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Pequeños planetas…

Como decía en mi entrada sobre mis primeros experimentos con GIF animados, tenía otra cosa entre el tintero por explorar. Encontré este video entre las estupendas recomendaciones de Petapixel:

Esta es una de esas cosas que inevitablemente obligan a pensar: ¿cómo se hizo? Resulta que el asunto no es tan complicado, después de todo. Los panoramas son capturados usando cuatro cámaras que disparan de manera simultánea. En algunos casos se trata de largas exposiciones (que son las que generan las populares líneas en el cielo en las fotografías nocturnas), pero en general se trata de exposiciones cortas realizadas en repetidas ocasiones a lo largo de un período de tiempo de, digamos, una hora. Luego, las imágenes en secuencia son procesadas para generar los videos timelapse.

Pero hay algunos casos especiales, en los que las estrellas parecen girar por detrás de lo que parece ser un pequeño planeta. Eso no lo había visto antes. ¿Cómo se hace?

El secreto del asunto está en algo que uno aprende en cursos de matemáticas pero que no había tenido mucha utilidad en mi día a día: las coordenadas polares. El efecto de los “pequeños planetas”, algunos de los cuales parecen sacados de ilustraciones de El Principito, depende de coordenadas polares para generar una proyección estereográfica, y funciona mejor con panoramas. Sabiendo eso, era hora de empezar a probar.

Así que me devolví a panoramas que tomé hace ya 10 años en la isla de Providencia, a ver si alguno podía funcionar. Usé primero las instrucciones de Photojojo, que me llevaron rápidamente a tener mis primeros ‘planetas’. Ejemplos:

Providencia
Lover’s Lane, en Providencia (2004)
Lover's Lane Planet
Planeta Providencia

El método es bastante sencillo:

  • Tome el panorama y vuelva la imagen cuadrada. Para no tener tanta distorsión, es preferible usar una imagen que no sea tan rectangular como el panorama que yo usé.
  • Ayuda que la imagen tenga una franja superior de cielo que contraste con el resto de la imagen.
  • Cuando tenga la imagen cuadrada, gírela 180 grados.
  • Use el filtro de Coordenadas polares de su editor de imágenes. En mi caso, usando Photoshop, estaba en Filter>Distort.
  • Edite lo necesario para suavizar los puntos de contacto.

Este último paso me obligó a recordar (y mejorar!) mis habilidades de clonación y retoque de imágenes. Si bien esta es una tarea realmente compleja, algo logré. Sobre todo después de ver este tutorial del siempre oportuno Smashing Magazine.

Nuevo intento, esta vez con un panorama de la isla de Santa Catalina:

Santa Catalina
Santa Catalina (2004)
Santa Catalina Planet
Planeta Santa Catalina

Nada mal. Parece que funciona mejor con islas (pues la continuidad del puente de la imagen anterior me dió demasiado trabajo).  Y definitivamente el contraste entre el cielo y la tierra es crucial. Un mar con color similar al del cielo (una foto sobreexpuesta?) no queda nada bien.

¿Y si las imágenes no son de islas? Empecé a buscar otras opciones.  Por ejemplo, un dramático atardecer (con una foto no tan buena) en la Suiza sajona, en Alemania:

Germany
Una tarde inolvidable. Una foto que no le hace justicia.

Y el resultado:

Planeta con campo de protección
Planeta con campo de protección

Parece una imagen salida de ‘El Aro’, o incluso relacionada con El señor de los anillos (huh?).  Hmm.  Definitivamente, las mejores opciones son aquellas con un marcado contraste.

Un detalle importante es que las coordenadas polares generan ruido en las esquinas de la imagen final, así que es necesario suavizar o clonar lo que haga falta para que el cielo se vea bien. Y en este caso tomó mucho tiempo. Otra imagen de Alemania:

Una geografía bastante extraña
Una geografía sorprendente!

Pero no con un cielo tan sobreexpuesto, caramba. Ni modo, será editar el cielo y combinarlo con el de otra imagen:

Germany Stones Planet
Planeta Alemania

De las mejores que logré en este primer intento, aunque bastante ‘rocoso’ :)   Nótese que en este caso no edité por completo el cielo, así que se ven las líneas que genera la proyección estereográfica, de las que hablaba antes. El proceso de edición  es bastante dispendioso. ¿Habrá otra forma?

Bueno, sí la hay. Instructables recomendaba hacer edición de los extremos de la imagen antes de aplicar la transformación, lo cual hace más sencilla la vida. Buen tip.

Pero a este punto ya ha pasado mucho tiempo y es hora de ir a otras actividades. Así que mis experimentos con pequeños planetas quedan aquí, por ahora.  Sigue buscar más imágenes que sean propicias, y empezar a lograr tomas que funcionen bien.  A entrenar el ojo para buscar planetas en donde no podemos verlos. Falta mucho para llegar a algo como lo que se veía en el video, pero al menos ya sé cómo se hace.  Eso es la mitad del camino. :)

¿Y para qué sirve esto? Por ejemplo, para entender mejor las distorsiones que aparecen en las proyecciones cartográficas a las que estamos acostumbrados (la de Mercator, principalmente).  Hay una escena de The West Wing que muestra el problema de fondo con los mapas que usamos:

Así que crear proyecciones propias y entender cómo distorsionan la realidad puede ser un interesante ejercicio para cualquiera que esté estudiando geografía. Más aún cuando tenemos estudiantes de 10º grado que piensan que Bogotá queda en un país diferente a Medellín (true story).  Lo de los ‘pequeños planetas’ en los que vivimos es más real de lo que pensamos, parece. Como bonus, aquí hay una interesante galería de proyecciones.

¿Dudas, sugerencias, intentos propios? ¡Cuéntenos en los comentarios!

