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Arriesgarse a hablar…

Hace algunos años, mientras trabajaba en la Universidad de los Andes, apareció en alguna conversación una idea recurrente (y algo desesperanzadora): Dada la inercia de muchos de nuestros profesores (e instituciones) con respecto al uso de las tecnologías que están cambiando (o ya cambiaron) el mundo, sólo podemos esperar que nuestros estudiantes sean los que motiven el cambio, que sean ellos quienes exijan el aprovechamiento de estas posibilidades por parte de sus profesores e instituciones.

Recordé esta conversación el viernes pasado mientras estaba en clase* viviendo mi rol, recientemente recuperado, de estudiante. Ese día, después de una pequeña crisis durante una clase en la que el trabajo propuesto por el profesor consiste en escribir páginas HTML usando el Bloc de Notas (!!!!), repentinamente me di cuenta (así suene extraño, pues ya llevo aquí varios meses) de que en esta situación estoy jugando el papel de un estudiante. Y que, en ese sentido, si mis profesores están subutilizando los medios disponibles actualmente, recae en mí parte de la responsabilidad de hacer algo al respecto. Muy al estilo de Harry Potter (aunque es autopromoción, no puedo evitar decir que cada vez parecen menos ficticios todos estos aspectos relacionados con la educación, sobre los que hablé en ese post).

Pero, luego de varios meses de ver cuatro distintos módulos (con uno más empezando), y a cinco profesores diferentes en acción, mi situación me lleva a preguntarme si en realidad podemos confiar en que nuestros estudiantes van a atreverse a generar este cambio. No por la capacidad de nuestros estudiantes para hacerlo, sino porque por momentos, pareciera que las rígidas estructuras que se ven en la mayoría de nuestros salones de clase podrían habernos entrenado para no hacer nada al respecto.

Lo cual aplica también a mí. Durante los últimos meses he estado reflexionando mucho sobre muchas cosas que veo en el aula de clase en la que estoy, pero no he hecho nada sobre ello. Me he quedado simplemente sentado, molesto en ocasiones, pero sin hacer nada concreto para alterar mi entorno inmediato (pues la reflexión que pueda haber en un blog, aunque útil, no pasa de ser sólo eso: una reflexión).

El asunto es especialmente difícil porque, ante la posibilidad de hacer un trabajo asignado (tenga o no sentido) y protestar ante el mismo, es mucho más sencillo hacer el trabajo que entrar a cuestionar lo que el profesor está haciendo. Y esta es la gran tragedia del sistema. Dadas las estructuras de poder existentes, resulta más fácil “hacer la tarea” que cuestionarla (Es importante tener presente que esto se replica también en ciertos ambientes laborales, en donde el pavor al jefe es casi un requisito del cargo). Cuestionar significa poner mucho en juego, pues no sólo se corre el riesgo de arriesgarse a un abuso de poder por parte del profesor (en los casos en los que la autoridad del rol excede a su sentido lógico), sino que los propios compañeros pueden reaccionar de manera poco favorable.

Un ejemplo simpático de esto (que tiene unas implicaciones escalofriantes) es la historia aquella de los monos que son castigados cuando intentan alcanzar unas bananas subiendo a una escalera. Cuando un nuevo mono llega a intentarlo, no será necesario un castigo externo, pues los monos que fueron castigados se encargarán de evitar (por los medios que sean necesarios) que el nuevo mono lo intente siquiera. Es una historia que he escuchado a menudo en contextos de estudios organizacionales, para mostrar cuán fuerte puede ser la noción de "aquí lo hacemos de tal o cual manera".

Recuerdo haber visto esta presión de grupo en innumerables ocasiones a lo largo de mi vida estudiantil. Recuerdo también que en muchos casos, yo era parte de la masa (del grupo de monos) que aislaba a aquel que quería diferenciarse. Y recuerdo además (lo cual es especialmente inquietante) que parte de mi vida escolar, antes de la universidad, consistió en aprender que diferenciarse no estaba “bien”, o mejor, que podía aislarte de los demás. Subir la escalera a buscar bananas podía ocasionar un castigo inminente. Por supuesto, esto no se aprende en una clase específica, sino que es el resultado de innumerables tensiones y etiquetas que pueden empezar como un juego entre niños, pero que tienen unas consecuencias catastróficas para nuestros sistemas de aprendizaje y para la sociedad en su conjunto.

