Category Archives: Educación y Sociedad

Ampliando la perspectiva

En los últimos años me he encontrado varios documentos (y otro tipo muy variado de insumos, por supuesto) que me han permitido percibir cosas que no había percibido antes. O que, en algunos casos, reflejaban bastante bien mis percepciones y en esa medida servían para dar un piso más sólido a las intuiciones que iba construyendo.

Eso me ocurrió, por ejemplo, con el texto de George Siemens sobre conectivismo, o con la charla de Stephen Downes sobre redes de aprendizaje o sus ideas sobre el futuro del aprendizaje en línea, o con el artículo de Michael Wesch titulado Anti-enseñanza. En todos los casos, el interés que estos documentos despertaron en mí me llevaron a traducirlos de manera voluntaria, como una forma de enriquecer mi comprensión de los temas que trataban (es mucho lo que se aprende durante estos procesos de traducción), pero también para habilitar el acceso a estas ideas a muchas otras personas.

Por razones de tiempo, en algunos casos en lugar de hacer una traducción completa compilé las ideas esenciales de esos documentos en presentaciones (como en este o este caso), pero también porque el contenido no parecía tan importante después de todo (o habían otras personas realizando traducciones).  Hacía rato no encontraba un documento que me inspirara a traducirlo.

Este cambió hace unos meses, cuando encontré (no recuerdo cómo) el trabajo de Mark Federman, un investigador de la Universidad de Toronto que en una charla de 2005 proponía unas ideas sobre el impacto de la tecnología en la sociedad que yo no había visto con claridad antes (a pesar de que resuena con el trabajo de Marshall McLuhan o Neil Postman).  Diría que su forma de exposición me llevó a ver cosas que no me había comprendido antes, y me ayudó a lograr una perspectiva más amplia, con más raíces históricas, que de alguna manera se ha integrado (de manera muy sutil) en ArTIC.

La lectura fue inquietante y tranquilizante a la vez, a pesar de algunos puntos de desacuerdo y de los años que ya pasaron desde que la charla fue realizada. Igual, el panorama que propone le permite seguir teniendo vigencia.

Tal vez la sección más importante del texto, para mí, es la siguiente (para que se anime a leerlo! :) ):

…a medida que el modo dominante de comunicación cambia, también lo hacen los modos dominantes de conocimiento y de autoridad, y también cambian el acceso al conocimiento y la autoridad.  Y es casi innecesario decir que debemos esperar que se produzca un período de disrupción máxima para la sociedad y la cultura en aproximadamente el punto medio del lapso de transición de 300 años. Aproximadamente en el punto donde Platón habló sobre la prohibición a los poetas y los sofistas, mientras denunciaba la desaparición de la sabiduría. Aproximadamente en el pico de las guerras religiosas en la Europa de finales del siglo XVI e inicios del XVII. Más o menos donde estamos ahora.

Buena parte de esto no era nuevo para mi, pues hace parte del discurso que vengo escuchando desde hace años.  No obstante, dos cosas resultan especialmente llamativas:  Primero, no es la primera vez que una disrupción de esta escala ocurre (y la sustentación que hace Federman es realmente interesante) y, segundo, lo que estamos viviendo ahora tiene sus orígenes hace más de 150 años atrás, así que no es un asunto de si los celulares  o los computadores aparecieron o si la web 2.0 genera no-sé-qué, o si los jóvenes de ahora son de tal o cual manera. Para bien o para mal, estamos en la mitad de un proceso cuyo origen parece muy distante, y cuya resolución resulta, simplemente, imprevisible.

Comprender esto tiene enormes implicaciones para cualquier persona que participe en procesos educativos de cualquier tipo, por lo que encontré muy valioso realizar una traducción de la charla.   Como digo, aunque en ella hay muchas ideas que uno se ha encontrado en muchos otros sitios, la mirada desde la que las aborda da una perspectiva histórica que, al menos para mi, resultó invaluable.

Por otro lado, mucho de lo que Federman menciona hace parte de mi práctica actual, por lo que no sólo resuena sino que me sugiere que mi intuición ha sido correcta hasta ahora, y que lo que estamos haciendo en cosas como ArTIC va por buen camino.  Al mismo tiempo, me mueve a intentar cosas más ambiciosas, que potencien lo que hemos visto ocurrir en los meses pasados.