Encontrando el camino…

Este va a ser un post confuso.  En todo caso, mi intención primaria al escribir es ayudar a mi cabeza a entender cosas que no veo claras...

(1)

Me siento saturado.  En las últimas semanas ha ido creciendo en mi una sensación similar a la que abría el capítulo de John Medina acerca del estrés: inevitabilidad, indefensión total.  ¿Indefensión frente a qué?  Bueno, creo que frente al entorno.  Hace poco, mientras leía algunas entradas del curso Futuros de la Educación (de Dave Cormier y George Siemens), alguien llamado Paul usó una cita de Nassim Taleb, en su libro The Black Swan:

Think of someone heavily introspective, tortured by the awareness of his own ignorance. He lacks the courage of the idiot, yet has the rare guts to say "I don't know." He does not mind looking like a fool or, worse, an ignoramus. He hesitates, he will not commit, and he agonizes over the consequences of being wrong. He introspects, introspects, and introspects until he reaches physical and nervous exhaustion. [...]  This does not necessarily mean that he lacks confidence, only that he holds his own knowledge to be suspect.

Bueno, poco a poco he aprendido a decir "No sé" (algo muy difícil cuando empecé a ser profesor hace ya casi 10 años), aunque me temo que en general esa respuesta es decepcionante para quienes hacen preguntas "corchadoras" en encuentros y conferencias.  Lo cierto es que lo que dice Taleb refleja en buena medida mi sensación de indefensión:  Estoy dudando (mucho), no logro comprometerme con mis propias ideas, y estoy 'agonizando' alrededor de las consecuencias de estar equivocado.  Pero no porque me tenga en alta estima y suponga que debo (ojo con el verbo) tener la razón, sino porque en mi interior sospecho de mi conocimiento actual.  Y sí, poco a poco siento que he ido llegando a un indeseable estado de agotamiento físico y mental.

Recuerdo cuando estaba empezando mi labor como profesor (y como profesional) y recuerdo cuán sencillo era 'tener certeza' de algo.  En especial en el aula de clase, aunque me preguntaba cómo hacer para enseñar mejor, no había un cuestonamiento respecto a las relaciones de poder existentes allí, ni al tipo de currículo/visión del mundo que estaba promoviendo.  Mi misión era dar un curso de programación, así que iba a hacerlo de la mejor manera posible.  Cualquier cuestionamiento sobre la estructura misma, sobre el sentido de la actividad mía y de los estudiantes, estaba oculto por una certeza: alguien con más conocimiento ya decidió esas cosas.

Avance rápido a 2010.  Ya he realizado un par de cursos abiertos, en los que he intentado cambiar de manera notable (digo yo, debería ser notable) las relaciones de poder en la relación educativa, o al menos los que yo recuerdo hacer experimentado.  Y aunque he tenido mucha autonomía para organizar mi "currículo" (si es posible llamarlo así), la presencia de los supuestos sobre los que se basa el sistema y de los efectos que tienen en nuestro entorno se hace cada vez más abrumadora.

Tan sólo la relación con los participantes en GRYC o ELRN me muestra un entorno muy diferente al que yo tenía en la cabeza cuando estaba en el Ministerio de Educación.  El cambio parece mucho más lento de lo que suponía cuando estaba allí, y el discurso acerca de la importancia de la autonomía sigue siendo, a juzgar por lo que observo, poco más que mero discurso.   Hay muchas buenas intenciones, pero pocos hechos concretos, y a juzgar por los informes de actividades de más de un operador, una capacidad reflexiva realmente limitada.  El papel, como decíamos en una época en el MEN, 'aguanta todo'.

(2)

Durante mucho tiempo, tal vez por exceso de ingenuidad, supuse que el mundo operaba de manera lógica.  Lo interesante es que me costó mucho trabajo hacer consciente esa suposición de base.  Me decía a mí mismo que, considerando que la ciencia era una de las instituciones más importantes que habíamos creado (desde que tengo memoria quise ser 'científico', así que supongo que de allí proviene mi sesgo), era evidente que las decisiones acerca del mundo se tomaban teniendo en cuenta los hallazgos de la ciencia y los datos en los cuales se basaban.

Bueno, no en realidad.  Tanto en la Universidad de los Andes como en el Ministerio de Educación tuve la oportunidad de comprobar, una y otra vez, que hay diversos factores por los cuales eso es una imposibilidad.  Sin embargo, día a día actuamos como si no lo fuera.  Por ejemplo, insistimos en que es posible medir el aprendizaje de una persona en una escala cuantitativa (o cualitativa, para aquellos de avanzada).  ¿Por qué insistimos en ello?  Por muchas y diversas razones entre las que están (digo yo), que es conveniente suponerlo.  Por otro lado, porque desconocemos (en el sentido de no conocer) o ignoramos (en el sentido de mirar hacia otro lado) diversos hallazgos que sugieren que no tiene sentido hacer tal cosa.  Hallazgos que provienen, curiosamente, de actividad científica.

Tomemos otro caso.  La planeación que tuve que hacer en muy diversas ocasiones en el Ministerio estaba basada en cifras y estudios realizados previamente.  Pero detengámonos un momento en esos estudios.  ¿Acaso un estudio refleja la realidad, o al menos un aspecto de ella? Bueno, para empezar cualquier estudio está sesgado hacia ciertos aspectos de interés.  No sólo eso, sino que la forma misma en la que se plantean las preguntas de un cuestionario (cuando este es el medio de recolección de información) pueden sesgar la respuesta de los participantes.  ¿Bastante enredado?  A esto sumemos que, cuando un organismo como el MEN realiza preguntas, estas se convierten en una carga adicional para las instituciones, con consecuencias sencillamente indeseables.