Mi mamá suele contarme una historia ocurrida cuando yo estaba en tercero de primaria, de la cual no tengo memoria. Durante alguna clase, la profesora (una monja, pues estudié en un colegio parroquial) cometió un error de ortografía mientras escribía en el tablero. Un momento después, sintió que alguien halaba su falda. Resulta que me levanté y fui hasta el tablero para indicarle que había cometido un error y que debía corregirlo.

Cuatro años después (o probablemente tan sólo uno) no me habría atrevido a hacer algo así, pues para ese momento mis profesores ya habían adquirido esa aura de infalibilidad a la que estamos tan acostumbrados. Poco a poco, el respeto por (o la intimidación ante) la autoridad se transforma en temor a las represalias, sean estas reales o no, lo cual es aún más preocupante. Sin intención deliberada, poco a poco el entramado de relaciones que constituye a la escuela se encarga de estandarizarnos, de prepararnos para un mundo en el que es más sencillo obedecer que cuestionar.

Y no pasa solamente con nuestros niños o jóvenes. Hace pocos años tuve la oportunidad de ver a más de una persona partir hacia estudios de doctorado en los cuales no necesariamente quería estar, pero que servían para cumplir con una exigencia institucional de la Universidad de los Andes. Profesionales brillantes que no estaban persiguiendo sus sueños, sino haciendo la tarea asignada. Al igual que más de una de las personas con las que he tenido la oportunidad de encontrarme en mi vida laboral. Ahora veo que, para mi vida, uno de los momentos de corte más importantes fue cuando ante la alternativa de irme a hacer un doctorado del cual no estaba convencido, decidí dejar de ser profesor de Uniandes.

Por todo esto siento que es muy especial esa pequeña crisis que tuve el viernes pasado. Después de haber pasado varios días conversando mucho con Scott, conociendo a otro aprendiz que en realidad practica lo que predica (aunque en realidad no es que predique tanto), fue un choque muy grande regresar a un aula en la cual un profesor lee sus dispositivas y propone actividades que, al menos para mi, resultan absolutamente irrelevantes.

Como en tantas otras áreas de la vida, lo que sea que ocurra en mi entorno depende solamente de mí. Y estoy en una situación envidiable, pues no tengo nada que perder. La especialización que estoy haciendo fue una forma de obtener una visa que me permitiera estar al lado de Marie en Rio de Janeiro, y aunque ha sido sin duda interesante, no siento que tenga mucho que perder en caso de que el cuestionar llegue a tener algún tipo de consecuencia.

Esta es una situación probablemente diferente de la de muchos de mis compañeros, para quienes este programa representa no sólo una oportunidad de aprendizaje, sino una posibilidad de mejora salarial o laboral, como suele ser para muchos de nuestros estudiantes de especializaciones y maestrías. Así que me pregunto hasta qué punto ese factor puede incidir en la decisión de cuestionar el entorno. Al fin y al cabo, para ellos si habría algo que perder, en caso de que las cosas se complicaran.

Scott mencionó de manera contundente algo que debo intentar más: Hablar (Speak up!). Y para este caso, hablar significa expresar lo que no está bien, y no sólo por medio de este blog. Ya tengo listo un mensaje para mi profesor, en el cual explico por qué no encuentro relevante la actividad propuesta, y por qué estoy en desacuerdo con la manera en la que está planteada.

Más de 20 años después del incidente con mi profesora de tercero de primaria, voy a decir a uno de mis profesores que hay algo que está mal, no en su ortografía, sino en su práctica. Por experiencia se que eso no es algo que ocurra con frecuencia, así que vamos a ver cómo resulta.

Al final, todo esto tiene que ver con una maravillosa frase de Gandhi: "Debes ser el cambio que quieres ver en el mundo". Con frecuencia perdemos de vista que una sola persona puede hacer la diferencia, pero para lograrlo es necesario arriesgarse.