Así que aquí está la traducción:

Por qué Juanito y Juanita no pueden leer y por qué el Sr. y la Sra. Gómez no pueden enseñar

Mark Federman, 2005 (PDF original en inglés)

Traducción: Diego Leal, 2011 (PDF)

Como es habitual, comentarios y recomendaciones de mejora para la traducción son bienvenidos, al igual que cualquier oportunidad para conversar al respecto. :)

Cebollas y tecnología educativa: pensando en el “para qué”

Hace poco más de tres años, en una de mis primeras presentaciones de mi etapa post-Ministerio, traté de articular diversos aspectos de la educación y la tecnología (como los percibía en ese momento) usando como metáfora una cebolla.

A esa presentación siempre le he tenido bastante cariño, pues me ayudó a articular unas pocas claridades y un montón de preguntas que quedaban abiertas. En especial, aquellas relacionadas con los fines de la educación, una discusión que hasta el momento era algo ajena para mi.  En la presentación trataba de articular algunos aspectos que me inquietaban respecto a esos fines, y proponía que los fines a los que le apostamos dependen en buena medida de la perspectiva desde la cual vemos el mundo (algo que suena obvio ahora, pero en fin).

La parte final de esa presentación articulaba algunas ideas que más tarde se incorporaron a los talleres EduCamp, y que de hecho fueron mis primeros intentos por aclarar mi percepción del tema de Ambientes Personales de Aprendizaje. En retrospectiva, y siendo auto-crítico, la presentación era más una exposición de diversos temas con los que estaba en contacto en la época que una reflexión que evidenciara mi punto de vista personal. Pero de eso se trata el aprendizaje, a fin de cuentas, no?.  De empezar con simple información y generar conocimiento personal.  Hace tres años yo estaba más enfocado en la información, sin duda.

Por eso me resulta muy significativo regresar a visitar esa presentación después de tres años.  Midas Educa, una organización chilena (a través de su directora, Gloria Carrasco, quien me invitó a hacer otra presentación en 2009) y Ciberespiral, una organización española (a través de Pilar Soro), me invitaron a participar de un seminario en la ciudad de Concepción (Chile) llamado Aula 2.0: Tejiendo redes desde el sur del mundo, que se está llevando a cabo justo hoy, viernes 7 de Octubre.

Como parte de este seminario, realizaré un mini-Educamp de un par de horas (el primero que hago en Chile), y que servirá como antesala de la tercera cohorte de ArTIC (y del primer EduCamp completo en México, la próxima semana).  Adicionalmente, estoy participando en una mesa redonda llamada Competencia digital: aprender para enseñar, en la que inicialmente tendría 20 minutos para intervenir, que luego se convirtieron en 10 (!!!).

Ese reto me cayó de perlas para organizar mis ideas sobre un tema que abordamos en ArTIC y que tenía en el tintero: la pregunta del ¿para qué?.  Desde hacía rato quería regresar a mi presentación de las cebollas, y encontré que esta era una muy buena oportunidad para ello.

Contar con sólo 10 minutos me llevó a hacer algo que no suelo hacer: poner por escrito lo que voy a decir antes de decirlo.  Así que aquí está el texto de mi intervención no editada (alrededor de 13 minutos), que vuelve sobre las cebollas  y, en una lógica similar a la de la charla TED de Simon Sinek, transita entre el cómo, el qué y el por qué y para qué. Hay diversos datos y reconocimientos que, por tiempo, no quedaron en el ‘final cut’ (ja):

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Quiero usar mis diez minutos para hablar de cebollas. O mejor, para usar una cebolla como medio para compartir algunas reflexiones personales sobre la educación, el aprendizaje y la tecnología. ¿Por qué una cebolla? Porque permite diferenciar distintas capas y quitarlas para acercarnos a un posible centro, con el que se relacionan y del que dependen las capas externas. Una buena metáfora.

Mi tecno-cebolla educativa tiene varias capas. La más externa representa lo que parece estar en mayor movimiento cuando hablamos de educación y tecnología: su uso. Es esa capa de aparatos, dispositivos y, en un sentido amplio, tecnologías que aparecen continuamente a nuestro alrededor, y que impactan no sólo nuestro lenguaje y hábitos cotidianos, sino que abren posibilidades que hace 15 o 20 años eran parte de la ciencia ficción. Esta capa es bastante dinámica, tanto que puede resultar angustiante porque cuando finalmente creemos que la tenemos “bajo control”, cambia. Como es la capa más visible, es la que recibe mayor atención.

