muchas otras personas.

Por razones de tiempo, en algunos casos en lugar de hacer una traducción completa compilé las ideas esenciales de esos documentos en presentaciones (como en este o este caso), pero también porque el contenido no parecía tan importante después de todo (o habían otras personas realizando traducciones).  Hacía rato no encontraba un documento que me inspirara a traducirlo.

Este cambió hace unos meses, cuando encontré (no recuerdo cómo) el trabajo de Mark Federman, un investigador de la Universidad de Toronto que en una charla de 2005 proponía unas ideas sobre el impacto de la tecnología en la sociedad que yo no había visto con claridad antes (a pesar de que resuena con el trabajo de Marshall McLuhan o Neil Postman).  Diría que su forma de exposición me llevó a ver cosas que no me había comprendido antes, y me ayudó a lograr una perspectiva más amplia, con más raíces históricas, que de alguna manera se ha integrado (de manera muy sutil) en ArTIC.

La lectura fue inquietante y tranquilizante a la vez, a pesar de algunos puntos de desacuerdo y de los años que ya pasaron desde que la charla fue realizada. Igual, el panorama que propone le permite seguir teniendo vigencia.

Tal vez la sección más importante del texto, para mí, es la siguiente (para que se anime a leerlo! :) ):

…a medida que el modo dominante de comunicación cambia, también lo hacen los modos dominantes de conocimiento y de autoridad, y también cambian el acceso al conocimiento y la autoridad.  Y es casi innecesario decir que debemos esperar que se produzca un período de disrupción máxima para la sociedad y la cultura en aproximadamente el punto medio del lapso de transición de 300 años. Aproximadamente en el punto donde Platón habló sobre la prohibición a los poetas y los sofistas, mientras denunciaba la desaparición de la sabiduría. Aproximadamente en el pico de las guerras religiosas en la Europa de finales del siglo XVI e inicios del XVII. Más o menos donde estamos ahora.

Buena parte de esto no era nuevo para mi, pues hace parte del discurso que vengo escuchando desde hace años.  No obstante, dos cosas resultan especialmente llamativas:  Primero, no es la primera vez que una disrupción de esta escala ocurre (y la sustentación que hace Federman es realmente interesante) y, segundo, lo que estamos viviendo ahora tiene sus orígenes hace más de 150 años atrás, así que no es un asunto de si los celulares  o los computadores aparecieron o si la web 2.0 genera no-sé-qué, o si los jóvenes de ahora son de tal o cual manera. Para bien o para mal, estamos en la mitad de un proceso cuyo origen parece muy distante, y cuya resolución resulta, simplemente, imprevisible.

Comprender esto tiene enormes implicaciones para cualquier persona que participe en procesos educativos de cualquier tipo, por lo que encontré muy valioso realizar una traducción de la charla.   Como digo, aunque en ella hay muchas ideas que uno se ha encontrado en muchos otros sitios, la mirada desde la que las aborda da una perspectiva histórica que, al menos para mi, resultó invaluable.

Por otro lado, mucho de lo que Federman menciona hace parte de mi práctica actual, por lo que no sólo resuena sino que me sugiere que mi intuición ha sido correcta hasta ahora, y que lo que estamos haciendo en cosas como ArTIC va por buen camino.  Al mismo tiempo, me mueve a intentar cosas más ambiciosas, que potencien lo que hemos visto ocurrir en los meses pasados.

Así que aquí está la traducción:

Por qué Juanito y Juanita no pueden leer y por qué el Sr. y la Sra. Gómez no pueden enseñar

Mark Federman, 2005 (PDF original en inglés)

Traducción: Diego Leal, 2011 (PDF)

Como es habitual, comentarios y recomendaciones de mejora para la traducción son bienvenidos, al igual que cualquier oportunidad para conversar al respecto. :)

Si usted trabaja con Objetos de Aprendizaje…

Durante mi pasada visita a México, ocurrió algo curioso en una de las tantas conversaciones informales que tuve.  Estaba cenando con un pequeño grupo de personas de diversas instituciones de educación superior de México, y por alguna razón asomó la cabeza el tema de los Objetos de Aprendizaje, en el cual varios de ellos están trabajando:

Yo: ¿Ustedes sabían que los líderes de este tema ya no están trabajando en él?

… (Caras de despiste)

Yo: En serio, personas como David Wiley o Stephen Downes, que estaban en esto hace más de 10 años en este tema ya están enfocados en algo diferente.

¿David Wiley?

