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Viviendo en las nubes

**Este post fue escrito el 26 de Noviembre, a bordo de un avión y después en la sala de espera del Puente Aéreo, en Bogotá. Es publicado hasta ahora debido al caos tecnológico en el que me encuentro**

Hace algunas semanas, le decía a Marie que me habría gustado viajar más por el país mientras estuve en el Ministerio de Educación, pues me concentré tanto en las labores de gestión que era necesario movilizar desde Bogotá, que no aproveché mi situación para visitar muchos lugares que no conozco (hay personas que, por otro lado, de veras aprovechan cada oportunidad de viajar, en ocasiones a costa de asuntos urgentes, que no pueden ser atendidos a distancia).

Y en este caso fui víctima de las consecuencias de una curiosa advertencia, que no se de dónde salió: "Ten cuidado con lo que deseas, porque se te podría cumplir".

De manera inesperada, me fue solicitado que estuviera presente en todos los talleres EduCamp de este año, cuando inicialmente tenía previsto participar de manera directa solamente en el de Bogotá. Y esta solicitud me implicó entrar en una apretada agenda de viajes alrededor del país, con una primera ronda en esta semana, que en principio me llevaría a Montería (lunes), Pereira (martes) y Cartagena (miércoles), regresando directo a Rio de Janeiro el día jueves. Bastante apretado (por no decir desgastante).

Estoy en este momento, día miércoles a las 10:20a.m., en un Airbus 319, en ruta entre Bogotá y Pereira. El piloto acaba de avisar que, debido a las condiciones meteorológicas en Pereira (léase “está lloviendo de una manera ridícula”), debemos regresar a Bogotá. Esto, después de casi una hora y media de vuelo, que hemos pasado en su mayor parte sobrevolando Pereira, mientras todos esperábamos (con alguna esperanza) que las nubes nos permitieran llegar a nuestro destino. En mi caso, llegar al taller del día de hoy.

Esta es una situación, que aunque molesta, se escapa del control de Avianca. Lo malo es que es la segunda vez en dos días…

Anoche llegué al Puente Aéreo de Bogotá a las 6:30p.m., con intención de abordar el último vuelo a Pereira, a las 8:40 de la noche. Luego de abordar y obtener un inesperado cambio de categoría (me pasaron a primera clase), me entretuve aprendiendo a usar el sistema de entretenimiento que el Airbus 319 tiene. Fue bastante interesante sentirme en modo de exploración tecnológica una vez más, usando una interfaz poco común en nuestro medio (descubriendo para empezar en dónde estaba la pantalla que correspondía a mi silla, ubicada en la primera fila). Cuando estaba empezando a disfrutar el asunto, llegó el anuncio de acercamiento al aeropuerto de Pereira, lo cual me obligó a apagar todo.

Un momento después, el piloto anunció que había una nube en la cabecera de la pista del aeropuerto de Pereira, y que estaríamos sobrevolando esperando a que las condiciones mejoraran. Pero esto nunca ocurrió. Por el contrario, empeoraron, y a las 10:30p.m., el piloto anunció que tendríamos que regresar a Bogotá, pues el aeropuerto de Pereira cerraba su operación a esa hora. Incluso si la nube desaparecía, no habría manera de aterrizar.

Así que casi a las 11:00 p.m. regresamos a Bogotá, a tomar un autobús que nos llevaría al Hotel Bacatá, en el centro de la ciudad, para dormir un rato y regresar al aeropuerto a las 5:00 a.m., para intentar tomar el primer vuelo del día siguiente.

Así, con pocas horas de sueño y mucha esperanza, regresamos hoy en la madrugada, sólo para encontrar que el aeropuerto seguía cerrado. Y estuvo así hasta las 8:15a.m., cuando nos autorizaron para abordar nuevamente.

Y eso me lleva a este momento, cuando el piloto acaba de anunciar que estamos próximos a aterrizar de regreso en Bogotá. Con lo cual los 120 pasajeros que estamos a bordo, incluyendo bebés, niños, adultos y ancianos, completamos más de 12 horas de un infructuoso viaje a una ciudad que sigue aislada por vía aérea debido al mal tiempo.