Así que para quienes me lean, sólo me queda invitarlos a hacer lo mismo. A observar su entorno y arriesgarse a hablar cuando las cosas no estén bien. Expresar esto puede ser el primer paso para cambiar el mundo en el que vivimos. Buena falta nos hace.

*Desde Agosto inicié una especialización en Tecnología de Información aplicada a la Educación en la Universidad Federal de Rio de Janeiro.



The Free Culture Game

Via dreig, estuve perdiendo algo de tiempo con un juego llamado "The Free Culture Game" (Juego de la Cultura Libre), creado por una empresa italiana llamada La Molle Industria.

El juego, según la empresa, es:

...sobre la lucha entre la cultura libre y el copyright. [El jugador] crea y defiende el conocimiento común de la clase vectorial. Libere a los consumidores pasivos del dominio del mercado.

Así se ve en ejecución:

Muy simpático. Y la mecánica del juego es igualmente interesante. El jugador controla un pequeño círculo (el azul, similar al símbolo del copyleft) que "cuida" las ideas que son producidas por las personas verdes que se encuentran en el centro del tablero (en donde el conocimiento es cooperativamente creado y compartido).

Todas las personas de color gris representan consumidores pasivos, que son "alimentados" por el "vectorialista" (representado por el símbolo del copyright) que se alimenta de las ideas libres que se encuentran en el centro, para procesarlas y entregárselas luego a los consumidores pasivos.

Si un consumidor pasivo no es "alimentado" lo suficiente, se pasa al lado verde. Lo mismo ocurre con quienes están en el lado verde. Si no reciben suficientes ideas, eventualmente se pasan al lado gris (es decir, se vuelven consumidores pasivos).

La misión del jugador, entonces, es proteger las ideas que se encuentran en el centro, para evitar que el mercado se apropie de ellas. Al mismo tiempo, debe alimentar con ideas a las personas que se encuentran en el lado verde.

Después de jugar un (largo) rato con "The Free Culture Game", descubrí algo interesante. Si el jugador no interviene, eventualmente todas las personas se pasan al lado gris (el del mercado). Después de un rato, uno de ellos vuelve a pasarse de manera automática para el lado verde (de los commons), empieza a producir ideas, y progresivamente otros empiezan a regresar al lado verde. Y así sucesivamente.

Como recurso didáctico, para estimular reflexiones acerca del papel del mercado y de la importancia de contar con ideas libres, encuentro el juego supremamente valioso.

Pero hay algunas cosas que encontré que llaman mi atención, pues me pregunto si no están reflejando de manera sutil algunas de las realidades de nuestro mundo. Así como hay otras que son una franca simplificación del mundo:

  • El mercado requiere ideas libres para poderse sostener. Esta idea es correcta hasta cierto punto, pero en el entorno del juego, nos lleva a desconocer que el mercado también produce ideas por su cuenta. En nuestros días, no depende exclusivamente de las ideas que producen los consumidores.
  • En el mundo real, las ideas no están libres por ahí. El juego propone que las personas son esencialmente consumidores que están a merced del mercado, pero no muestra la responsabilidad que cabe a cada cual sobre la protección (o liberación) de sus propias ideas. La mayoría de nosotros todavía cuida celosamente su conocimiento, pues lo considera su propia ventaja competitiva. Por cierto, ¿acaso no es eso lo que se nos ha vendido en el discurso de la sociedad de la información y el conocimiento, que lo que sabemos representa una ventaja competitiva?
  • El juego muestra a los consumidores, incluso cuando producen ideas, como esencialmente pasivos. Entiendo claramente que es un juego, pero es fácil notar que, si no hay un "ente" alimentando a los consumidores (bien sea el personaje que controla el jugador o el mercado), ellos simplemente se limitan a cambiarse de bando. ¿Cuál es el punto de tener "ideas libres", si al final igual necesitamos de algo/alguien que las traiga hasta nuestra cabeza? A mi juicio, lo que está en discusión aquí es la autonomía y la autodeterminación de las personas, que por efectos de simplificación (ojalá) no se evidencian en el juego.
  • Es bastante desgastante tratar de mantener las ideas libres "protegidas" del mercado. Ahora, si el proceso puede ocurrir de manera automática, la motivación de intervenir y "proteger" las ideas que están en el centro termina siendo no solo infructuoso, sino desgastante. ¿Será que es innecesario tratar de convencer a otros de otras alternativas, pues eventualmente las descubrirán por sí mismos? Para mi, este es un aspecto que relaciono de manera directa con la imperiosa necesidad que tenemos como occidentales de intervenir en el entorno que nos rodea...