Durante años hemos invertido cantidades asombrosas de esfuerzo y dinero en “capacitar” a docentes para que hagan cosas con algunos pedazos de esta capa. Incluso hemos terminado algo frustrados porque, una vez termina el curso sobre herramientas de productividad, de lo que hay que aprender es de objetos de aprendizaje, y luego no se puede quedar por fuera la realidad aumentada o la web semántica, sea lo que sea que signifique. Es como si quedáramos atrapados en un ciclo sin salida.

Así que tenemos el problema de cómo “enseñar” a usar la tecnología. Y recientemente, hemos empezado a jugar con una idea curiosa. Hemos empezado a suponer que los niños y jóvenes contemporáneos tienen unas fantásticas habilidades automáticas de uso de la tecnología, de TODA tecnología, para cualquier fin. Y al llamarlos nativos, generamos categorías que nos ocultan la enorme diversidad de usos y de usuarios de la tecnología. Peor aún, terminamos suponiendo que la clave de la destreza tecnológica está en pertenecer a un rango de edad específico. Y que es cuestión de esperar a que los “nativos” releven finalmente a esa generación que, simplemente, no entiende la tecnología.

El problema es que al asumir esta postura, nos olvidamos de las particularidades sociales y económicas de nuestros países, y terminamos viendo el mundo (y su futuro) a través de los lentes de países desarrollados, con todos los problemas evidentes que eso genera. Basta con preguntarse en qué contextos sociales y económicos surge la idea de los nativos, para empezar a encontrar cosas que, por lo menos, tendríamos que reconocer como curiosas. Para empezar a encontrar que tal vez estamos entendiendo el mundo a partir de opiniones, no de hechos.

De nuevo, la capa más externa es la más visible, la más dinámica. Pero si hablamos de educación y aprendizaje, es obvio que no es la única.

Cuando pienso en los procesos educativos, veo otra capa más: la de las técnicas, métodos y modelos. Es una capa más establecida que la anterior, pero que ha sido impactada enormemente por ella. Aquí está todo lo que sabemos y practicamos en cuanto a didáctica, pedagogía y andragogía. Es, curiosamente, un área de estudio más o menos reciente, y que tiene una relación cercana con el establecimiento de los sistemas educativos formales en la segunda mitad del siglo 19, cuando el problema de la enseñanza (esto es, cómo enseñar) adquirió una relevancia estatal y se convirtió en una actividad profesional.

Aunque es obvio que la irrupción de la tecnología tiene que haber afectado a esta capa, diversos estudios sugieren que la modificación ha sido marginal, cuando pensamos en el panorama global. Esto se debe, entre otras cosas, a limitaciones de acceso que poco a poco tratan de ser resueltas con iniciativas como las de computación uno a uno o con el uso, todavía incipiente, de dispositivos móviles.

Pero, para el caso de algunos de nuestros países, a veces ni siquiera es un problema de actualización de métodos o de dispinibilidad de equipos. Simplemente, ese conocimiento no existe en algunas zonas, en donde los docentes de educación básica tienen una formación escasa. Aunque es algo que solemos dar por sentado, el fantasma de la formación de nuevos docentes y su calidad asoma la cabeza, para complicar el problema. Lo mismo, el asunto de los requisitos formales que debe cumplir un docente, que cambian de un país a otro y que a veces tienen que ser revisados cuando la realidad es más complicada que la prevista por las políticas.

Aquí, de nuevo, aparecen diversos programas de formación para resolver las deficiencias. A veces son cursos sobre temas específicos: webquest, o alguna de las muchas técnicas de diseño instruccional; o recientemente, documentos detallados que hablan de cuáles son las competencias que debe tener un docente frente al uso de la tecnología. Aquí aparece una palabra que siempre ha llamado mi atención pero que suele mantener un bajo perfil: “debe”.

Ese verbo es muy especial, pues pretende definir cómo se espera que sea el mundo, y cómo se espera que las personas actúen. Aunque tiene un bajo perfil, el ‘debe’ se convierte rápidamente en programas de certificación e indicadores (a veces nacionales) que garantizan que se esté cumpliendo de manera adecuada. Con mucha frecuencia, el ‘debe’ es decidido por personas y entidades que no necesariamente lo cumplen, sino que lo identifican como fundamental para lograr algún fin, sobre el cual tampoco suele discutirse demasiado.