La tripulación se ve tensa, y parece que hay una persona a bordo con fiebre desde hace algún rato. Con razón, se escuchan voces de muchas personas reclamando y pidiendo a los otros pasajeros que no abandonemos el avión. Muchos prefieren esperar a bordo que regresar a la sala de espera. El estar aquí, al menos les da la esperanza de que volveremos a despegar. Ya se ve por la ventanilla la verde sabana de Bogotá, nublada pero con la posibilidad de aterrizar. Estamos de regreso en donde empezamos, más cansados y, en muchos casos, sin siquiera con un desayuno.

Y para completar el absurdo, hay una grabación que suena en el momento del aterrizaje, diciendo “Hemos llegado a nuestro destino…”, la cual genera risas en unos y nuevos reclamos en otros.

Y así se pasa la vida. Doce, catorce horas atrapados entre aeropuertos y aviones. Sin posibilidad de culpar a nadie, pues estamos ante un evento climático que está fuera del control de un piloto, de una tripulación o de una empresa. El regreso a Bogotá ha sido siempre la opción más segura, pues no podemos correr el riesgo de quedarnos sin combustible.

A pesar de toda la tecnología que pude ver en este nuevo avión, una nube tormentosa ha bastado para cambiar los planes de 120 personas, y de toda una organización aérea. Parece un recordatorio de cuán poco podemos hacer frente a los fenómenos naturales. De cuán irrelevantes son nuestros importantes problemas y nuestras apretadas agendas ante una naturaleza que simplemente sigue su curso.

[...]

Finalmente, mi decisión fue no viajar a Pereira, pues el siguiente vuelo estaba previsto para las 2:50p.m. Así que ahora estoy de nuevo en una sala de espera, con la intención de abordar un vuelo a Cartagena, que me permita asistir al taller de mañana. Como adiciones a un día de por sí bastante extraño, ví al expresidente Andrés Pastrana llegar en un vuelo al mismo tiempo que nosotros, y después me encontré con otro personaje de nuestra vida nacional, en la oficina de tiquetes y reservas, y luego en la sala de espera.

El recordado Faustino Asprilla terminó sentado a una mesa de distancia de donde me encuentro, y por casualidad (porque estaba detrás de él) pude observar algunos de sus hábitos de uso de Internet. Vale la pena aclarar que esta es la sala VIP de Avianca, así que el computador frente al que él se encuentra sentado es de uso público. Tan público, que la persona en el computador que está a su lado es una niña de alrededor de 10-11 años, que está navegando por una página de juegos infantiles.

Nada de esto sería relevante, de no ser porque las fotografías que Asprilla abre desde su correo y desde su MSN, van desde modelos en traje de baño, hasta imágenes absolutamente explícitas (léase desnudos y primeros planos de otras partes más privadas de la anatomía femenina), que aparecen en todo su esplendor al lado de esta niña, a la vista de quienes se encuentran cerca en la sala, y que quedan almacenadas en el disco del computador que está utilizando.

No pretendo entrar a cuestionar o valorar el consumo de imágenes pornográficas, pues de veras pienso que es una opción personal. Pero sí considero inevitable decir que una figura pública como Asprilla debería ser más cuidadosa en este sentido. No se trata de puritanismo, sino de ser consciente de que está en un lugar público, que tiene a una menor de edad al lado, y que su historia de vida lo convierte, de alguna manera, en un modelo de rol para muchas personas.

Todo esto me lleva a preguntarme acerca de cuáles serán los hábitos de uso del computador de muchos de nuestros líderes (sean políticos, deportivos o de opinión), y hasta qué punto existe conciencia sobre las posibilidades y potencial de la red. Me asusta un poco pensar que toda la tinta y bits que tantas personas han gastado hablando sobre ello, no tiene ninguna incidencia sobre las personas que tienen la posibilidad, por una u otra razón, de marcar una diferencia rápidamente visible.

Así que andar entre aeropuertos no me alejó de la reflexión sobre los temas que me inquietan. Supongo que hay algunas conexiones neuronales en mi cerebro, que por causa del uso recurrente me están llevando a ver en el mundo ciertas cosas, que vuelven una y otra vez. Todo por cuenta de vivir en las nubes durante una pequeña temporada...


*cracia

Usualmente no escribo sobre estos temas, pero tengo en cola unos cuantos enlaces que me encontré hace algunos días, y una conversación reciente, así como toda la discusión que ha despertado el asunto de las pirámides en Colombia, me ha llevado a querer poner en "escala de grises" (no en blanco y negro) algunas ideas sobre cómo funciona nuestro gobierno.