La conversación que siguió fue bien interesante.  Alguno de ellos, muy al tanto de diversos sistemas de tecnología educativa, mencionaba que otra evidencia de esto era que, aparte de EXElearning, no encontraba ninguna otra aplicación que estuviera siendo desarrollada específicamente para ‘Objetos de Aprendizaje’.  Su percepción era que el tema estaba detenido desde hacía algunos años, al menos en lo tecnológico (percepción correcta, por cierto).

Después de esa noche, me quedé pensando en que, después de todo este tiempo, nuevas personas siguen llegando a esta área, pero (tal vez) ignorando algunas cosas que, desde mi perspectiva, es indispensable considerar.  Puse en la lista de pendientes escribir algo respecto a lo que cualquier persona que esté trabajando (o quiera trabajar) en el tema de Objetos de Aprendizaje tendría que saber (desde mi perspectiva, por supuesto).

Entonces, si usted trabaja en el área de Objetos de Aprendizaje, es importante que esté enterado de quiénes fueron algunos de los líderes más visibles del área en su momento y qué están pensando ahora al respecto.  Es mucho más provechoso (e informativo) leer lo que dicen hoy en día que leer lo que decían hace 10 años a través de las voces (o documentos) de otras personas.  En estos días, en cualquier área existe la posibilidad de ir directamente a las fuentes primarias y conocer de primera mano qué piensan los teóricos y qué han encontrado los practicantes.  Vale la pena aprovecharla.

Con eso dicho, algunas cosas que fueron fundamentales para ampliar mi comprensión sobre el tema:

  • Las tres objeciones de Norm Friesen al respecto, que dan claridad respecto al origen del tema y algunas de sus implicaciones.
  • La paradoja de la reutilización, enunciada por David Wiley y que subyace a una muy interesante crítica a las áreas de e-Learning  y gestión de conocimiento realizada por Patrick Lambe.
  • La argumentación de David Wiley respecto al futuro de los objetos de aprendizaje, que acompaña de algún modo al post en el que indica las razones por las cuales decide desligarse del área.
  • El recuento de lo que ocurrió con CLOE (Collaborative Learning Object Exchange), uno de los proyectos emblemáticos del área de hace algunos años y que terminó por “una baja demanda de reutilización de Objetos de Aprendizaje” (una de las promesas del área) y “ninguna demanda por parte de los docentes de crear Objetos para sus cursos usando la metodología CLOE”.
  • Si usted está en Colombia, el libro publicado hace un par de años por la Pontificia Universidad Javeriana de Cali muestra un panorama muy interesante del desarrollo de las iniciativas de Objetos de Aprendizaje en varias instituciones con las que iniciamos este proceso desde el Ministerio de Educación en 2006.  Allí también hay un capítulo mío que aborda en mayor detalle la evolución del tema desde diversos aspectos.

En 2005, cuando tuve a mi cargo plantear la estrategia en este tema para Colombia, lo primero que hice fue tratar de identificar las críticas existentes y los puntos flacos del tema, para tratar de incluirlos en el diseño de lo que queríamos hacer.  Pero, a medida que pasaban los años, noté dos cosas: por un lado, se hizo evidente que de lo que estábamos hablando era de un proceso de cambio cultural, indispensable si esto iba hacia alguna parte; por otro lado, el protagonismo de lo tecnológico (en términos de estándares técnicos, metadatos, metodologías de desarrollo, etc.) ocultaba una discusión mucho más de fondo respecto a los supuestos epistemológicos y educativos desde los que se mueve el área.

Sobre todo, aprendí algo muy valioso para mi desarrollo personal y profesional: que líderes visibles de un tema se atrevían a decir “estaba equivocado” o “ya no quiero dedicarme a esto”, algo muy escaso (podria decir inexistente) a lo largo de mi formación inicial.  Con todos los retos que genera decir esto cuando se está en un organismo público, aprendí que era necesario para consolidar lo aprendido y seguir adelante en la búsqueda de caminos más efectivos para transformar nuestro entorno.

Mi necesidad de poner esto por escrito radica en la gran cantidad de recursos de todo tipo (en especial mentales) que se siguen dedicando a un área que, al menos desde mi perspectiva, está enfocada más en la enseñanza que en el aprendizaje.  Peor aún, ya he visto en repetidas ocasiones a desarrolladores y docentes hablando de Objetos de Aprendizaje y desestimando la discusión acerca de lo que significan (un profesor de un módulo sobre ese tema en una especialización decía “eso es un asunto de los académicos”. ¿Huh? ), o simplemente ignorando lo que hay detrás.