Así que tanto la capa anterior como esta han empezado a estar teñidas por un “debe” definido por comentaristas (muchos de ellos), investigadores (no tantos de ellos), instituciones, gobiernos y organismos como la Unesco. El “debe” no es algo que cada uno de nosotros decida, sino algo que tenemos que cumplir, así no lo sepamos aún.

Pero lo más inquietante para mi, de esta segunda capa, es que suele convencernos de que existe “una” receta. Una respuesta mejor que las otras, un método, una técnica que sí sirve. Peor todavía, a veces nos convence de que esas recetas tienen que venir de otro lugar. De que alguien más tiene que encontrarlas y definirlas, y nuestra misión es simplemente absorberlas y replicarlas.

Más adentro de la cebolla, hay una tercera capa. La capa de las concepciones sobre el aprendizaje. Como notarán a este punto, uno podría decir que cada capa depende en alguna medida de las capas más internas, y tiene algún efecto en las capas más externas. Lo que no es claro es si ese efecto es siempre consciente o incluso visible.

Yo pienso que esa incidencia no sólo existe, sino que puede ayudar a entender por qué en ocasiones existe una brecha tan notoria entre el discurso y la práctica, algo que he notado a lo largo de estos años. Muchos de nosotros tenemos un discurso de avanzada, que habla del potencial y posibilidades de la tecnología, pero por alguna razón cuando observamos la práctica sigue siendo la misma de siempre, pero con computadores. Es curioso ver cómo muchas de las limitaciones históricas que la presencialidad nos ha impuesto siguen presentes en buena parte de nuestras experiencias de aprendizaje apoyadas en tecnología, cuando en muchos casos ya no existen. Pero volvamos a la cebolla.

En esta capa, encontramos ideas bastante consolidadas: las de diversas teorías de aprendizaje, que han intentado explicar desde el comportamiento y la cognición la forma en la cual las personas aprenden. Este proceso de búsqueda, que empezó con la imagen icónica del perro de Pavlov, ha generado tres escuelas más o menos definidas: el conductismo, el cognitivismo y el constructivismo.

Pero estas teorías, como toda teoría, son sólo una aproximación a un fenómeno. Si bien nos han ayudado a encontrar, para bien o para mal, técnicas y mecanismos que posibilitan y facilitan el aprendizaje, no son la respuesta final. Así que, cuando la capa de la tecnología se vuelve tan importante, se intenta darle un sentido a lo que implica en términos de aprendizaje, y aparecen discusiones sobre cosas como el conectivismo, en donde el foco parece estar en las conexiones, en lugar del comportamiento, la cognición o la construcción.

Aparece, también, una tensión interesante entre esta área que históricamente ha estado ligada a los procesos psicológicos y la neurociencia, que está generando mucha información nueva respecto a cómo ocurre el aprendizaje desde una perspectiva más biológica, o la teoría de redes, que está generando un montón de hallazgos curiosos que hablan sobre el papel de lo social y lo colectivo en el desarrollo personal. Curiosamente, estas tensiones y enfoques emergentes suelen llevar más a una competencia entre conceptos que a una síntesis productiva. Y mientras se discuten los conceptos, la práctica sigue en las mismas. Porque, entre otras cosas, a veces no es sencillo entender cómo los conceptos se llevan a la práctica.

Y como no hay tantos ejemplos demostrativos, no hay suficientes recetas disponibles para aprender y replicar. Pues la segunda capa nos convence de que las soluciones vienen de afuera.

Para mi caso personal, llegar a este punto de la cebolla requirió años. Así que, como podrán ver, no aprendo tan rápido como quisiera.

Pero la cebolla no termina aquí. Mi cebolla personal tiene un centro diferente, que me devuelve a una discusión en la cual las ciencias naturales y sociales no tienen tanta incidencia, así yo haya creído lo contrario durante mucho tiempo. El centro de mi cebolla, lo que informa y moldea todo el resto, corresponde a los fines de la educación, algo sobre lo que nunca me hablaron mientras estuve en el colegio o la universidad, y sobre lo que yo no hablaba cuando empecé como profesor de mi área, pues no hacía parte del currículo.

Tampoco recuerdo haber discutido acerca de los fines cuando trabajé como desarrollador o diseñador instruccional. Las capas externas de mi cebolla parecían ajenas por completo a esta discusión. Lo mismo las teorías de aprendizaje, que son apenas explicaciones de un qué, pero nunca se comprometen de manera directa con un para qué.

