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Volumen 6: Aceptación

En Abril de 2008, a pocos días de viajar a Brasil, escribí en uno de mis antiguos blogs un post en el que intentaba describir segmentos de mi vida en términos de ‘volúmenes’. En esa época estaba en boga Héroes, una serie que tuvo un fabuloso inicio y un espantoso final, pero que en ese momento me llevó a hacer ese ejercicio de ponerle título a diversas etapas de mi vida. Parecido a lo que hacía Will Smith en ‘La búsqueda de la felicidad’. Parecido a la lógica de las temporadas de las series estadounidenses, en donde los protagonistas llegan a momentos cruciales que pueden alterar el desarrollo de la trama.

A pocos días de dejar Brasil y volver a Colombia, es inevitable volver sobre esa entrada y hacer un pequeño balance, a ver hasta qué punto logré conseguir lo que esperaba y, sobre todo, cuál es el gran derrotero de la etapa que inicia dentro de poco.

La entrada en cuestión se llamaba Cada nuevo comienzo, y en ella ponía a ese nuevo volumen (el que esta acabando ahora) el título de ‘Volumen 5: Conciencia”. Sin decir mucho respecto a qué me imaginaba. Para la época, creo que lo que me imaginaba era algo en una línea bastante espiritual: desarrollar la capacidad de lograr conciencia plena respecto a mis actos, respecto a mi ser.

Por supuesto, en este punto la pregunta es ¿hasta dónde logré desarrollar conciencia? Y al tratar de contestarla, me encuentro con un panorama algo diferente al que me imaginaba al inicio de este ciclo.

¿Tengo una mayor conciencia en términos de ‘ser’? No podría afirmarlo. En el mejor de los casos, espero no tener menos, pero sería muy difícil decir que mi nivel de ‘conciencia’ haya cambiado. Por supuesto, esto implica identificar (post-mortem) qué significa ‘conciencia’. Si efectivamente la conciencia no es nada más que una palabra, tendría que focalizarme en comportamientos y/o percepciones que hace más de cuatro años no estaban presentes, y que ahora lo están. Comportamientos y/o percepciones que alteran de manera decisiva la forma en la cual encaro el mundo.

En cuanto a los comportamientos, tal vez lo más llamativo es que mi nivel de consumo se ha reducido enormemente. Hace pocos años era inevitable para mi pasar algún tiempo en Unilago (un centro comercial de tecnología en Bogotá) viendo ‘que había de nuevo’. Los viajes a otros lugares los aprovechaba para actualizar mi hardware, siendo Amazon era un aliado fundamental en ese sentido. Sin embargo, en una reciente visita a Bogotá, me encontré observando sin ningún interés las vitrinas de Unilago, y hace tiempo que no visito a Amazon. Mis gastos se han reducido a vivienda y comida, en general.

Este cambio de comportamiento, no obstante, ocurre debido a un cambio (importante, diría yo) de percepción. En los últimos años he empezado a entender mucho más (creo) los mecanismos de la publicidad y el mercadeo. Y con esto he empezzdo a percibir cuántas de las cosas que nos ofrecen todo el tiempo son innecesarias, y cuán absurdos (y progresivamente desesperados, cuando no grotescos) resultan los recursos utilizados para estimular a una población cada vez menos sensible a estos mecanismos. Haber aprendido un poco respecto a las mútliples formas en las cuales nuestro cerebro puede ser engañado también ayudó bastante, y y de hecho me llevó a cristalizar una pregunta que se ha vuelto recurrente en mi vida: ¿y si estamos equivocados?

Estos años implicaron una ampliación progresiva de mi perspectiva respecto al funcionamiento del mundo, y me permitieron empezar a entender diversas cosas que antes permanecían como parte del panorama. Lamentablemente, una mayor exposición a información de muy diversos tipos me empezó a tornar bastante escéptico. Acercarme a la demoledora complejidad de nuestro mundo, a la inquietante diversidad de intereses en juego y a una mirada histórica de nuestra civilización, hizo inevitable que pusiera en tela de juicio muchas de las certezas, convencimientos y tranquilidades con los cuales viví durante décadas.

Este es un aspecto de la conciencia que tiene consecuencias incómodas. La conciencia respecto al mundo, respecto a nuestra especie y respecto a la profunda ignorancia (arrogancia, dirían algunos) con la cual intervenimos en el entorno natural, así como las muy probables consecuencias de esa intervención, me llevaron en estos últimos años a lo que, en retrospectiva, puedo caracterizar como un proceso personal de duelo frente al futuro. Veo ahora que, de una u otra manera, he pasado por varias de las etapas descritas en el modelo de Kübler-Ross sobre el duelo (que, por cierto, podrían estar equivocadas): De la negación total (ocasionada primero por el desconocimiento y después por la esperanza) a la ira profunda, dirigida en particular hacia los sectores que más ejemplifican la lógica depredadora del sistema y, en cierto modo, hacia quienes sirven (con frecuencia sin saberlo) como instrumentos de esa lógica. De esta etapa son entradas como Crisis/Reboot.