Y así, mientras seguimos publicando las metodologías de desarrollo o el estándar que todo el mundo debería usar, los asuntos de fondo siguen sin resolverse.  De veras pienso que tenemos una responsabilidad de no sentirnos cómodos en los nichos de trabajo que encontramos, sino de arriesgarnos a cuestionarlos y a seguir buscando nuevos caminos. Curiosamente, aunque mucho hablamos de innovación y cambio, la aversión a la pérdida (en este caso, pérdida de ideas) sigue estando muy tangible en todos los niveles.

Ahora, si lo que alguien quiere hacer es dedicarse al desarrollo o la evaluación de recursos educativos, o a recopilarlos en repositorios, perfecto.  Sin duda son cosas importantes (aunque a veces tengo mis dudas, en especial de lo último).  Todo lo que digo es que, en vista de los limitados recursos que tenemos, no ayuda en mucho el seguir formando docentes en la creación de “Objetos de Aprendizaje”, desconociendo la evolución y estado actual de esta área a nivel mundial, y generando la necesidad (artificial) de usar cierta terminología para referirse a algo cuya utilidad resulta, sigo pensando, marginal.  Insisto, si se trata de producir recursos educativos (ojalá abiertos), es prefirible decirlo así.  Y si se trata de catalogar, bueno, dejemos ese trabajo a las bibliotecas digitales.

Admitir estas cosas resulta difícil (lo sé de primera mano), pero es crucial para enfocarnos en lo verdaderamente importante, pues lo que está en juego es mucho más que una publicación, un cargo o el proyecto de investigación de turno.

Es crucial no perder eso de vista.

_____ personal de aprendizaje: ¿entorno o ambiente?

Aprovechando una invitación del Centro Ceibal a escribir un capítulo para un próximo libro, decidí poner en blanco y negro una inquietud semántica que me ronda desde hace tiempo.  Aunque desde que escuché por primera vez el término Personal Learning Environment lo tradujimos como Ambiente Personal de Aprendizaje (por allá a mediados de 2006, en un evento del Ministerio de Educación de Colombia en el que Stephen Downes estuvo como invitado), cuando el término empezó a hacerse más popular noté que se le traducía como “Entorno Personal de Aprendizaje”.

A pesar de que la diferencia parecería inexistente, es bastante importante para mi, pues estoy convencido de que el lenguaje que usamos enmarca los límites en los que nos movemos y, de manera inconsciente, termina imponiéndonos barreras que suelen pasar desapercibidas.

Como decía, el capítulo fue una excusa para abordar este asunto semántico.  Así que aquí está un adelanto de la sección que aborda esa discusión (proveniente de un primer borrador, sin corrección de estilo).  Ahora me digo que tal vez debí establecer esa claridad para mí mismo hace tiempo, pero es mejor tarde que nunca:


Dos aclaraciones

Como ha sido indicado, el concepto de Personal Learning Environment tiene sus orígenes en una crítica al concepto de Virtual Learning Environment, expresión que ha sido traducida al idioma español de dos formas diferentes: Ambiente Virtual de Aprendizaje y Entorno Virtual de Aprendizaje. Aquí se evidencia una ambigüedad en la traducción de la palabra environment que aparece también en la traducción del término Personal Learning Environment, y sobre la cual vale la pena realizar una aclaración.

Aunque con alguna frecuencia la palabra entorno es usada como sinónimo de ambiente, como lo señala la Real Academia de la Lengua Española (RAE), incluso en los definiciones más esenciales la primera hace referencia a lo que rodea a algo o alguien, mientras que la segunda tiene una connotación más rica.  Duarte lo plantea de manera bastante clara, cuando indica que el ambiente “se deriva de la interacción del hombre con el entorno natural que lo rodea. Se trata de una concepción activa que involucra al ser humano y, por tanto, involucra acciones pedagógicas en las que quienes aprenden están en condiciones de reflexionar sobre su propia acción y sobre las de otros” (Duarte, 2003, p. 98).

Desde esta perspectiva, el ambiente es mucho más que el entorno, distinción importante porque ayuda a enmarcar la discusión sobre el Personal Learning Environment.  Como hemos indicado antes, interesa no sólo identificar qué nos rodea (el entorno) sino cuáles son las interacciones que se producen allí, que generan aprendizaje.  Por eso se opta en este documento por la denominación Ambiente Personal de Aprendizaje, que resulta mucho más incluyente y rica desde el punto de vista del análisis.