Hace un par de semanas, TED publicó una corta charla (con una edición un tanto extraña, vale la pena decirlo) de Lee Smolin, un investigador del Perimeter Institute for Theoretical Physics.

El argumento central de Smolin es que es posible establecer un paralelo entre la evolución de las explicaciones cosmológicas (espacio y tiempo) y nuestros conceptos de sociedad (que se reflejan a su vez en las formas de gobierno predominantes para un período histórico determinado). No es claro si existe una causalidad entre los dos fenómenos, o si existen componentes adicionales que incidan, pero a grandes rasgos la idea es que hay tres etapas de evolución (tomadas de la presentación de Smolin):

Universo jerárquico
Todas las propiedades se definen con respecto a una jerarquía.
El observador/Dios se encuentra en un sitio perfecto, por fuera del universo.
Cosmología aristotélicaSociedad Medieval
Universo "liberal" Newtoniano
Las propiedades (derechos) están definidas con respecto a un trasfondo eterno y absoluto de espacio y tiempo.
Todos los átomos son iguales, todos tienen propiedades (derechos) independientes de las relaciones con otros.
El observador onmisciente,"Dios", está fuera del universo
Física NewtonianaPolítica liberal y teoría legal
El universo relacional/pluralista
El universo no es sino una red de relaciones en continua evolución.
Todas las propiedades son acerca de relaciones entre subsistemas.
No hay un observador ni una vista desde fuera del universo, sólo observadores internos con miradas parciales.
Relatividad general.
Teoría cuántica
Estudios legales críticos

El asunto es que, según Smolin, si no existe la posiblidad de tener una mirada del universo desde "afuera", deja de existir la noción de un creador eterno y absoluto, que pueda "imponer orden". De igual manera, el orden no puede ser explicado mediante leyes eternas. Por eso, en un universo relacional, el orden y la complejidad deben explicarse mediante procesos de auto-organización.

Por otro lado, Smolin indica que "Darwin enseña que hay procesos de auto-organización suficientes para explicar la complejidad que observamos" y que "la selección natural actúa sólo en propiedades relacionales" (por ejemplo, tal especie/individuo es más "apta" que tal otra), y luego plantea cómo la democracia se relaciona con estas ideas:

La democracia, vista desde esta persepectiva, es un proceso de evolución continua por el cual los humanos actuamos para orgnizar nuestras redes de relaciones que están en continuo desarrollo.

Smolin propone que la ciencia moderna funciona de la misma forma que la democracia:

Tanto los procesos científicos como los democráticos requieren un razonamiento a partir de evidencia compartida pero incompleta, hacia un consenso limitado pero en constante expansión.

Smolin sugiere también que la ciencia "funciona porque los científicos son miembros de comunidades éticas".

Ahora, todo esto es muy interesante, pero por momentos lo percibo como bastante "romántico". Me pregunto hasta qué punto los procesos democráticos son razonados, por ejemplo, y hasta qué punto se apoyan en la evidencia. Pienso que Smolin está ignorando por completo otras fuerzas (como las económicas o políticas, por ejemplo) que determinan en gran medida cómo funcionan nuestras democracias.

Hace algunos días, conversando con un par de buenas amigas, una de ellas opinaba lo siguiente: El sistema de gobierno más razonable es la aristocracia. Claramente, esta es una opinión controversial,y lo es debido al imaginario más fuerte que tenemos sobre lo que significa "aristocracia", el cual está asociado al período medieval. Por defecto, asociamos "aristocracia" con "nobleza" (entendiendo nobleza como la calidad de "noble", basada en títulos nobiliarios hereditarios).

No obstante, en su concepción etimológica griega, aristokratia significa 'el gobierno de los mejores'. Por supuesto, es indispensable imaginar qué significa ser "mejor" en este contexto. Pero, si seguimos el camino de Smolin, parecería que el "mejor", tendría que serlo en un sentido darwiniano. El problema es que tal sentido es claramente reduccionista, pues el impulso de supervivencia (pasar los genes a la próxima generación) que mueve a la evolución puede ser omitido para satisfacer otras necesidades inherentes a los seres humanos. En realidad, la noción de "mejor" está asociada a momentos históricos y culturales determinados.