Un ejemplo específico.  Cuando llegué al MEN, uno de los insumos de trabajo en el área de Objetos de Aprendizaje era un inventario de material existente en las IES.  Idealmente, uno esperaría que a partir de tal inventario fuera posible definir áreas de interés en las que tendría sentido trabajar, ¿cierto?  Pues resulta que esa encuesta (en papel, por allá en 2004) llegó a mi escritorio cuando estaba en Uniandes como co-director de Lidie.  Y llegó en un momento de tanto trabajo que fue imposible responder a ella, con lo cual el montón de cosas que teníamos hecho se quedó por fuera del inventario.  Para completar, la ficha de catalogación inspiraba agotamiento con sólo verla (lo que suele ocurrir con las fichas de metadatos), y en realidad no coincidía con lo que nosotros teníamos.  Es decir, había problemas de concepto, o mejor, de coincidencia de conceptos.

Así como en este caso, en el cual el panorama presentado por un estudio representa de manera incompleta la realidad, en otros casos la realidad puede aparecer sencillamente "inflada".

(3)

Aunque para muchas personas sigue siendo motivo de profunda discusión el concebir la educación como un negocio, hay un aspecto sobre el cual no recuerdo haber escuchado mucho (tal vez porque no estaba escuchando) pero que desde mi perspectiva es tan, o aún más serio: la relación entre los procesos de la educación y el mercadeo/publicidad.

Ahora, vale la pena decir que uno de mis conflictos recientes es el descubrir que soy un pésimo vendedor de las cosas que hago.  Entre talleres, cursos y demás, tal vez tendría que haber hecho suficiente escándalo para promoverme como un "arriesgado innovador en la creación de ambientes de aprendizaje apoyados con tecnología".  El lío es que no me lo creo, pues no dejo de percibir que esos experimentos que he realizado son producto de una mirada incompleta de la realidad.  Como decía al inicio, no se trata de no tener confianza, sino de reconocer que esos experimentos no pueden verse como certezas ni como "lo que deberíamos hacer".  Como digo, pésimo vendedor.

Tal vez por eso, llama mi atención que en la mayoría de conferencias y congresos que puedo recordar, es muy raro oir hablar de los problemas o fracasos encontrados en el desarrollo de una experiencia.  Usualmente las lecciones aprendidas son positivas y los problemas, por educativos que puedan resultar, son omitidos o presentados como "areas de trabajo futuro" o "de oportunidad".  El asunto es que esto no es producto de la 'mala intención', sino que siento que está condicionado precisamente por la creciente necesidad de "vender bien un producto".

Y me temo que este mismo efecto se ha ido propagando a muchos otros espacios.   Recuerdo haber leído innumerables propuestas que prometían grandes maravillas por bajos costos, o que mostraban profundos y elaborados marcos conceptuales y diseños metodológicos que, a la hora de la práctica, no aparecían por ninguna parte.   ¿Mala intención?  No lo creo.  Tan sólo otro efecto de esa creciente necesidad de "vender bien" las ideas.  Para ponerlo en otros términos, no logro recordar una sola propaganda que hable acerca de las desventajas de un producto.  Y me temo por momentos que la también creciente obsesión con cierto patrón de belleza (reflejado en el auge de cirugía cosmética, por ejemplo) nos lleva a perder, sin que nos demos cuenta, ese sentido de autocrítica que nos pone en guardia frente a las certezas...

(4)

Como a nadie le gusta quedar mal en público, y mucho menos ante un organismo como el MEN, un temor recurrente en diversas encuestas que tuve la oportunidad de seguir de cerca era la validez real de la información obtenida.  Y no sólo por las razones mencionadas, sino porque la misma realidad podía ser más extraña de lo que imaginábamos.  Un caso que no olvido es el de una institución que en alguno de estos estudios reportó tener la fantástica cifra de 1 estudiante por computador.  Cuando tuve la oportunidad de visitarla, me encontré con una situación sencillamente insólita.  Resultó que en el momento de la encuesta, contaban con un aula itinerante de otra institución pública compuesta por 60 computadores, y tenían 60 estudiantes matriculados.  Es decir, el reporte reflejaba la realidad en ese momento.  Cuando estuve allí, se habían llevado el aula itinerante y la matrícula había aumentado a poco menos de 200 estudiantes.  Es decir, de 100% de disponibilidad se pasó a ∞ (sí ,infinito, lo que resulta de dividir cualquier número de estudiantes en cero computadores).  ¿Mala intención?  En absoluto.  La institución reportó lo que era 'real' en un momento dado, y ese reporte generó una relación numérica que, a la larga, no reflejaba una situación real.  ¿Cuántos otros casos similares existían? Difícil decirlo.

Y con datos como esos, se supone que es necesario tomar decisiones. Aunque después de tal relato resulta absolutamente ingenuo suponer que se contaba con información suficiente para decidir y planear, eso era lo que teníamos que hacer permanentemente.  Planear sobre la base de tendencias sustentadas en datos cuya validez era cuestionable, y con limitaciones de operación generadas por el mismo sistema, que a la vez pedía cuentas permanentemente para no 'castigar' el presupuesto.

Uno podría decir que lo razonable sería hacer un mejor estudio, o recolectar mejores datos, o tomar más tiempo para analizar y decidir. Pero pensar de esa manera es desconocer que el problema de fondo está en nuestra incapacidad (esa es la palabra, incapacidad) de pretender que un conjunto de cifras o de datos refleja una realidad compleja de manera suficiente.  ¿La consecuencia de eso? Es inevitable tomar decisiones en un entorno de incertidumbre. Y, para bien o para mal, la incertidumbre se hace mayor a medida que pasa el tiempo.  Basta recordar la crisis económica para percibir cuán alejada de nuestra capacidad se está volviendo la comprensión de las causas y efectos de los sistemas en los que descansa nuestra sociedad.