No obstante, es claro que esos fines existen, de manera explícita o implícita. Y con mucha frecuencia tienen que ver con ideología, proyectos políticos o económicos. Como en la segunda capa, decisiones que otros tomaron y que cada uno de nosotros vive sin pensar mucho al respecto.

Pienso que la reflexión personal acerca del para qué, que yo no hice en muchos años, y que percibo bastante incipiente en esta área, es fundamental para abordar de una manera diferente las capas externas de la cebolla. Es fundamental, porque al enfrentarse al problema y empezar a definir una posición personal, el sentido de las actividades de formación en las que intervengo cambia por completo.

Mi para qué actual es cercano al que ya ha sido imaginado en el pasado por personas como Dewey, Ilich, Postman, Freire, Holt o Bruner. Coincido con que la educación tiene una misión doble de preservación y subversión. Preservación de esas cosas de nuestra historia y naturaleza que nos permiten entender cómo y por qué estamos en donde estamos, y subversión del status quo para ayudar a nuevas generaciones a encontrar soluciones para los problemas que aquejan a nuestras sociedades, pero ante todo, para que esas nuevas generaciones lo hagan mejor de lo que nosotros lo hemos hecho.

Así que no se trata de capacitar mano de obra productiva, o de generar las competencias necesarias para conseguir un anhelado empleo como simple trabajador del conocimiento, o de volver más competitivo a tal o cual país. Desde mi propia cebolla, se trata de algo mucho más urgente: desarrollar las habilidades que permitan a una nueva generación navegar por un futuro que va a estar lleno de incertidumbres de todo tipo: climáticas, energéticas, sociales, políticas, económicas. Se trata de prepararnos para una transición que, aunque puede ser inevitable (aunque no lo creo), puede ser sensata si pretendemos sobrevivir en este planeta.

Mi para qué, mi fin personal en las actividades en las que intervengo, es estimular la autonomía de quienes hacen parte de ellas, propiciar la interacción entre ellos, reconocer y abrir la puerta a la diversidad de puntos de vista y resultados, y promover la apertura a nuevos puntos de vista e ideas. Estas cuatro condiciones son lo que Stephen Downes llama la ‘condición semántica’ que requiere el aprendizaje en red exitoso. Yo prefiero recordarlas usando la palabra AIDA.

Algo que me gusta de estas características convertidas en fines es que no tratan de comunicar cuál es “la respuesta”, sino que habilitan a cada persona a caminar su propio camino. Como lo pondría Marshall McLuhan, “No quiero que me crean, sólo quiero que piensen”.

Voy a devolverme ahora por las capas de la cebolla, para contarles un poco de cómo mi aproximación ha cambiado en los últimos años, a partir de este proceso.

Mi noción de fines está reflejada por una mirada respecto al aprendizaje que no se apoya en una única teoría, sino que trata de reconocer lo más útil en cada una de ellas pero dando algo de preferencia, hay que decirlo, al enfoque de las redes en el aprendizaje, y a la idea de que la red social externa corresponde a la red neural interna de algún modo, en un proceso de retroalimentación permanente. Cuando cambiamos dentro, nuestra percepción de la externo cambia. Y cuando lo externo cambia, inevitablemente cambiamos. Nos adaptamos permanentemente.

Tal perspectiva del aprendizaje se concreta en un ‘lema’ sencillo: ‘todos somos aprendices’. Curiosamente, en mi experiencia he notado que muchos de nosotros parecemos haber olvidado esto y que, cuando vivimos experiencias que nos ponen en contacto con esta idea, descubrimos que tenemos una capacidad mayor de la que pensábamos, y que todas las cosas que no sabemos son apenas oportunidades para seguir aprendiendo. ¿No debería la educación hacer esto?

Esos convencimientos sobre el aprendizaje impactan, por supuesto, los métodos y técnicas que he usado en mis experiencias de formación docente en los últimos años. Ahora busco propiciar espacios desestructurados y descentralizados, en donde el orden no está predefinido sino que emerge a partir de la interacción presencial o en línea entre personas. En donde cada cual puede elegir, dentro de un marco común, aquellas cosas que necesita o quiere aprender, para aprenderlas luego contando con toda una red de apoyo para hacerlo. En donde reconocer el ambiente personal de aprendizaje, esas circunstancias tan particulares y con frecuencia inconscientes que definen qué y cómo aprendemos, es una tarea clave para proceder a ampliar nuestras posibilidades.