Ahora, por su parte, democracia significa "el gobierno de la mayoría". Y no es nada difícil hallar ejemplos en los cuales una mayoría puede no sólo estar equivocada, sino ser abiertamente arbitraria. Además, la mayoría puede no incluir necesariamente a los "mejores".

Pero, si observamos a la generalidad de las personas que nos han gobernado (y no me estoy refiriendo exclusivamente al actual gobierno) parecería que en realidad estamos en una plutocracia, en donde el concepto de "mejor" está asociado al poder económico. El asunto podría ser peor, pues en la medida en que los valores estéticos cobran predominancia, podríamos terminar gobernados excluisivamente por quienes "se ven bien". Aún no estamos allí, pero el impacto de la cultura audiovisual (como argumenta Neil Postman) nos ha condicionado poco a poco a no escuchar solamente el mensaje, sino a prestar especial cuidado a cómo se ve quién lo transmite.

Una reciente decisión del Congreso parece haber afectado la contratación de empleados públicos por méritos (algo que hemos dado en llamar meritocracia), y en los periódicos se encuentran reacciones airadas de muchas personas que siguieron los procesos de selección basado en méritos que estaban siendo promovidos. Lo que llama mi atención es la forma en la cual se usa la palabra meritocracia, pues más allá de un asunto laboral, significa "gobierno de aquellos que merecen gobernar". Y otra vez el mismo asunto: qué significa "merecer"?

Al final, estoy en desacuerdo con Smolin cuando expresa su idea de democracia, pues un "gobierno de la mayoría" siempre será susceptible de los mecanismos psicológicos que afectan a las mayorías (comportamiento de manada, aversión a la pérdida, etc.).

Lo cual me lleva a preguntarme si lo que prefiero es que no exista un gobierno. Y claramente la respuesta no es esa tampoco, pues a pesar de todas sus limitaciones y equivocaciones, es la existencia de una estructura estatal la que me permite trabajar en lo que quiero y dedicarme a pensar en cosas que van más allá de la mera supervivencia. La inexistencia de un Estado (una de las ideas asociadaa con la anarquía), lejos de llevarnos a un estado ideal de libertad absoluta sin implicaciones de desorden, convertiría a buena parte (si no la mayoría de la población) en carne de cañón para el abuso continuado por parte de aquellos com mayor poder.

Pero, um, en dónde estamos entonces? Es fácil identificar en nuestro sistema actual (que se supone no es anárquico) a grupos poblacionales que son precisamente "carne de cañon" de grupos con poder. Comunidades desplazadas por violencia, familias enteras que son rehenes de sistemas bancarios (y que a veces terminan buscando dinero fácil, así sea en una pirámide). Es la misión del Estado entonces "proteger" a los "desprotegidos"?

Una pregunta como esa implica identificar quiénes son "desprotegidos", y acordar entre toda una sociedad los mecanismos para "protegerlos", lo que da para otra discusión aún más compleja, sobre todo en un país con las condiciones que tiene Colombia.

La lección personal en la que quisiera enfocarme es en que la democracia, como la conocemos actualmente, no está representando en realidad los intereses de los ciudadanos. No estamos en un sistema de gobierno de la mayoría (y tampoco lo estaríamos si fuéramos un país comunista, para poner un extremo). Y nunca lo vamos a estar, mientras los contactos (las "palancas", que parecen ser nuestra versión del "social networking") sigan siendo la forma preferida de acceder a posiciones de gobierno. Tal vez así como elegimos presidentes y alcaldes, deberíamos elegir a otros servidores públicos. Una sistema con un alto nivel de transparencia ayudaría, posiblemente, a tener un gobierno conformado por personas con mayores méritos.

Pero tal nivel de transparencia depende en buena parte de acceso a información y de oluntad de participar de manera activa en este tipo de procesos. Las dos son condiciones que parecen ser bastante escasas en nuestro país.

Pero existen algunos ejemplos de iniciativas (no he buscado en español, pues estas me las encontré de manera fortuita) que buscan ayudarnos a repensar cómo la participación ciudadana puede tener un papel más directo en las decisiones de gobierno. Llevado al extremo, un país en el cual el ecosistema informativo y participativo funcionara de manera adecuada, no requeriría concejales, senadores e incluso presidentes, pues las decisiones serían tomadas de manera directa por la población.