(5)

Uno de los pocos entornos aislados de esa creciente incertidumbre que vienen a mi mente, curiosamente, son los salones de clase, presenciales y virtuales. En contravía con nuestra realidad, allí seguimos suponiendo que las respuestas son 'correctas' o 'incorrectas', y que con frecuencia hay una sola.  Seguimos promoviendo, al parecer sin notarlo, visiones del mundo excluyentes, que con frecuencia desconocen la diversidad de posibilidades y 'verdades' que existen en buena parte de nuestras áreas disciplinares (por supuesto, la matemática, las ciencias naturales y exactas están libres, hasta cierto punto, de esto, excepto cuando llegamos al conocimiento de punta, en donde el dinámico proceso de propuesta y verificación de hipótesis sigue siendo muy palpable). Así que entramos en curiosas discusiones acerca de cuál es la definición que deberíamos incluir en un curso específico, olvidando que en muchas áreas (en especial la educación apoyada en tecnología) aún no contamos con un 'canon' que diga cómo hay que hacer las cosas (afortunadamente).

En un salón de clase, usualmente se espera que el docente (llámese facilitador, guía, o como queramos ponerle) sepa todo lo que hay que saber sobre el tema del curso.  Pero, ¿es tal cosa posible en un entorno con volúmenes crecientes de información? Probablemente no, pero un profesor que admite que sólo cuenta con una perspectiva limitada y que además, podría estar equivocado, puede resultar sencillamente inquietante para más de un estudiante. Me temo que para mi lo sería, lo cual muestra cuán inmerso estoy aún en esos supuestos de base sobre los que nos seguimos moviendo.

(6)

Desde el punto de vista psicológico, se llama Persona a esa máscara que usamos para movernos en el mundo. Si, todos tenemos una de esas, usualmente más que menos desarrollada.  Marie habla más sobre este tema, e indica que:

 

La sociedad y el medio en el que nos movemos tienen un valor fundamental no solo en la formación sino también en la permanencia de la Persona, lo que quiere decir que sin la referencia social este papel no sobrevive porque necesita ser reconocido por los otros para continuar actuando su personaje. Por eso la Persona no tiene origen solamente en la individualidad, sino también en la colectividad.

 

Y continúa:

 

...cuando alguien logra reconocimiento y éxito en su entorno, es posible que el ego se identifique con ese papel que juega el individuo.  [...] En ese caso, la Persona se convierte en protagonista de la identidad, lo que quiere decir que nos creemos el cuento que somos eso que mostramos o que pretendemos ser. Es decir, “somos” la plata que tenemos, o los viajes que hemos hecho, o los premios que hemos ganado, o el cargo directivo que tenemos...
Bueno, pues resulta que los últimos años han sido para mi la oportunidad de estar en entornos en los cuales este fenómeno es muy frecuente.  Es decir, en donde hay Personas fuera de control.  Y considerando que el medio es fundamental en la formación y permanencia de mi propia Persona, me temo que en algún momento empecé a perder el rumbo, y poco a poco empezó a aparecer una parte de mi preocupada en exceso por las personas que puedan leer lo que escribo, así como por la corrección de  lo que digo.  Preocupada por la figura pública que la presencia en línea va generando.  Y si, al estar escrito suena bastante tonto, pero vaya uno a decirle eso a su inconsciente...

Me pregunto si es de allí que viene esa tensión reciente frente a mi dificultad de "vender" lo que hago.  Es cierto que me gustaría recibir una mayor compensación por lo que he venido haciendo (a quién no), pero otra cosa es empezar a preguntarme cómo promocionar más lo que estoy haciendo y cómo 'capitalizarlo'.  El punto es que yo no empecé a escribir para 'capitalizar' nada, sino para tener un registro de mi propio aprendizaje, de las comprensiones (limitadas o no) que iba teniendo a lo largo del tiempo.  La decisión de hacerlo público siempre fue, de alguna manera, un "valor agregado" que la tecnología permite.

Pero cuando otros empiezan a leer, y ocasionalmente empiezan a comentar, y cuando se reciben invitaciones para asistir a eventos, a hacer presentaciones y demás, el foco empieza a perderse.  O al menos, yo empecé a perderlo.  Si a eso le sumamos una (inquietante) comprensión creciente acerca de los límites del lenguaje que usamos, y el problema de la incertidumbre, el asunto se complica aún más.

El escenario más deseable, digo yo, es el de escribir desde una visión más 'optimista', más 'tecnodeterminista' y menos reflexiva.  Cuando uno está convencido de que la tecnología es la solución a los problemas educativos (tal como lo estuve yo durante varios años), y que el problema es cómo lograr que los docentes la usen para hacer sus procesos de enseñanza más "eficientes y efectivos", andar por el mundo es bastante sencillo (o al menos lo era para mi), así como escribir al respecto.  Cuando el problema es encontrar una receta para un problema determinado, la vida es más sencilla.  Cuando uno se identifica plenamente con su Persona, hay menos preguntas y un panorama más claro, parece ser.

(7)

Pero cuando la invisible complejidad de mi entorno se empezó a hacer palpable, un conflicto inevitable surge.  ¿Cómo escribir con 'certeza', cuando la realidad es incierta?  ¿Cómo tomar decisiones 'acertadas', cuando se es consciente de que no tenemos herramientas para hacerlo?

Mi impresión, así suene un poco arrogante, es que la mayoría de las personas andan por el mundo sin pensar mucho en estas cosas.  Como los asuntos de fondo son invisibles, andamos por el mundo preguntándonos cómo automatizar la evaluación, o cómo catalogar más (y mejores) contenidos, o cómo formar a más docentes de manera más efectiva, o cómo desarrollar las competencias fundamentales para una sociedad del conocimiento que (oh, sorpresa) no está destinada a ser 'para todos', y nunca lo ha estado.