Así que me pregunto si el mensaje de fondo no podría ser que, en lugar de comprender la relación entre esos dos mundos como una de competencia, injusticia y canibalización (sin pretender justificarla, por supuesto), debemos empezar por reconocer que es inevitable que los dos mundos coexistan y se retroalimenten de manera positiva (así sea ocasionalmente) de manera permanente.

Pienso que esto último es importante, porque se convierte en un camino un tanto más "tranquilo", diría yo, para el conflicto entre lo libre y lo propietario.

La Molle Industria tiene otros juegos adicionales, la mayoría de ellos con un fuerte componente político. Por ejemplo, uno llamado Faith Fighter es una especie de Mortal Kombat, pero usando como luchadores a los dioses principales de las religiones más grandes del mundo. Más allá de la parodia, encuentro que es un recurso muy efectivo para llevarnos a pensar en el poco sentido que tiene imaginar a nuestros dioses luchando entre sí, cuando su mensaje espiritual es muy distinto. Muy útil para generar discusiones sobre problemas de tolerancia y extremismo religioso.

Tal vez el más interesante es un simpático simulador de McDonald's en el cual el jugador debe actuar como presidente de la compañía, y tomar decisiones sobre la producción, venta y mercadeo del producto. Después de intentarlo bastante, llegué a la conclusión que es inevitable (al menos en este simulador) que una empresa como McDonald's pueda tener una operación ecológicamente responsable.

Pero, ¿podría tenerla en el mundo real? El simulador sugiere algunas cosas interesantes:

  • La exigencia de los consumidores por "más cajitas felices" es una variable muy difícil de manejar. ¿A cuántos de nosotros nos gustaría que al llegar a un restaurante nos dijeran "Lo siento, pero no podemos venderle comida porque llegamos al límite diario de venta"? ¿Pensaríamos que esa es una empresa ecológicamente responsable, o nos encargaríamos de decir a nuestros conocidos que eviten ese lugar?
  • La exigencia de los accionistas de la empresa (representados por una junta) por "más crecimiento" es otra variable muy difícil de manejar. ¿A cuántos de nosotros, si invirtiéramos en la bolsa, nos gustaría que nos dijeran después de varios años "no hemos perdido dinero pero tampoco lo hemos ganado. Sus acciones valen lo mismo que hace años"? ¿Acaso no ponemos nuestro dinero en el sistema financiero para obtener rendimientos (sean estos pequeños o grandes), para ganar más dinero?

¿Conclusión? Pareciera que estamos ante un caso digno de los Simpson. Si alguno recuerda un episodio de San Valentín en el cual Apu deja en evidencia la pereza del resto de los hombres de Springfield, tal vez le sonarán conocidas estas palabras de Homero: "Es muy fácil culparnos a nosotros mismos, pero es aún más fácil culpar a Apu".

Es más fácil culpar a McDonald's (de nuevo, sin pretender defender a esta o a cualquier otra compañía), porque resulta más difícil cambiar nuestros hábitos alimenticios (¿cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a reducir de manera radical nuestro consumo de carne o de pollo?) y nuestro interés personal en que nuestro dinero "produzca".

Ahora, la solución no es tan sencilla como "dejemos de comprarle a McDonald's" o "volvámonos vegetarianos". Basta con pensar por un momento en todas las personas que obtienen su sustento de todas estas industrias, para ver que cualquier cambio que decidiéramos hacer como sociedad, tendría unas consecuencias serias para muchos sectores de la población. Para algunos, significará quedar sin empleo para alimentar a la familia. Para otros (los accionistas y directivos), tener que cancelar los viajes o la compra de artículos innecesarios pero indispensables para su "estilo de vida".