Es claramente utópico, pero no deja de ser interesante explorar estas ideas:

En una conferencia en la que estuve en esta semana, un participante decía que estábamos "en un evento académico y no político". Que era necesario "dejar la política afuera y concentrarse en lo científico". Para mi, está empezando a resultar imposible hacer eso. Y me pregunto hasta qué punto tal perspectiva tiene mucha responsabilidad en la situación actual que vivimos.

Es imposible dejar afuera la política, pues con cada acción que hacemos, estamos representando una visión determinada del mundo. El problema es que a menudo no somos conscientes de cuál es.

Empiezo a entender por qué no escribo a menudo sobre estas cosas. En realidad es difícil hacerlo. :D

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Cuándo es suficiente?

Lo corrido de este año ha representado muchos aprendizajes, en muchos sentidos.

Tal vez uno de los más difíciles ha sido encontrar que muchas personas que se encuentran en cargos de alta responsabilidad y poder, y que usan esta situación para movilizar sus propios fines (como todos lo hacemos, probablemente), en ocasiones se encargan de paralizar y acabar, mediante la inercia y el silencio deliberado, los esfuerzos y labores que han consumido no sólo tiempo, sino el esfuerzo de muchísimas personas.

Por supuesto, cabe preguntarse si tales esfuerzos apuntaban hacia algún lugar sensato o no. De ninguna manera tendría sentido seguir apoyando cosas que no tenían sentido alguno. Lo incómodo es cuando estos supuestos de fondo ni siquiera son discutidos de manera abierta, sino que mediante acciones que podrían llamarse 'hipócritas' (así suene fuerte el término), se pone zancadilla a las acciones de otros.

Pero, ¿y cuando el sentido de lo que se hace es no solo conocido sino elogiado por expertos de las áreas involucradas? ¿Acaso la opinión de una (o unas pocas) persona es suficiente para alterar el rumbo de cosas que son valiosas para todo un país?

Aquí entran en juego muchas reflexiones e información que he revisado en los últimos meses... Por un lado, cada vez es más claro para mi que los humanos no somos tan racionales como pretendemos serlo. Diversos libros (como Predictably Irrational, o Sway) lo muestran de manera bastante clara. El problema es que tanto nuestros estados emocionales como nuestros problemas psicológicos sí tienen una gran incidencia en las decisiones que tomamos. Y de ninguna manera esto toma un tinte sexista. Un profesional exitoso (hombre o mujer) con neurosis de complacencia, o con asuntos de abuso de poder no resueltos, puede terminar tomando decisiones completamente nocivas (o claramente arbitrarias) sobre temas de tipo técnico, mientras alimenta de manera inconsciente sus propios problemas psicológicos no resueltos. Y, con excepción de algunos cuantos iluminados alrededor del planeta, todos tenemos algún tipo de problema no resuelto. Que puede exacerbarse rápidamente cuando estamos en una posición de poder.

Por otro lado, quienes están en posiciones de poder no necesariamente son las personas más idóneas (que no significa solamente capacitadas o formadas), ni cuentan con la información y la perspectiva suficiente para estar en tales posiciones. Un ejemplo claro lo muestra el caos actual del sistema financiero estadounidense, por ejemplo. Ejecutivos con salarios escandalosos, otorgados en función de su supuesta capacidad de liderar de manera adecuada a empresas inmensas, no fueron capaces de tomar las decisiones correctas para prevenir la crisis. Pero claramente no es solamente responsabilidad de ellos, sino que muchos otros factores intervienen, como por ejemplo las decisiones que legisladores y directivos de organismos gubernamentales tomaron a lo largo de muchos años.

Pero también lo vemos a nuestro alrededor todos los días. ¿Por qué suponemos con frecuencia que si alguien es profesor, director de departamento, decano, rector, viceministro, ministro o presidente (por sólo mencionar algunos ejemplos de la política y la academia), en consecuencia debe tener la razón? Puedo recordar con total claridad ejemplos de profesores cuyo propósito en las evaluaciones era "eliminar la competencia", de directores de departamento con visiones parciales de lo que tenía sentido hacer (según su parecer personal), así como de directivos que inspiran terror entre sus colaboradores, quienes a su vez aprenden a estar indefensos ante los estados de ánimo de sus jefes, y a tratar de complacerlos de todas las maneras posibles, a riesgo de perder sus trabajos. ¿Acaso esto tiene sentido?