Desde mi formación de ingeniero, solía pensar que estos eran tan sólo problemas para los cuales es posible encontrar una solución, de preferencia algorítmica y replicable, gracias.  Pero no es así y, para completar, los asuntos ambientales, económicos y sociales no parecen pintar un panorama agradable para el futuro próximo.  Estoy entonces en un lugar de mucha desilusión y bastante escepticismo, y con una sensación recurrente de 'posibilidades perdidas'.  Tal escenario parece ser, en principio, difícil de encajar con el rol esperado de un docente de cualquier área.

(Coda)

Todo esto, en conjunto, ha tenido el efecto neto de paralizarme.  Como decía Taleb: "He hesitates, he will not commit, and he agonizes over the consequences of being wrong. He introspects, introspects, and introspects until he reaches physical and nervous exhaustion".  Curiosamente, Taleb se refiere a una persona como esta como un epistemócrata, alguien con humildad epistémica.  Y señala que su utopía es "una sociedad gobernada sobre la base de la conciencia de la ignorancia, no del conocimiento".  Después de todo, parece que no salgo tan mal librado, aunque que lo diga un autor dado no significa mayor cosa.

La duda es cómo salgo de aquí, y hacia dónde tiene sentido avanzar.  Esta cuestión, que ha venido rondando mi cabeza desde hace rato, parece llevar a una posición curiosamente egoísta:  Debo concentrarme en mis propias cosas, en mi propio aprendizaje, en mi propio crecimiento.  Si a alguien le sirve mi proceso, fabuloso, pero mi objetivo no es compartirlo, sino avanzar.

Y eso choca con las ideas que tenemos acerca de la importancia de la colaboración, de compartir. Curiosamente, mientras leo Biografía de un Yogui, parece hacerse evidente que quienes han estado realmente comprometidos con su crecimiento espiritual han sido egoístas en el sentido de poner su crecimiento personal por encima de otras necesidades y relaciones existentes en su entorno.  Esto no quiere decir que al final el servicio no se vuelva un elemento crucial en la vida de estas personas, pero al menos en el budismo y en el hinduismo la iluminación no se logra a punta de aprendizaje social, así como la individuación no se logra mediante el trabajo colaborativo.  Es necesario un proceso de introspección, un trabajo  personal constante, que desde nuestros ojos occidentales puede parecer egoísta.

Así que la salida, después de todo, es intentar hacer lo que empecé haciendo desde el inicio: Tomar decisiones en la incertidumbre, de manera atenta y reconociendo que no tengo toda la información, y que lo que es cierto hoy puede no serlo mañana, no sólo porque el entorno cambia sino porque yo estoy cambiando.  Compartir el registro de mis reflexiones, pero sin pretender impacto alguno ni persiguiendo "ampliar mi red" a como dé lugar.  Si de algo vale la pena cuidarse es de convertirse en lo que los norteamericanos llaman "attention whores".

Esta postura tiene implicaciones directas en el tipo de conversaciones y actividades en las que decida involucrarme.  No tengo una obligación de adoptar ningún sistema de reglas impuesto por grupos específicos de usuarios de la tecnología.  No tengo que perseguir los objetivos de nadie más, sino los que tengan sentido para mi. No tengo que "participar" a sangre y fuego en nada, sino en función de mis intereses y posibilidades reales.

No estoy en  una carrera desenfrenada, sino construyendo mi propio camino.  Y lo mejor de ello es que soy yo quien decide cuál es ese camino.  No tengo obligación de cumplir nada, sino aquello que yo mismo elija.

Y sin importar toda la atención que pueda llegar a recibir, al final será irrelevante en el gran esquema de las cosas.  Estoy aquí, es ahora, y estoy vivo.  Estoy aquí para aprender. Aprender lo que realmente tiene sentido.

Y con eso, puedo ir a dormir, un poco más tranquilo que antes.


No crea nada de lo que lee aquí…

Un montón de cosas que he leído y visto en los últimos días me han dejado pensando acerca de cuál es el lugar (profesional) en el que tanto yo como mi actividad de escritura están situados. Con eso dicho, lo que sigue es un intento de aclarar mis propias ideas al respecto.

De entrada, puedo empezar diciendo que mi actividad de escritura es altamente especulativa. ¿Por qué? Bueno, porque definitivamente muy pocas de las cosas sobre las que escribo son resultados de una actividad personal de investigación. Quiero decir, como cualquier lector podrá darse cuenta, no suelo presentar resultados de investigación de ningún tipo. Al menos, investigación en el sentido formal de la palabra.

Y eso lleva a preguntarse qué tan serio es pretender presentarme como 'investigador'. Definitivamente, mi actividad principal no es la elaboración de hipótesis y su verificación (o no) mediante experimentos/pruebas/estudios. Pero uno podría argumentar que tal tipo de investigación es propio de las ciencias, y que hay otros tipos de investigación...

Por ejemplo, un investigador podría dedicarse a revisiones de literatura. Aunque en tal caso, posiblemente su tarjeta de presentación no debería decir 'investigador'. Pero, si a eso vamos, tampoco me dedico a revisiones de literatura. Lo que hago es un poco distinto. Al igual que muchas otras personas, estoy pendiente de diversas fuentes de información, y ocasionalmente hablo sobre ellas. En general, lo que más hago es click para agregar elementos a mi página de items compartidos de Google Reader, o a mi del.icio.us. Así que tampoco clasifico como "revisor de literatura".

¿Qué define a un investigador, entonces? (Y de hecho, ¿por qué me gustaría ser uno?) Recuerdo hace algún tiempo haber escuchado en una reunión a Alexis de Greiff (por quien tengo bastante respeto, además), mencionar que alguien que no esté al día en lo que está ocurriendo en su área y que no haga parte de una comunidad académica no puede pretender ser investigador...