Y luego, en un proceso cíclico de depresión y de negociación, pasando de sentir que no hay nada por hacer para después abrir espacio a mi mente de ingeniero, convencida de que sólo nos faltan mecanismos efectivos para resolver los problemas. Negociación que conlleva siempre una altísima dosis de fé y de esperanza, tratando de encontrar formas de ampliar la perspectiva de otras personas (y la propia). Tratando de encontrar estrategias que nos permitan ganar tiempo. Siento que de aquí es de donde vienen iniciativas como ArTIC, por ejemplo.

Este volumen que termina me encuentra en este punto y, justamente por ello, me gustaría que el volumen que iniciará dentro de pocos días me permita llegar al siguiente nivel:

Volumen 6: Aceptación

¿Aceptación de qué? De que, por duro que resulte, nos estamos acercando al final de lo que la mayoría de nosotros hemos conocido durante toda nuestra vida. Y no se trata aquí de teorías de conspiración o de predicciones del profeta o cultura ‘misteriosa’ de turno, sino de una realidad compuesta de factores bastante evidentes:

  • El crecimiento económico indefinido no puede lograrse en un planeta con recursos finitos. Hemos alcanzado un punto en nuestro ‘desarrollo’ en el que los recursos finitos están empezando a declinar, al tiempo que nuestras necesidades aumentan (por razones reales o comerciales).
  • Pretender que millones de personas aumenten su nivel de consumo es, simplemente, acelerar el consumo de los recursos finitos. Lo que llamamos ‘progreso’ nos lleva a un camino sin salida.
  • En todo grupo humano, el interés particular suele primar sobre el interés colectivo. Sobre todo cuando el interés colectivo resulta de una interpretación que hacen individuos con intereses particulares.
  • Las acciones de una sola persona en una posición de poder/control específica pueden alterar (con frecuencia para mal) el rumbo de un colectivo humano. Es más fácil generar entropía que lograr orden.

Esta es una época muy interesante para vivir. Al ponerle precio a prácticamente todo, hemos hecho posible que comodidades y posibilidades que sólo eran imaginables para grupos muy pequeños (que llamábamos ‘nobleza’ en su momento, por ejemplo) sean accesibles para millones de personas. Y la tecnología con la que contamos es muy cercana a lo que hace 150 años estaba en el terreno de lo mágico. Pero eso ha ocurrido gracias a la energía barata con la que hemos contado durante más de 100 años y a costa de diferencias económicas cada vez más marcadas y de una degradación brutal del medio ambiente. Lo primero empezará a escasear progresivamente (recursos finitos). Lo segundo no sólo es una bomba de tiempo sino que expresa una profunda indolencia de parte de todos nosotros. Lo tercero, sencillamente no conseguimos entender qué implicaciones puede tener. Pero no somos plenamente conscientes de ello. Y cuando lo percibimos, nuestros problemas cotidianos siguen teniendo precedencia.

El patrón emergente no es alentador. Y curiosamente, parece ser invisible para la mayoría de la gente que conozco (o al menos no aparece en la conversación). Cada cual sigue pensando en sus propios asuntos, con un convencimiento profundo (fé?) de que el futuro será muy parecido al pasado. Muchos, poniendo su fé en la tecnología y lo que puede llegar a hacer, pero sin percibir el imposible panorama global hacia el que nos dirigimos en este momento. La mayoría de nosotros, distraídos con la máquina de entretenimiento y con la necesidad de satisfacer algunas necesidades básicas y montones de necesidades creadas. Construimos nuestras propias jaulas, y toleramos vivir en ellas.

La ignorancia (no en el sentido peyorativo, sino simplemente en el sentido de no saber) y la aceptación parecen, por momentos, dos extremos similares. El que no sabe no se preocupa porque no percibe las cosas, y puede seguir su vida enfocado en sus propios problemas (grandes o pequeños). El que acepta, no se preocupa porque ha aceptado las cosas, y puede seguir su vida (ojalá) enfocado en cosas que le permitan crecer y (ojalá) trascender desde un punto de vista espiritual.

Pienso ahora que parecen dos extremos similares porque en realidad forman un Ouroboros. Siempre habrá cosas que lograremos aceptar, que nos lleven a otras cosas que ignoramos y que nos pueden llevar a nuevos procesos de duelo cuando las percibimos. Un ciclo que tal vez tiene como salida una conciencia interna plena, que nos permita ver el mundo tal como es y no como queremos que sea (sea lo que sea que eso signifique). Que nos permita librarnos de Maya. Al final, el objetivo sigue siendo la conciencia.