¿Por qué sucumbimos ante la "autoridad" que estos roles dan a las personas? ¿Por qué no somos capaces de cuestionar sus acciones de manera efectiva? ¿Y si estas personas no están lo suficientemente bien informadas? ¿Y si las decisiones que toman son, a la larga, nocivas?

(Es claro para mí en este momento que cuando usa la tercera persona del plural, en realidad debería estar usando la primera persona, pues probablemente estos son rasgos que están presentes en mi. No obstante, he presenciado tantas veces estas actitudes en otros, que siento que no es del todo incorrecto el hablar de "nosotros", sin desconocer que hay muchas personas que gozan de esta capacidad de discusión que a tantos otros nos falta)

Cuando las decisiones de cualquiera de estas personas terminan siendo nocivas, igual el cargo que desempeñaron entrará a hacer parte de su hoja de vida, y las acciones que hicieron (o que impidieron hacer) podrán ser cuestionadas por "la historia" (o no). Y así, poco a poco, se va tejiendo el entramado de nuestra sociedad. Quien tiene el turno de encontrarse en el poder, se encarga de asegurar su posición a toda costa, y quienes son afectados de manera directa o indirecta por sus acciones, a menudo ni siquiera se enteran de todos los hilos que se mueven tras bambalinas. Buenas o malas, razonables o no, nuevas cosas se ponen en marcha, tan sólo para ser cuestionadas (y en ocasiones desmanteladas) por quienes llegan más tarde al poder, o para ser continuadas porque ya no hay otra opción.

Así se teje el entramado de nuestro mundo, lleno en ocasiones de buenas intenciones (y en ocasiones de simples caprichos), dejándonos sólo la esperanza que, eventualmente, los errores serán corregidos y avanzaremos en alguna dirección con seguridad y sentido. El problema es que los errores nos cuestan mucho, como individuos y como especie.

Y está bien equivocarse. El problema es cuando nos equivocamos simplemente porque aquellos en quienes delegamos responsabilidades claves de nuestra sociedad, no eran las personas adecuadas para desempeñarlas.

Y la indefensión sigue creciendo, a tal punto que sentimos que no hay nada por hacer. Y que lo más sensato y saludable es dejar el paso a los otros, para que hagan lo que consideren correcto, mientras nos sentamos a un lado a mirar el dantesco espectáculo. Porque actuar de otra manera excede nuestra capacidad individual, y no tenemos capacidad de movilización colectiva (que vaya más allá de una mera protesta).

Dicen que el camino al infierno está lleno de buenas intenciones. Poco a poco, empiezo a creer que es cierto. Y me inquieta, porque en ocasiones avanzamos en esa dirección sin encontrar mucho para alterarla.

Lo triste de una reflexión como esta (así como muchas otras), es que difícilmente podrá ser más que eso. Porque "cambiar las cosas" significa convencer y organizar a muchas personas para actuar de manera coordinada, pues cada una de ellas está tan ocupada tratando de sobrevivir, tan enfocada en sus propios problemas, tan atrapada en sus propias ideas (obviamente, me incluyo allí), que no está dispuesta a ver otros caminos, y mucho menos a luchar por ellos. A menudo, ni siquiera estamos dispuestos a conversar con otros sobre cosas como estas, pues es taaaaan aburrido...

Y mientras tanto, el mundo sigue su camino. Para bien o para mal.

Música de fondo:
Ludwig van Beethoven - Ode to Joy
Franz Schubert - , D760. presto
Wolfgang Amadeus Mozart - Requiem
Franz Liszt - Hungarian Rhapsody No. 2
Johannes Brahms - Cradle Song
Sergei Rachmaninoff - Moderato
Aaron Copland - Molto deliberato
Ralph Vaughan Williams - The Lark Ascending

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Las certezas…

A medida que pasa el tiempo, me inquietan cada vez más las certezas...

Vorbis volvió a sentarse.

"Qué es lo que temen?" dijo. "Aquí en el desierto, con sus... dioses? No será que, en el fondo de sus almas, saben que sus dioses son tan cambiantes como la arena?"

"Oh, si," dijo el Tirano. "Sabemos eso. Siempre ha sido un punto a su favor. Conocemos la arena. Y tu dios es una roca, y conocemos las rocas."

Terry Pratchett, Dioses Menores

"Pero todo esto es cierto?" dijo Brutha.

Didáctilos se encogió de hombros. "Podría serlo. Podría serlo. Estamos aquí y es ahora. De la manera en que lo veo, todo tiende hacia la suposición."