Pero, ¿qué significa en realidad "estar al día en mi área"? De hecho, ¿puede alguien estar al día en su área en estos días? Todo lo que escuchamos a menudo sobre explosión de información y reducción de fricción en la transmisión sugiere que es sencillamente imposible "estar al día". De hecho, no sólo por el exceso de información producida, sino por limitaciones mucho más prácticas. Por ejemplo, ¿cuántos de nosotros estamos al día con lo que ocurre en el área del e-Learning en China, Japón, India o Rusia (para no hablar de Brasil, a quien tenemos de vecino)? ¿No será que en estos países en donde se encuentra casi más del 30% de la población del planeta no están ocurriendo infinidad de cosas? Sin duda así es, pero la barrera del idioma hace que muchos de nosotros simplemente no tengamos idea de la producción de tales lugares.

Entonces, parece que podríamos decir con alguna certeza que, en realidad, es imposible estar al día en un área ¿O no? Aunque no consigo pensar en ninguna, es posible que existan muchos campos en los cuales el número de profesionales/académicos es lo bastante bajo (y en consecuencia, la información producida) como para poder estar al día. Así que tal vez sería más seguro decir que la posibilidad de estar al día depende del tema y de la cantidad de practicantes existentes. Tal vez es perfectamente posible estar al día en áreas de punta (de verdadera punta). O tal vez no. El punto es que es resulta muy difícil saberlo.

Y aterrizando, es claro que para el caso de la tecnología o la educación, es esencialmente imposible estar al día, tan sólo por la gran cantidad de información existente. ¿O no? (Sólo para el registro, este es exactamente el tipo de diálogo que sostengo conmigo mismo con alguna frecuencia... ¿O debo decir que a menudo? Como dije, este es un intento de aclarar mis propias ideas)

Alguna persona a quien leía recientemente, mencionaba que su estrategia era tratar de identificar las fuentes reales de los mensajes. ¿En qué sentido? Resulta que mucho de lo que se encuentra en la red es repetición de mensajes ya existentes (esto es muy visible en la sindicación de noticias, por ejemplo, en blogs que actúan como agregadores o incluso en el simple acto de reenvíar un twit).

El problema es que incluso si llegamos a las fuentes, estas pueden ser demasiadas como para ser consultadas. Así que esto tampoco resuelve el asunto. Al final, lo único que parece quedarnos es la necesidad de reconocer que ninguno de nosotros va a poder tener una imagen realmente comprensiva de un problema. Probablemente habrá algunas perspectivas más informadas y sofisticadas que otras, pero en ningún caso podríamos atribuirle a nadie el 'tener la razón'.

Esto es importante porque es una herramienta valiosa para tomar con cautela el consejo de los expertos. De lo anterior se desprende que todo 'experto' tendrá, siempre, apenas una perspectiva de un fenómeno o de un área y, que si pretendemos mantener posiciones críticas, es indispensable que busquemos otras alternativas. En síntesis, el mensaje de fondo parecería ser que, en estos días, no hay expertos (lo cual puede ser un baldado de agua fría para innumerables consultores).

Ahora, esto no significa que la experiencia en un área no permita contar con una perspectiva más informada y sofisticada, como decía antes. Es simplemente una pequeña advertencia de no confiar, per se, en un autoproclamado experto. De no asumir como ciertas las generalizaciones que, de manera deliberada o no, haga sobre su área de estudio. De recordar que lo que hoy nos dice un experto, mañana podría no ser cierto (esto se hizo muy evidente, por ejemplo, cuando empezó la actual crisis del mercado estadounidense. Día a día los analistas expertos realizaban predicciones que resultaban completamente erróneas la mañana siguiente).

Entonces, tal vez lo más que yo podría afirmar es que tengo una perspectiva más o menos informada sobre mi área (educación y tecnología), pero que al mismo tiempo carezco de una infinidad de fundamentos en las dos áreas. En ese sentido, en quienes me apoyo para construir mis opiniones es, en buena medida, en los miembros de la comunidad a la que pertenezco.

Pero este aspecto (la comunidad) también se ha alterado (al menos en mi experiencia) de manera radical en los últimos años. La comunidad profesional a la que pertenezco no es solamente aquella que publica en la revista indexada que leo y en la que de vez en cuando escribo, ni aquella con la que coincido en conferencias u otros eventos. Es completamente desestructurada y está formada por personas de todo el planeta, con quienes mantengo un contacto generalmente débil a través de herramientas como Twitter, Facebook o Google Reader.

En ese sentido, mi comunidad puede ser radicalmente distinta de la de otro profesional en mi área, y por ejemplo, está un tanto desconectada de la práctica específica de una institución educativa. Eso significa que las opiniones que yo pueda emitir acerca de lo que ocurre (o debería ocurrir) en una institución educativa, por ejemplo, deberían ser tomadas con cautela, pues no hacen parte de mi realidad inmediata.

Así las cosas, parece inevitable reconocer que todo lo que hago es compilar ideas de otros, comprenderlas desde mis propias posiblidades y contribuir con mis interpretaciones sobre las ideas de otros en el marco de mi práctica profesional.

¿Eso significa que nada de lo que digo tiene sentido? Esa es una pregunta complicada, que tal vez requiere un análisis de cuál es el lugar desde el que emito mis opiniones.

Así que que claro que lo que publico aquí son, esencialmente, opiniones. Pero esas opiniones provienen de un convencimiento (tal vez podríamos decir, una creencia) acerca de ciertas cosas. Lo curioso es que cuando empiezo a pensar en cuáles son esas cosas, termino por encontrar que terminan tocando aspectos esencialmente filosóficos (que, a pesar de su complejidad, no dejan de ser opiniones), que ocasionan una comprensión política, social y económica específica (así yo no tenga claridad total sobre cuál es esa comprensión).

Bastante enredado. De cualquier modo, es claro que la razón por las cuales a veces sirvo como "caja de resonancia" de las ideas de otros, es porque de manera intuitiva siento/percibo que tienen sentido para mi. Porque, de alguna manera, mis patrones neuronales corresponden con los de esas otras personas.