Otro término que en ocasiones aparece en las traducciones de Personal Learning Environment es ‘personalizado’ (como en ‘Ambientes personalizados de aprendizaje’). Resulta importante hacer una segunda aclaración relacionada con las palabras personal y personalizado.  De nuevo, aunque la diferencia entre los dos términos suele ser pasada por alto y, de hecho, es todavía bastante incipiente en la literatura sobre este tema, es importante y vale la pena mencionarla.   Aunque personalizado no es un término aceptado aún por la RAE (proviene del inglés personalized), es utilizado con frecuencia para referirse a un proceso en el cual alguien adapta algo a la medida de alguien, lo que tiene algunas implicaciones importantes desde el punto de vista del aprendizaje, como lo señala Drexler (2010):

“El aprendizaje personalizado, aunque hecho a la medida para el estudiante, todavía es controlado por el sistema.  Un distrito, compañía y/o programa de computador provee el aprendizaje basado en una fórmula de lo que el niño “necesita”. [..] los ambientes personales de aprendizaje se diferencian de los ambientes personalizados de aprendizaje en que el aprendiz controla el proceso de aprendizaje.”  (cursiva en el original)

Tomando esto en consideración, de manera deliberada optamos en este documento por una mirada que entrega control efectivo al individuo sobre las herramientas y la intención con la cual son utilizadas. En esa medida, consideramos que hablar de ambientes personalizados de aprendizaje comunica (e incluso promueve) una visión limitada del rol del aprendiz en su propio proceso de aprendizaje.


Y los documentos citados:

  • Drexler, W. (2010). Personal vs Personalized Learning. Teach Web.
  • Duarte, J. (2003). Ambientes de aprendizaje: una aproximación conceptual. Estudios pedagógicos, 29, 97-113.

Como digo, aunque parece una sutileza, pienso que cuando nos hacemos conscientes de que estamos hablando de Ambiente  tenemos más presentes las implicaciones y posiblidades que el término conlleva.  Ajustar el lenguaje (y por ende nuestros marcos mentales) tiene un efecto más poderoso del que imaginamos.  Por eso una de las recomendaciones que suelo hacer en los EduCamp es poner el foco en el aprendizaje.  En lo personal, cuando dejé de pensar en enseñanza y empecé a pensar en aprendizaje (y lo hice parte de mi lenguaje), mis acciones empezaron a cambiar.  Así que el efecto es poderoso, digo yo.

El texto completo del capítulo, que habla sobre los Ambientes Personales de Aprendizaje en el desarrollo profesional docente, estará disponible una vez el libro esté listo (para aprovechar la necesaria corrección de estilo).  Por lo pronto, para los interesados, en Zotero está disponible la bibliografía completa usada en el documento.

Cebollas y tecnología educativa: pensando en el “para qué”

Hace poco más de tres años, en una de mis primeras presentaciones de mi etapa post-Ministerio, traté de articular diversos aspectos de la educación y la tecnología (como los percibía en ese momento) usando como metáfora una cebolla.

A esa presentación siempre le he tenido bastante cariño, pues me ayudó a articular unas pocas claridades y un montón de preguntas que quedaban abiertas. En especial, aquellas relacionadas con los fines de la educación, una discusión que hasta el momento era algo ajena para mi.  En la presentación trataba de articular algunos aspectos que me inquietaban respecto a esos fines, y proponía que los fines a los que le apostamos dependen en buena medida de la perspectiva desde la cual vemos el mundo (algo que suena obvio ahora, pero en fin).

La parte final de esa presentación articulaba algunas ideas que más tarde se incorporaron a los talleres EduCamp, y que de hecho fueron mis primeros intentos por aclarar mi percepción del tema de Ambientes Personales de Aprendizaje. En retrospectiva, y siendo auto-crítico, la presentación era más una exposición de diversos temas con los que estaba en contacto en la época que una reflexión que evidenciara mi punto de vista personal. Pero de eso se trata el aprendizaje, a fin de cuentas, no?.  De empezar con simple información y generar conocimiento personal.  Hace tres años yo estaba más enfocado en la información, sin duda.

Por eso me resulta muy significativo regresar a visitar esa presentación después de tres años.  Midas Educa, una organización chilena (a través de su directora, Gloria Carrasco, quien me invitó a hacer otra presentación en 2009) y Ciberespiral, una organización española (a través de Pilar Soro), me invitaron a participar de un seminario en la ciudad de Concepción (Chile) llamado Aula 2.0: Tejiendo redes desde el sur del mundo, que se está llevando a cabo justo hoy, viernes 7 de Octubre.

Como parte de este seminario, realizaré un mini-Educamp de un par de horas (el primero que hago en Chile), y que servirá como antesala de la tercera cohorte de ArTIC (y del primer EduCamp completo en México, la próxima semana).  Adicionalmente, estoy participando en una mesa redonda llamada Competencia digital: aprender para enseñar, en la que inicialmente tendría 20 minutos para intervenir, que luego se convirtieron en 10 (!!!).