Esas posibilidades incluyen, justamente, a la capa más externa de la cebolla. La tecnología se convierte apenas en un medio para llevar a cabo la interacción, para expresarse. Se vuelve una herramienta para amplificar nuestras posibilidades actuales, un componente que hace visible nuestra red social externa de manera que podamos empezar a hacer conciencia de su configuración y del impacto que tiene en nuestra red neural interna.

Cuando vamos de adentro hacia afuera de la cebolla, dejamos de estar al servicio de la tecnología para empezar a descubrir su potencial a nivel personal. Y cuando lo descubrimos, vemos también que, aunque podemos aprovechar muchas ideas de otras personas, será inevitable que hagamos nuestras propias adaptaciones, en función de nuestras necesidades e intereses específicos. Dejamos de estar enfocados en el “qué” y el “cómo”, para pasar a pensar en el “por qué” y “para qué”.

Sobre todo, recordamos que biológicamente tenemos la habilidad de aprender y adaptarnos permanentemente. Y que podemos hacerlo, pues este no es el tiempo de los nativos, sino que también es nuestro tiempo. Estamos vivos, aquí y ahora, y tenemos la capacidad de observar el mundo, cuestionarlo y decidir cómo actuar ante él. Tenemos la capacidad de decidir que no nos gusta lo que vemos, y arriesgarnos a hacerlo mejor. No porque un documento, la moda o la publicidad lo digan, sino porque lo decidimos.

Lo que he aprendido y experimentado hasta el momento, me sugiere que en lugar de teoría respecto a cómo enseñar a aprender, algo que nos hace falta son modelos de rol que nos inspiren a actuar de una manera diferente. Está en nuestras manos ser esos modelos para quienes nos rodean. Depende sólo de nosotros el lanzarnos a “ser el cambio que queremos ver en el mundo”, como lo indicaba Gandhi.

Pero para hacerlo, tenemos que reflexionar sobre nuestra propia cebolla, empezar a descubrir nuestras propias capas y el centro desde el cual nos movemos. Quiero invitarlos a que este evento sea una excusa para preguntarnos ‘¿para qué?’, y arriesgarnos a responder de manera amplia, crítica y cruda. Ya no es una opción no hacerlo.

Para terminar quiero hacer un breve homenaje a alguien que murió hace un par de días, y que con una simple idea se convirtió en inspiración para muchos de nosotros, en muchos aspectos (Steve Jobs). Arriesguémonos a pensar diferente.

Muchas gracias.

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Todavía no estoy seguro de publicar las dispositivas, o hacerlo en un video con el texto editado.  En cualquier caso, me parece un buen síntoma descubrir que en este tiempo he podido crear una posición personal frente a este tema, que mi práctica se he visto impactada por estas ideas, y ha retroalimentado mis propias percepciones. Por otro lado, la reflexión evidencia mis rutas de interés actual (emergencia, sistemas complejos, teoría de redes, sociedad en transición, entre otras cosas), así como algunas preguntas que no tienen respuesta aún, y que redefinen las fuentes de información de mi PLE. Me pregunto, obviamente, en dónde estaré en tres años más, y eso hace que me sienta muy contento respecto al camino recorrido hasta ahora. Por supuesto, también me hace pensar en cómo (y por dónde) tiene sentido seguir.

Para mi, este ejercicio es una de las evidencias más claras de mi propio aprendizaje. Si mi blog no existiera, y si no asumiera las presentaciones como excusas para aprender, no podría tener esa evidencia. Una razón de peso para tratar de seguir escribiendo. :-)

Pensar en red: las redes sociales en educación

En el pasado mes de Abril, recibí un par de invitaciones para hablar sobre el tema de redes sociales. Una de ellas no se concretó en el último minuto, mientras que la otra (realizada por la Universidad del Norte, de Colombia) llevó a una interesante sesión a través de Elluminate, en la cual compartí con docentes de educación básica algunas ideas acerca de la teoría de redes sociales (una comprensión más amplia que la tecnológica) y de estrategias para reconocerlas y aplicarlas en los espacios de aprendizaje.