Lo interesante es que eso no significa que yo tenga la razón, ni que mis propias ideas/opiniones tengan que ser las de los demás, o tengan sentido para todo un sistema, institución o sociedad. En principio porque, de hecho, nadie tiene la razón.

Entonces, ¿por qué escribo lo que escribo, digo lo que digo, o traduzco lo que traduzco? Porque creo (si, efectivamente, sin ninguna prueba empírica) que tiene sentido. Porque veo mi historia personal y pienso que algunos elementos de ella podrían ser útiles para empoderar a otras personas, para transformar de manera positiva sus vidas y su entorno. Pero eso no significa que lo que digo sea 'verdad' de manera intrínseca. Porque no existe tal cosa como la 'verdad'.

Tal vez para algunas personas (en función de sus propios patrones neuronales) lo que hago tiene sentido, y si es asi, fantástico. Pero lo cierto es que no estoy trabajando para convencer a nadie de nada, pues yo mismo estoy en proceso de convencerme a mí mismo.

El problema es que tal actitud tiene un impacto importante sobre la manera en la que se actúa en una situación específica. ¿Es posible actuar de manera realmente ecuánime y objetiva? Pareciera que no, por lo que uno termina sintiendo una gran responsabilidad sobre las cosas que propone.

Y tal vez por eso es que he terminado por acercarme más a temas de carácter filosófico (sin pretender ser filósofo), pues si tenemos claridad sobre los fines de fondo que perseguimos, es posible que aumente la probabilidad de tomar decisiones adecuadas. Pero eso no significa que el proceso sea más sencillo, pues en cualquier situación intervienen multitud de variables y perspectivas que a veces resulta difícil tomar en cuenta.

Me pregunto si esa es la razón por la cual la democracia representativa parece no funcionar (al menos, desde mi comprensión). Porque nunca podrá tomar en cuenta todas las perspectivas existentes. Porque tales perspectivas probablemente ni siquiera tienen voz en el sistema.

Pero esa es otra historia. De momento, lo que resulta claro es que la evidencia de mi práctica profesional consiste, en general, en opiniones respecto a cómo podría funcionar la educación. Pero no pasan de ser eso. Opiniones que no buscan convencer a nadie de nada, sino simplemente hacer parte de la conversación respecto a lo que significa existir y hacer parte de este peculiar período histórico que nos correspondió vivir. Respecto a lo que podríamos llegar a ser, así nunca lo consigamos.

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Política en línea y objetividad

NOTA: Este no es un post sobre política, sino sobre sentido común.

Terminé ayer el segundo capítulo del libro de Andrew Keen titulado "The Cult of the Amateur", y debo decir que es una lectura que vale la pena hacer, incluso si uno no está de acuerdo con la posición de Keen.

Entre los tweets de Keen hay uno en el que hace referencia a una entrevista reciente a Clay Shirky (autor de Here comes everybody), en la que este último parece expresar reparos sobre la legitimación democrática realizada a través de la web, dado que grupos con intereses específicos pueden abusar del medio para promover su propia posición frente a un tema, la cual puede no reflejar necesariamente ni la opinión ni la conveniencia de una comunidad nacional.

Dice Shirky que

It's clear that it's yet another environment in which special interest groups have to have some kind of check and balance against them.

Es claro que [Internet] es otro entorno más en el cual grupos con intereses especiales deben tener algún tipo de revisión y equilibrio en su contra.

Así que estas palabras de Shirky, más el provocativo libro de Keen, estaban rondando mi cabeza ayer cuando me encontré un post de Carlos Thompson (Politiqueando a lo 2.0) que terminé comentando. Esta era mi posición frente al post de Carlos:

Carlos,

Como usted dice, hay muchos factores de contexto que incidieron en que lo del 4 de febrero funcionara. Prueba de ello es que los siguientes intentos de repetir el asunto fueron prácticamente un fiasco.

La pregunta que queda en el aire (y que me ha rondado en los últimos tiempos también) es si es en realidad posible el activismo “digital”, o si plataformas como Facebook no van a ser nada más que, como decía algún conocido, “la revista Caras de los pobres”.

Ahora, si estamos hablando de democratización de la actividad política, hay más de una cara para ello. Clay Shirky parece estar cambiando su posición al respecto. Pareciera que, después de todo, la sabiduría de las multitudes no es la herramienta más útil para tratar asuntos de interés de toda una comunidad (que es el objetivo, al final, de la actividad política). La incidencia (y eventual manipulación) de grupos de interés específicos, incluso en este tipo de medios, pueden terminar por desvirtuar el potencial de las herramientas tecnológicas.

Por eso me siento un tanto escéptico frente a que algunos de nuestros políticos ingresen a Twitter o lancen su blog en un coctel (como lo hizo Gómez Méndez). El año pasado escuché la historia de un concejal capitalino, muy de avanzada él, que decidió aprovechar el potencial de las redes sociales, así que mandó a contratar a alguien para que le mantuviera su perfil en Facebook y le escribiera su blog. Hacer eso él mismo? Ni de vainas!

En el fondo, aunque tenemos las herramientas, lo que no vemos es una transformación de la práctica política. Sin eso, solamente vamos a tener más de lo mismo, pero en Twitter. Porque el “debate” no pasa de un simple eufemismo para “el que ofrezca más beneficios” (en algún lugar leía que a menudo la gente no vota con la cabeza sino con el estómago). Así que no hay un diálogo, porque no hay interesados en dialogar, y cabe preguntarse si en realidad hay con quién hacerlo.

Una de las cosas más mencionadas de la campaña de Obama, además del uso de la tecnología, fue cómo el movimiento creció desde abajo, desde una base de activistas muy consolidada. Una base que, entre otras cosas, respondió a un discurso que apelaba a valores como la virtud, y a exaltar cualidades nacionales con las cuales los estadounidenses se identifican plenamente.