Ese reto me cayó de perlas para organizar mis ideas sobre un tema que abordamos en ArTIC y que tenía en el tintero: la pregunta del ¿para qué?.  Desde hacía rato quería regresar a mi presentación de las cebollas, y encontré que esta era una muy buena oportunidad para ello.

Contar con sólo 10 minutos me llevó a hacer algo que no suelo hacer: poner por escrito lo que voy a decir antes de decirlo.  Así que aquí está el texto de mi intervención no editada (alrededor de 13 minutos), que vuelve sobre las cebollas  y, en una lógica similar a la de la charla TED de Simon Sinek, transita entre el cómo, el qué y el por qué y para qué. Hay diversos datos y reconocimientos que, por tiempo, no quedaron en el ‘final cut’ (ja):

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Quiero usar mis diez minutos para hablar de cebollas. O mejor, para usar una cebolla como medio para compartir algunas reflexiones personales sobre la educación, el aprendizaje y la tecnología. ¿Por qué una cebolla? Porque permite diferenciar distintas capas y quitarlas para acercarnos a un posible centro, con el que se relacionan y del que dependen las capas externas. Una buena metáfora.

Mi tecno-cebolla educativa tiene varias capas. La más externa representa lo que parece estar en mayor movimiento cuando hablamos de educación y tecnología: su uso. Es esa capa de aparatos, dispositivos y, en un sentido amplio, tecnologías que aparecen continuamente a nuestro alrededor, y que impactan no sólo nuestro lenguaje y hábitos cotidianos, sino que abren posibilidades que hace 15 o 20 años eran parte de la ciencia ficción. Esta capa es bastante dinámica, tanto que puede resultar angustiante porque cuando finalmente creemos que la tenemos “bajo control”, cambia. Como es la capa más visible, es la que recibe mayor atención.

Durante años hemos invertido cantidades asombrosas de esfuerzo y dinero en “capacitar” a docentes para que hagan cosas con algunos pedazos de esta capa. Incluso hemos terminado algo frustrados porque, una vez termina el curso sobre herramientas de productividad, de lo que hay que aprender es de objetos de aprendizaje, y luego no se puede quedar por fuera la realidad aumentada o la web semántica, sea lo que sea que signifique. Es como si quedáramos atrapados en un ciclo sin salida.

Así que tenemos el problema de cómo “enseñar” a usar la tecnología. Y recientemente, hemos empezado a jugar con una idea curiosa. Hemos empezado a suponer que los niños y jóvenes contemporáneos tienen unas fantásticas habilidades automáticas de uso de la tecnología, de TODA tecnología, para cualquier fin. Y al llamarlos nativos, generamos categorías que nos ocultan la enorme diversidad de usos y de usuarios de la tecnología. Peor aún, terminamos suponiendo que la clave de la destreza tecnológica está en pertenecer a un rango de edad específico. Y que es cuestión de esperar a que los “nativos” releven finalmente a esa generación que, simplemente, no entiende la tecnología.

El problema es que al asumir esta postura, nos olvidamos de las particularidades sociales y económicas de nuestros países, y terminamos viendo el mundo (y su futuro) a través de los lentes de países desarrollados, con todos los problemas evidentes que eso genera. Basta con preguntarse en qué contextos sociales y económicos surge la idea de los nativos, para empezar a encontrar cosas que, por lo menos, tendríamos que reconocer como curiosas. Para empezar a encontrar que tal vez estamos entendiendo el mundo a partir de opiniones, no de hechos.

De nuevo, la capa más externa es la más visible, la más dinámica. Pero si hablamos de educación y aprendizaje, es obvio que no es la única.

Cuando pienso en los procesos educativos, veo otra capa más: la de las técnicas, métodos y modelos. Es una capa más establecida que la anterior, pero que ha sido impactada enormemente por ella. Aquí está todo lo que sabemos y practicamos en cuanto a didáctica, pedagogía y andragogía. Es, curiosamente, un área de estudio más o menos reciente, y que tiene una relación cercana con el establecimiento de los sistemas educativos formales en la segunda mitad del siglo 19, cuando el problema de la enseñanza (esto es, cómo enseñar) adquirió una relevancia estatal y se convirtió en una actividad profesional.

Aunque es obvio que la irrupción de la tecnología tiene que haber afectado a esta capa, diversos estudios sugieren que la modificación ha sido marginal, cuando pensamos en el panorama global. Esto se debe, entre otras cosas, a limitaciones de acceso que poco a poco tratan de ser resueltas con iniciativas como las de computación uno a uno o con el uso, todavía incipiente, de dispositivos móviles.