Lo cual puede significar que estamos ante un círculo vicioso. El sistema que tenemos es espantoso, pero cambiarlo significa sufrir bastante durante el proceso, y sin garantía alguna de que el nuevo sistema sea mejor que el anterior. Porque cualquiera que sea el sistema, dependerá de los instintos, necesidades y pasiones de los humanos, algo que pareciera que ni siquiera la educación puede educar.



Stephen Downes: Redes de Aprendizaje

Una semana antes del inicio del curso sobre Conectivismo y Conocimiento Conectivo, que Stephen Downes y George Siemens ofrecen a través de la Universidad de Manitoba, volví a leer la presentación de Stephen de 2004 en Australia, la Buntine Oration (una charla con bastante tradición allí).

Encontré que, como tantos otros, es un material valioso para muchos de nosotros, así que decidí traducirla. En esta ocasión, me apoyé en el traductor de Google (que ha venido mejorando de una manera impresionante), lo cual redujo el tiempo de traducción (en realidad, de revisión) a alrededor de cuatro horas con interrupciones.

Es tarde, así que no voy a comentar por ahora muchas de las tristes verdades que están contenidas en este texto. No obstante, no está de más decir que, cuatro años después, el grueso de nuestras instituciones siguen presas de LMS y de contenidos cerrados. Pero el curso de Conectivismo promete mostrar una alternativa tangible para todos estos procesos.

Así que aquí está:

Buntine Oration: Redes de Aprendizaje.

Stephen Downes, 2004
Traducción: Diego Leal, 2008

Original (Inglés) | Traducción HTML | MS WORD(Español)

Read this document on Scribd: Stephen Downes - Buntine Oration

Esta se suma a las traducciones de Anti-enseñanza: Confrontando la crisis del sentido y Conectivismo: Una teoría de aprendizaje para la era digital. De nuevo, ojalá esto sirva como punto de partida para discusiones sobre estos temas.

Technorati:

Links sobre conectivismo

Esta é uma compilação de links úteis como ponto de entrada para algumas das discussões sobre o conectivismo e o sentido da educação:

  • Conectivismo: Uma teoria de aprendizagem para a era digital (2005): Este é um artigo (inglés / espanhol) de George Siemens que propõe as suas idéias iniciais sobre conectivismo. Vale a pena dizer que, como sugere Kuhn, estas idéias podem ser surgir como uma explicação que ainda não pode ser considerada teoria (e muito menos paradigma), mas que acrescenta valor, dá sentido a novos entendimentos sobre o cérebro humano e do impacto da tecnologia nos processos de aprendizagem. Eu, pessoalmente, acho uma grande relação entre estas idéias e meus próprios processos de aprendizagem. George mantém um site dedicado a este tema no connectivism.ca.
  • Stephen Downes: Seu boletim diário OLDaily é motivo suficiente para inclui-lo nesta lista. Stephen também tem escrito sobre conhecimento conectivo, uma questão que tem relação direta com as noções de conectivismo, ele sugeriu o termo e-learning 2.0 e é um forte promotor da idéia de que cada pessoa deve se encarregar da sua própria aprendizagem (com as implicâncias que isso provoca).
  • Michael Wesch: A importância do Wesch reside na sua capacidade de comunicar idéias complexas. Seu vídeo "A vision of students today" (assim como seus outros vídeos), e seu artigo "Anti-ensino" (inglés / espanhol), trazem idéias de pessoas como Postman ou Freire, no meio de um ambiente fortemente influenciado pelas tecnologias da informação e comunicação.
  • Peter Ilich: Deschooling Society é um livro que pode ser visto como abertamente radical da mesma forma que o Freire ou o Postman (em seu Teaching as a subversive activity) podem ser. O seu valor reside no tipo de reflexões que gera, tendo em conta que as soluções que propõe não são necessariamente fáceis de implementar.
  • John Taylor Gatto: Seu livro Underground History of American Education mostra uma imagem um tanto inesperada das razões que levaram ao surgimento da escola básica, tal como a conhecemos hoje. Lembra-nos também que os nossos sistemas escolares são relativamente recentes, e coloca uma ênfase especial sobre as razões econômicas detrais da sua execução (da mesma forma que o destaca Cuidado, Escola!).

(Para mis lectores en español, como verán este es mi primer post en portugués. :D Tal vez habrá algunos, pero muy ocasionales).

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