Cuando aparezca un político local que apele de manera honesta a este tipo de aspectos de largo plazo, que tenga un discurso que sea inspirador más allá de “voy a acabar con x”, o “voy a darle comida gratis a y”, tal vez el potencial de la tecnología tendrá un espacio para florecer con sentido. Mientras tanto, me temo que los políticos van a aprender a aprovechar la tecnología de la misma manera que muchos de nosotros lo hacemos: Para hacer más de lo mismo.

Y hoy, hablando de sincronicidad, me encuentro en Global Voices un artículo de Julián Ortega en el que se pregunta si los políticos colombianos están aprovechando Twitter al máximo, y en el cual referencia un post de Juglar del Zipa (Miguel Olaya), del cual extrae el siguiente fragmento para apoyar su argumento:

¿Acaso no saben [Germán Vargas y Rafael Pardo] que Twitter puede ser mucho más que responder qué estás haciendo? ¿No saben que por medio de Twitter uno puede establecer relaciones próximas con gente o conocer la textura de las opiniones más allá de las simples encuestas? ¿No saben qué es lo que se ha dado por llamar dospuntocero? ¿Algún día se le medirían a un blips&candidates? ¿Realmente serían capaces de sostener un debate, de dialogar? Claro que no.

Los invito a leer los artículos completos. Yo traté de hacerlo de manera juiciosa, y siento la necesidad de decir algo al respecto.

Primero, quedo un tanto inquieto con el artículo en Global Voices, que es para muchas personas una vitrina muy válida de las cosas que ocurren en los países latinoamericanos. ¿Por qué inquieto? Resulta que no sólo es un artículo de opinión, sino que apoya su argumento en las opiniones y reacciones de diversos miembros de la comunidad de Twitter de Colombia, quienes descalifican de diversas maneras la presencia de Germán Vargas y Rafael Pardo en Twitter. De hecho, ¿será posible llegar a un nivel de mera opinión mayor que el del párrafo de Miguel Olaya?

El que peor librado sale es Vargas Lleras (cuyo primer Twit es del 9 de Febrero), debido a que parece contestar de manera literal a la pregunta "Qué estás haciendo?", lo cual molesta a quienes quieren tener conversaciones con él. Lo curioso es que muchas de estas personas que exigen leer las ideas de Germán Vargas, nos "cautivan" día a día con descripciones de cosas que no están muy alejadas de lo que él publica:

  • Lo que les está pasando a sus mascotas
  • Cómo se sienten de deprimidos el día de hoy
  • Cómo van sus relaciones de pareja
  • Lo que opinan (con o sin suficiente información) sobre cualquier cosa que ocurre

Eso sin contar la multitud de enlaces a cosas irrelevantes con las que nos "enriquecen". Sera que estas personas se sentirían más cómodas si Germán Vargas nos enviara enlaces a los últimos videos que descubrió en YouTube, o a la última aplicación en la que demuestra cómo es de popular entre quienes lo siguen?

Mi punto (lamento el excesivo sarcasmo del párrafo anterior) es que bien nos caería recordar cómo empezamos cada uno de nosotros a usar estas herramientas. Y recordar que no existe "el uso adecuado". Cada persona tiene no sólo el privilegio sino el derecho de descubrir a su ritmo cómo sacarle provecho a una herramienta.

Por eso miro cada vez con más reparo a los auto-proclamados "expertos" que nos dicen en conferencias y paneles para qué se usa o no un blog o, en este caso, Twitter. Lo único que estamos demostrando con esto es una inmensa falta de comprensión sobre la manera en la cual cómo se comportan las personas. Siempre habrá un uso nuevo para cualquier herramientas, en función de las necesidades de quien la usa.

Alguien argumentará que Vargas o Pardo tienen una responsabilidad mayor porque son figuras públicas. Pero eso es solamente perpetuar la idea de que, en este caso, los políticos son personas que tienen que tener una respuesta inmediata para todo, lo cual es completamente imposible. En lo personal, encuentro mucho más interesante ver cómo van evolucionando en su uso de Twitter, que descalificar lo que se están atreviendo a hacer.

No puedo evitar pensar que Andrew Keen tiene algo de razón cuando nos alerta frente al poder que dan las herramientas tecnológicas recientes. Es ilógico hablar de la importancia del "debate", si el artículo de Ortega representa una muestra de la calidad de ese debate. Tenemos que recordar que no cualquier persona a la que seguimos en Twitter quiere conversar con nosotros. Tenemos que entender que cabe la posibilidad de que Vargas y Pardo tengan algo más importante que hacer que enterarse de la comida que comió el gato de algún ciudadano colombiano con acceso a un computador. Y cabe preguntarnos si en realidad es posible tener una discusión argumentada en secuencias de 140 caracteres o menos (Para una discusión mucho más contundente respecto al impacto de los medios masivos en el discurso público, los invito a leer "Conscientious Objections", de Neil Postman). Cabe preguntarnos qué es lo que estamos entendiendo por "debate".

Para terminar, si quienes están detrás de @rafaelpardo y @german_vargas son en realidad ellos (y no alguna agencia de publicidad), de veras los felicito por atreverse a entrar en esto de esa manera, pues es un riesgo inmenso (como es evidente).

Y en ese sentido sigo siendo consecuente con mi comentario a Carlos. Tener presencia personal en la red es algo transformador en muchos aspectos, y tal vez estos primeros intentos sean el inicio de una nueva comprensión de la actividad política para muchas de estas figuras públicas. Pero tenemos que recordar que toma tiempo. Y tratar de asumir la posición más objetiva posible al respecto.

Por supuesto, todo lo anterior es opinión. Y debe ser reconocido como tal por cualquier lector.

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