Pero, para el caso de algunos de nuestros países, a veces ni siquiera es un problema de actualización de métodos o de dispinibilidad de equipos. Simplemente, ese conocimiento no existe en algunas zonas, en donde los docentes de educación básica tienen una formación escasa. Aunque es algo que solemos dar por sentado, el fantasma de la formación de nuevos docentes y su calidad asoma la cabeza, para complicar el problema. Lo mismo, el asunto de los requisitos formales que debe cumplir un docente, que cambian de un país a otro y que a veces tienen que ser revisados cuando la realidad es más complicada que la prevista por las políticas.

Aquí, de nuevo, aparecen diversos programas de formación para resolver las deficiencias. A veces son cursos sobre temas específicos: webquest, o alguna de las muchas técnicas de diseño instruccional; o recientemente, documentos detallados que hablan de cuáles son las competencias que debe tener un docente frente al uso de la tecnología. Aquí aparece una palabra que siempre ha llamado mi atención pero que suele mantener un bajo perfil: “debe”.

Ese verbo es muy especial, pues pretende definir cómo se espera que sea el mundo, y cómo se espera que las personas actúen. Aunque tiene un bajo perfil, el ‘debe’ se convierte rápidamente en programas de certificación e indicadores (a veces nacionales) que garantizan que se esté cumpliendo de manera adecuada. Con mucha frecuencia, el ‘debe’ es decidido por personas y entidades que no necesariamente lo cumplen, sino que lo identifican como fundamental para lograr algún fin, sobre el cual tampoco suele discutirse demasiado.

Así que tanto la capa anterior como esta han empezado a estar teñidas por un “debe” definido por comentaristas (muchos de ellos), investigadores (no tantos de ellos), instituciones, gobiernos y organismos como la Unesco. El “debe” no es algo que cada uno de nosotros decida, sino algo que tenemos que cumplir, así no lo sepamos aún.

Pero lo más inquietante para mi, de esta segunda capa, es que suele convencernos de que existe “una” receta. Una respuesta mejor que las otras, un método, una técnica que sí sirve. Peor todavía, a veces nos convence de que esas recetas tienen que venir de otro lugar. De que alguien más tiene que encontrarlas y definirlas, y nuestra misión es simplemente absorberlas y replicarlas.

Más adentro de la cebolla, hay una tercera capa. La capa de las concepciones sobre el aprendizaje. Como notarán a este punto, uno podría decir que cada capa depende en alguna medida de las capas más internas, y tiene algún efecto en las capas más externas. Lo que no es claro es si ese efecto es siempre consciente o incluso visible.

Yo pienso que esa incidencia no sólo existe, sino que puede ayudar a entender por qué en ocasiones existe una brecha tan notoria entre el discurso y la práctica, algo que he notado a lo largo de estos años. Muchos de nosotros tenemos un discurso de avanzada, que habla del potencial y posibilidades de la tecnología, pero por alguna razón cuando observamos la práctica sigue siendo la misma de siempre, pero con computadores. Es curioso ver cómo muchas de las limitaciones históricas que la presencialidad nos ha impuesto siguen presentes en buena parte de nuestras experiencias de aprendizaje apoyadas en tecnología, cuando en muchos casos ya no existen. Pero volvamos a la cebolla.

En esta capa, encontramos ideas bastante consolidadas: las de diversas teorías de aprendizaje, que han intentado explicar desde el comportamiento y la cognición la forma en la cual las personas aprenden. Este proceso de búsqueda, que empezó con la imagen icónica del perro de Pavlov, ha generado tres escuelas más o menos definidas: el conductismo, el cognitivismo y el constructivismo.

Pero estas teorías, como toda teoría, son sólo una aproximación a un fenómeno. Si bien nos han ayudado a encontrar, para bien o para mal, técnicas y mecanismos que posibilitan y facilitan el aprendizaje, no son la respuesta final. Así que, cuando la capa de la tecnología se vuelve tan importante, se intenta darle un sentido a lo que implica en términos de aprendizaje, y aparecen discusiones sobre cosas como el conectivismo, en donde el foco parece estar en las conexiones, en lugar del comportamiento, la cognición o la construcción.

Aparece, también, una tensión interesante entre esta área que históricamente ha estado ligada a los procesos psicológicos y la neurociencia, que está generando mucha información nueva respecto a cómo ocurre el aprendizaje desde una perspectiva más biológica, o la teoría de redes, que está generando un montón de hallazgos curiosos que hablan sobre el papel de lo social y lo colectivo en el desarrollo personal. Curiosamente, estas tensiones y enfoques emergentes suelen llevar más a una competencia entre conceptos que a una síntesis productiva. Y mientras se discuten los conceptos, la práctica sigue en las mismas. Porque, entre otras cosas, a veces no es sencillo entender cómo los conceptos se llevan a la práctica.