"Quieres decir que no sabes si es verdad?" dijo Brutha.

"Pienso que podría serlo," respondió Didáctilos. "Podría estar equivocado. Ser filósofo se trata de no tener certeza."

Terry Pratchett, Dioses Menores

Las certezas son peligrosas. Lo son porque un exceso de certeza te puede cegar ante otras posiblidades. Un exceso de certeza te puede llevar al fundamentalismo, y a descalificar a quienes no piensan como tú. Un exceso de certeza puede llevarte a creer que debes mostrarle a otros cuán equivocados están.

Pero entonces, ¿a qué nos aferramos? A aquello que parezca tener sentido, hasta que aparezca algo que cuestione esa certeza. Tal vez el secreto está en mantener la mente abierta frente a nuevas ideas, nuevas posiblidades. Y desconfiar de tener la razón. Todo el tiempo.

¿Un profesor requiere tener certezas?

A un nivel físico fundamental (de nuestra realidad material) aplica un principio que ha sido llamado "de incertidumbre" (no es posible saber la posición y la velocidad de una partícula a la vez). Curiosamente, los físicos más brillantes son los primeros en reconocer que no sabemos muchas cosas acerca del mundo que nos rodea.

¿No deberíamos aprender esa incertidumbre en la escuela? Curiosamente, algo que recuerdo de mis años de colegio y de universidad (un poco menos, pero igual estaba presente) es haber memorizado y tratado de comprender muchas cosas que parecían certezas totales. Al salir de la universidad (y peor aún siendo ingeniero, con el debido respeto para mis colegas), en realidad estaba convencido de saber cómo funcionaba el mundo, y qué técnica/metodología/procedimiento era requerido para resolver cualquier problema. Así que probablemente podría decir que la mayor parte de mis profesores tenían grandes, inmensas certezas.

Curiosamente, empecé a encontrar esas certezas en otras áreas muy rápidamente. Certezas como "el conductismo es 'malo'" o "el constructivismo ES la manera" o "dado que este profesor lleva tantos años enseñando lo mismo, sin duda es un experto en la manera adecuada de enseñarlo" (pero lo es objetivamente?). Curiosamente, ahora veo que quienes no tenían esas certezas eran en realidad algunas de las personas más críticas que he conocido.

Pero sólo durante mi estadía en el MEN, llegué a tomar conciencia respecto a cuán poco sabemos sobre el mundo, y cuán poca información usamos para tomar decisiones. Descubrí que a menudo, decisiones muy importantes son tomadas a partir de la experiencia personal (exclusivamente) o, en el caso aún más inquietante, pero más visible en nuestra sociedad, a partir de la conveniencia personal, o en nombre de la conveniencia de un colectivo que no corresponde a toda la sociedad.

Así que ahora veo, no con desconfianza, sino con curiosidad a quienes expresan de manera contundente sus certezas. Y digo curiosidad porque, en lo personal, siento que sé tan poco sobre el mundo, sobre cómo funcionamos los humanos, sobre qué tiene sentido para otros, que encontrar a alguien que cree tener 'la' respuesta es fascinante.

¿Eso me hace un profesional menos competente? Pienso que no, pues la falta de certeza me mueve permanentemente a tratar de comprender un poco más mi entorno, a tratar de mejorar aquellas cosas que parecieran estar en orden, y a buscar conexiones entre cosas que parecen no estar conectadas.

Este asunto de las certezas se ha hecho especialmente evidente en estos últimos meses en los cuales, por causa de haber estado en un congreso de estudios de ciencia, tecnología y sociedad, he empezado a percibir una parte de algunas peligrosas certezas sobre la tecnología informática, que hace tres meses no habría logrado ver. Certezas como que la brecha digital es algo que tenemos que resolver a como de lugar, o que la sociedad de la información es el estado deseable y factible para lograr desarrollo económico y bienestar.

Sin estarme volviendo tecnófobo (un tecnófobo con un blog?? :D ), sí tengo curiosidad por saber más de esas historias que no nos han contado. Por entender más acerca de las motivaciones detrás de muchos fenómenos que vemos y aceptamos por completo en estos días. Tengo curiosidad de entender por qué creo lo que creo, para decidir si tiene o no sentido creerlo.

Por eso, en este momento me gusta más la arena. Porque las certezas son rocas, y todos conocemos a las rocas.