Elaborar la presentación fue muy interesante, pues representa un cambio importante con respecto al estilo que venía usando desde hacía rato (al menos en lo referente al color) y me permitió articular en un todo más coherente (finalmente) buena parte del trabajo que vengo desarrollando en los últimos años. Lo que me pareció muy interesante es que con la presentación se hace un poco más claro de qué se trata el reconocimiento y diseño de un ambiente de aprendizaje (sea personal o colectivo) desde la perspectiva de un sistema complejo adaptativo (pues al final una red social es un ejemplo de tal sistema), lo cual es un logro importante para mi.

Esta organización de ideas también abre un camino de exploración personal muy interesante, con el que espero seguir entendiendo por qué las experiencias que he venido proponiendo y desarrollando en estos años, funcionan y han tenido el impacto que he visto. Aunque ya tengo claridad sobre alguna parte de ese sustento (por ejemplo, en las ideas del conectivismo o de otras teorías de aprendizaje, que a su vez me llevan a la teoría de la complejidad y a la neurociencia), a medida que la exploración progresa vuelvo a encontrarme con ideas y percibo posibilidades y consecuencias que antes no veía. Percibir nuevos patrones en lo familiar es el mejor síntoma de que estoy aprendiendo.

Otra de las cosas que encuentro importante es que siento que logré sintetizar en una frase lo que pienso que es la esencia de este enfoque. No se trata de usar una técnica o metodología específica, sino de pensar en red. Pensar en red significa percibir y estimular cierto tipo de relaciones y de señales, y cambiar ciertos supuestos respecto a la forma en la que concebimos distintos espacios de nuestra sociedad (como las metas únicas o los puntos de partida y de llegada iguales, por ejemplo). Significa también, a nivel de los nodos, un trabajo personal, en lugar de personalizado. Inevitablemente, pensar en red tendría que llevar a actuar en red, con todos los cuestionamientos y retos que tal cosa genera (a los cuales Augusto de Franco se refiere con frecuencia). Pero en fin, esto da para una digresión mucho más larga. :)

Una de las claridades esenciales (digo yo) es que lo que está en juego, definitivamente, no es lo tecnológico. Me temo que el futuro próximo puede ser más complicado de lo que imaginamos, así que mi exploración tiene como fin último identificar formas sencillas y contundentes que confronten a otras personas con un panorama más amplio, y que nos permita recordar cosas que siempre hemos sabido, pero que distintas estructuras de nuestro sistema se encargan de hacernos olvidar: tenemos más capacidad de la que creemos, somos exploradores por naturaleza, todavía no tenemos la respuesta final de nada y, por último, está en nuestras manos construir, aquí y ahora, un futuro más justo, más sostenible, más razonable.

Aquí está el video de la presentación:

Con una versión alterna en YouTube, en caso de bloqueos de firewall :). También están disponibles los slides correspondientes:

Como de costumbre, comentarios, sugerencias y aportes que me permitan comprender mejor estas ideas y refinar mi pensamiento, son muy bienvenidos. :)

El propósito de la educación #purposedes

(Este post hace parte de #purposedes, por una gentil invitación de Linda Castañeda. 500 palabras no fueron suficientes. 😉 )

Detrás del título de este post parece existir una curiosa premisa: hay un sólo propósito para una sola educación.

Pero, ¿hay una única educación? Basta con mirar alrededor para notar que no es así. ¿Hay un único propósito para ella? Por el contrario, pareciera que hay tantos propósitos (muchos de ellos no discutidos) como visiones (muchas de ellas ni siquiera conscientes). Mientras algunos tipos de educación (habitualmente privados) forman líderes, otros (habitualmente públicos) forman empleados.  Mientras algunos protegen valores y expresiones culturales que consideran esenciales, otros se concentran en los “contenidos” que “hay que saber”. No toda la educación está en crisis, pues muchas instituciones están desarrollando a cabalidad su tarea de formar a los ciudadanos que podrán ser parte activa del mundo al que estamos entrando. Ahora, que la mayoría de las personas no tengan acceso a este tipo de educación es un problema muy diferente.

Así que la premisa no es válida.  Sin embargo, en estos días en los que la distancia desaparece gracias a nuestras herramientas de comunicación, pareciera que cuando hablamos del “estado de la educación” o de su “situación de relevancia en un mundo tan cambiante”, nos estamos refiriendo a una única educación, a un único nivel, a un único sistema educativo.  Tal vez por eso terminamos suponiendo que este único sistema educativo debería tener un propósito claro, que atendiera a las necesidades de una sociedad y un ciudadano más globalizados, en un entorno muy diferente a aquel que vió la proliferación de los sistemas educativos formales en el siglo 19. ¿No?