Y como no hay tantos ejemplos demostrativos, no hay suficientes recetas disponibles para aprender y replicar. Pues la segunda capa nos convence de que las soluciones vienen de afuera.

Para mi caso personal, llegar a este punto de la cebolla requirió años. Así que, como podrán ver, no aprendo tan rápido como quisiera.

Pero la cebolla no termina aquí. Mi cebolla personal tiene un centro diferente, que me devuelve a una discusión en la cual las ciencias naturales y sociales no tienen tanta incidencia, así yo haya creído lo contrario durante mucho tiempo. El centro de mi cebolla, lo que informa y moldea todo el resto, corresponde a los fines de la educación, algo sobre lo que nunca me hablaron mientras estuve en el colegio o la universidad, y sobre lo que yo no hablaba cuando empecé como profesor de mi área, pues no hacía parte del currículo.

Tampoco recuerdo haber discutido acerca de los fines cuando trabajé como desarrollador o diseñador instruccional. Las capas externas de mi cebolla parecían ajenas por completo a esta discusión. Lo mismo las teorías de aprendizaje, que son apenas explicaciones de un qué, pero nunca se comprometen de manera directa con un para qué.

No obstante, es claro que esos fines existen, de manera explícita o implícita. Y con mucha frecuencia tienen que ver con ideología, proyectos políticos o económicos. Como en la segunda capa, decisiones que otros tomaron y que cada uno de nosotros vive sin pensar mucho al respecto.

Pienso que la reflexión personal acerca del para qué, que yo no hice en muchos años, y que percibo bastante incipiente en esta área, es fundamental para abordar de una manera diferente las capas externas de la cebolla. Es fundamental, porque al enfrentarse al problema y empezar a definir una posición personal, el sentido de las actividades de formación en las que intervengo cambia por completo.

Mi para qué actual es cercano al que ya ha sido imaginado en el pasado por personas como Dewey, Ilich, Postman, Freire, Holt o Bruner. Coincido con que la educación tiene una misión doble de preservación y subversión. Preservación de esas cosas de nuestra historia y naturaleza que nos permiten entender cómo y por qué estamos en donde estamos, y subversión del status quo para ayudar a nuevas generaciones a encontrar soluciones para los problemas que aquejan a nuestras sociedades, pero ante todo, para que esas nuevas generaciones lo hagan mejor de lo que nosotros lo hemos hecho.

Así que no se trata de capacitar mano de obra productiva, o de generar las competencias necesarias para conseguir un anhelado empleo como simple trabajador del conocimiento, o de volver más competitivo a tal o cual país. Desde mi propia cebolla, se trata de algo mucho más urgente: desarrollar las habilidades que permitan a una nueva generación navegar por un futuro que va a estar lleno de incertidumbres de todo tipo: climáticas, energéticas, sociales, políticas, económicas. Se trata de prepararnos para una transición que, aunque puede ser inevitable (aunque no lo creo), puede ser sensata si pretendemos sobrevivir en este planeta.

Mi para qué, mi fin personal en las actividades en las que intervengo, es estimular la autonomía de quienes hacen parte de ellas, propiciar la interacción entre ellos, reconocer y abrir la puerta a la diversidad de puntos de vista y resultados, y promover la apertura a nuevos puntos de vista e ideas. Estas cuatro condiciones son lo que Stephen Downes llama la ‘condición semántica’ que requiere el aprendizaje en red exitoso. Yo prefiero recordarlas usando la palabra AIDA.

Algo que me gusta de estas características convertidas en fines es que no tratan de comunicar cuál es “la respuesta”, sino que habilitan a cada persona a caminar su propio camino. Como lo pondría Marshall McLuhan, “No quiero que me crean, sólo quiero que piensen”.

Voy a devolverme ahora por las capas de la cebolla, para contarles un poco de cómo mi aproximación ha cambiado en los últimos años, a partir de este proceso.

Mi noción de fines está reflejada por una mirada respecto al aprendizaje que no se apoya en una única teoría, sino que trata de reconocer lo más útil en cada una de ellas pero dando algo de preferencia, hay que decirlo, al enfoque de las redes en el aprendizaje, y a la idea de que la red social externa corresponde a la red neural interna de algún modo, en un proceso de retroalimentación permanente. Cuando cambiamos dentro, nuestra percepción de la externo cambia. Y cuando lo externo cambia, inevitablemente cambiamos. Nos adaptamos permanentemente.

Tal perspectiva del aprendizaje se concreta en un ‘lema’ sencillo: ‘todos somos aprendices’. Curiosamente, en mi experiencia he notado que muchos de nosotros parecemos haber olvidado esto y que, cuando vivimos experiencias que nos ponen en contacto con esta idea, descubrimos que tenemos una capacidad mayor de la que pensábamos, y que todas las cosas que no sabemos son apenas oportunidades para seguir aprendiendo. ¿No debería la educación hacer esto?

Esos convencimientos sobre el aprendizaje impactan, por supuesto, los métodos y técnicas que he usado en mis experiencias de formación docente en los últimos años. Ahora busco propiciar espacios desestructurados y descentralizados, en donde el orden no está predefinido sino que emerge a partir de la interacción presencial o en línea entre personas. En donde cada cual puede elegir, dentro de un marco común, aquellas cosas que necesita o quiere aprender, para aprenderlas luego contando con toda una red de apoyo para hacerlo. En donde reconocer el ambiente personal de aprendizaje, esas circunstancias tan particulares y con frecuencia inconscientes que definen qué y cómo aprendemos, es una tarea clave para proceder a ampliar nuestras posibilidades.

Esas posibilidades incluyen, justamente, a la capa más externa de la cebolla. La tecnología se convierte apenas en un medio para llevar a cabo la interacción, para expresarse. Se vuelve una herramienta para amplificar nuestras posibilidades actuales, un componente que hace visible nuestra red social externa de manera que podamos empezar a hacer conciencia de su configuración y del impacto que tiene en nuestra red neural interna.

Cuando vamos de adentro hacia afuera de la cebolla, dejamos de estar al servicio de la tecnología para empezar a descubrir su potencial a nivel personal. Y cuando lo descubrimos, vemos también que, aunque podemos aprovechar muchas ideas de otras personas, será inevitable que hagamos nuestras propias adaptaciones, en función de nuestras necesidades e intereses específicos. Dejamos de estar enfocados en el “qué” y el “cómo”, para pasar a pensar en el “por qué” y “para qué”.

Sobre todo, recordamos que biológicamente tenemos la habilidad de aprender y adaptarnos permanentemente. Y que podemos hacerlo, pues este no es el tiempo de los nativos, sino que también es nuestro tiempo. Estamos vivos, aquí y ahora, y tenemos la capacidad de observar el mundo, cuestionarlo y decidir cómo actuar ante él. Tenemos la capacidad de decidir que no nos gusta lo que vemos, y arriesgarnos a hacerlo mejor. No porque un documento, la moda o la publicidad lo digan, sino porque lo decidimos.

Lo que he aprendido y experimentado hasta el momento, me sugiere que en lugar de teoría respecto a cómo enseñar a aprender, algo que nos hace falta son modelos de rol que nos inspiren a actuar de una manera diferente. Está en nuestras manos ser esos modelos para quienes nos rodean. Depende sólo de nosotros el lanzarnos a “ser el cambio que queremos ver en el mundo”, como lo indicaba Gandhi.

Pero para hacerlo, tenemos que reflexionar sobre nuestra propia cebolla, empezar a descubrir nuestras propias capas y el centro desde el cual nos movemos. Quiero invitarlos a que este evento sea una excusa para preguntarnos ‘¿para qué?’, y arriesgarnos a responder de manera amplia, crítica y cruda. Ya no es una opción no hacerlo.

Para terminar quiero hacer un breve homenaje a alguien que murió hace un par de días, y que con una simple idea se convirtió en inspiración para muchos de nosotros, en muchos aspectos (Steve Jobs). Arriesguémonos a pensar diferente.

Muchas gracias.

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Todavía no estoy seguro de publicar las dispositivas, o hacerlo en un video con el texto editado.  En cualquier caso, me parece un buen síntoma descubrir que en este tiempo he podido crear una posición personal frente a este tema, que mi práctica se he visto impactada por estas ideas, y ha retroalimentado mis propias percepciones. Por otro lado, la reflexión evidencia mis rutas de interés actual (emergencia, sistemas complejos, teoría de redes, sociedad en transición, entre otras cosas), así como algunas preguntas que no tienen respuesta aún, y que redefinen las fuentes de información de mi PLE. Me pregunto, obviamente, en dónde estaré en tres años más, y eso hace que me sienta muy contento respecto al camino recorrido hasta ahora. Por supuesto, también me hace pensar en cómo (y por dónde) tiene sentido seguir.

Para mi, este ejercicio es una de las evidencias más claras de mi propio aprendizaje. Si mi blog no existiera, y si no asumiera las presentaciones como excusas para aprender, no podría tener esa evidencia. Una razón de peso para tratar de seguir escribiendo. :-)