De hecho, en nuestro discurso solemos suponer que existe un único propósito. ¿Y quién piensa en él? Me temo que este elusivo tema se va construyendo a retazos en las decisiones diarias y el lenguaje (aparentemente inocuos) de organizaciones y personas de todos los sectores y niveles de la sociedad. Mientras unos claman por competitividad, otros claman por competencias digitales. Mientras unos buscan empleados competentes, otros suponen que el manejo efectivo de los “juguetes” que tenemos actualmente será suficiente.  Todos suponen (¿suponemos?) que saben cuál es el verdadero propósito.

Pero, a pesar de no existir un único propósito o una idea única de educación, sí hay algo común a cualquier expresión, antigua o moderna, de la misma: siempre ha sido organizada alrededor de aquello que debe ser transmitido a las nuevas generaciones, que debe ser protegido, según el parecer de un grupo pequeño con una ideología, creencias e intereses específicos. Aquel que está siendo educado nunca ha tenido mucho poder de decisión frente a lo que está viviendo, y el proceso siempre ha generado una diferencia tangible entre los ‘educados’ y los no ‘educados’. En esa medida, el ejercicio de hablar acerca del propósito de la educación nos lleva a exponer las creencias más profundas que cada cual tiene sobre lo que debe ser transmitido a las nuevas generaciones: valores, dogmas, status quo, modelos económicos, etc. En parte por eso me cuesta trabajo pensar cuál es el propósito de la educación, pues significaría asumir que aquellas cosas que yo (o un colectivo del que hago parte consciente o inconscientemente) considero como buenas/útiles/importantes deben serlo también para muchas otras personas.

La educación por y para un grupo minoritario es tan recurrente en la historia de nuestra especie, que la obsesión moderna con la alfabetización universal (¿o con la escolarización universal?) en una aparente búsqueda por la equidad resulta completamente atípica. Esa obsesión ha generado un sistema educativo que cuestionamos y cuyo propósito discutimos, pero que es el que nos ha traído hasta aquí con todo lo bueno (esperanza de vida, alguna seguridad social, posibilidades de comunicación y aprendizaje imposibles hace sólo 10 años) y lo malo (profunda inequidad social, crisis energética y climática).

Y en medio de ese proceso olvidamos que los actuales propósitos y narrativas centralizados que hemos asumido como únicos, sólo funcionan en un mundo con petróleo barato.  En el mundo en transición que se avecina, esas narrativas tambalean. En tal mundo, las visiones particulares y los propósitos múltiples, las narrativas distribuidas y locales, no son sólo inevitables sino indispensables. El gran reto que tenemos es hacerlas visibles, reconocerlas y reconstruirlas.

Cabe preguntarse qué podrían tener en común esas múltiples narrativas.  Mark Federman argumenta que estamos en la mitad de un proceso de transición histórica que no empezó con los computadores sino con la demostración (en 1844) de la primera tecnología de comunicación eléctrica: el telégrafo. Según Federman, si la aparición de la escritura y de la imprenta sirven de indicadores, simplemente no tenemos idea de cuál será la configuración “estable” que se produzca al final de este período.  ¿Cómo planear entonces para un futuro indeterminado?

Desde mi perspectiva, las nuevas narrativas tendrían que recordarnos que somos mucho más que la tecnología o los productos de moda, mucho más que el dinero o el prestigio que tenemos o no tenemos, mucho más que competencias, competitividad, puestos en un ranking o indicadores en un estudio, mucho más que una sola perspectiva o un único propósito. Tal vez lo que tendría que ser común a cualquier educación que mire hacia el futuro no tiene que ver con las competencias o los saberes (sean digitales o de cualquier tipo), sino con la comprensión de cuál es nuestro lugar en la historia (global y local) de nuestra especie, y cuáles son las cosas por las que vale la pena luchar, aquellas que nos ennoblecen como seres humanos y que nos hacen verdaderamente únicos como individuos.  Esto es, si lo consideramos algo tan valioso como para querer aprenderlo y conservarlo.

NOTA: Este post está inspirado en ideas mucho mejor expresadas en el pasado por Neil Postman, Ivan Illich, Marshall McLuhan y John Holt. Muchos otros referentes importantes pueden haber sido omitidos sin intención. Gracias enormes a Marie por su invaluable ayuda en la revisión y edición.