Las décadas que vienen pueden ser algunas de las más difíciles que hayamos visto en nuestro lapso de vida, para la mayoría de quienes estamos vivos ahora. Así que la pregunta que queda abierta para mi es cómo prepararme para ellas. No se trata de negociación para evitarlas, sino de continuar con mi vida enfocándome en cosas que me permitan crecer y sobrellevar ese período de colapso (que coincidirá con mi vejez) de una manera más o menos tranquila. Si evitamos el colapso (gracias a una milagrosa e inesperada configuración de red que no parece encontrarse en los registros históricos), la recompensa estará en el proceso vivido.

Como de costumbre, esto cuestiona las cosas que he venido haciendo. Las diversas versiones de ArTIC que hicimos con el Plan Ceibal incluyen, de manera más o menos sutil, muchos de estos cuestionamientos. Pero he notado que, así como a mi me tomó tanto tiempo empezar a percibir los patrones, para muchas otras personas es igualmente difícil hacerlo, y terminan percibiendo a ArTIC como algo relacionado solamente con la tecnología. En casos más extremos, el punto de partida es tal que no logra percibirse ninguna de las intenciones de fondo.

Lo que estoy viviendo actualmente me lleva a preguntarme cuál es el papel que quiero jugar en todo esto, y poco a poco percibo que no estoy realmente interesado en convencer a nadie de nada, ni en forzar ningún tipo de proceso. Tampoco estoy interesado en suscribirme a visiones de un futuro que probablemente no ocurra, ni en usar el escaso y precioso tiempo que tenemos en transformar cosas cuya complejidad y resiliencia son tales que no pueden ser transformadas de manera permanente. De todo esto, justamente, se trata la aceptación.

Sí me interesa seguir aprendiendo y poder desarrollar las habilidades necesarias para, como decía, mejorar mis posibilidades en un entorno que puede volverse crecientemente hostil. No posibilidades de supervivencia pues, al final, también tendré que morir. Posibilidades de vivir una vejez tranquila, digo yo. Necesito recursos de todo tipo para ello. Y quiero compartir lo que voy aprendiendo mientras recorro mi camino, así como he tratado de hacerlo hasta ahora, pues puede ser útil (o no) para otras personas.

No es claro para mí cuándo terminará este nuevo volumen, o qué vendrá después. Pero tengo mucha expectativa frente al camino que se abre, pues estará lleno de sorpresas y de cosas que nunca he visto. Estoy convencido de que será un camino interesante, lleno de descubrimientos fascinantes. Estoy convencido de que, al aceptar, se abrirá un nuevo mundo de posibilidad.

Estas últimas líneas las escribo teniendo frente a mi el contraste de los morros de Rio, con el Cristo Redentor al fondo. Cuando empezó el volumen 5, no tenía manera de imaginar que estaría donde estoy ahora. Cuando sea el momento de terminar el volumen 6, quién sabe en dónde estaré. Pero algo me dice que estaré bien. Que habré avanzado aún más en mi camino personal. Que habré aprendido un poco más. Y eso es suficiente.

“Maravillado me pregunto qué viene después. Un nuevo mundo, un nuevo día para ver.”
Björk, New world

Política pública, inclusión, equidad y educación…

Hace un par de meses, fui invitado por Machi Alonso a participar en las actividades en línea del evento de Argentina del Encuentro Internacional de Educación de Fundación Telefónica.  Machi me pidió que hiciera un video corto acerca del tema de política pública en educación y tecnología, lo cual resultó bastante oportuno pues pocos días antes había estado en Santiago en el seminario La tecnología digital frente a los desafíos de la educación inclusiva: algunos casos de buenas prácticas (como decía aquí), en donde tuve la oportunidad de aterrizar bastante una serie de ideas que venían rondando en mi cabeza.

El video fue publicado en el sitio web del Encuentro, pero decidí dejarlo aquí como referencia futura.  Luego del video, se encuentra el texto original de la intervención, que cambió un poco en el producto final.  No está de más agradecer a Machi y a Fundación Telefónica Argentina por la invitación, aunque todavía me pregunto si fuí la mejor opción para este tema. Como en tantos otros, es algo sobre lo que sigo aprendiendo.  En cualquier caso, el voto de confianza es muy estimulante. :-)

Texto completo

Hola, mi nombre es Diego Leal y me han invitado a compartir con ustedes algunas ideas sobre políticas públicas, su relación con la reducción de brechas y el papel que tiene la educación en los temas de equidad e inclusión social.

Lo que quisiera compartir en realidad son algunas reflexiones y dudas que tengo sobre este tema, que ojalá podamos abordar durante el debate de las próximas semanas, así no lleguemos a resolverlas. Mis dudas provienen de mi experiencia después de haber estado algunos años como gerente de un proyecto nacional de educación y tic en el Ministerio de Educación de Colombia, y se avivaron durante una reunión que tuvimos hace pocos días en la que hablamos justamente del tema de políticas públicas en tecnología y educación. Voy a tratar de combinar las dos cosas en algo que ojalá resulte coherente.

Hay un problema importante al que se refería Pedro Hepp y es la tecnología, la educación y la política avanzan a ritmos diferentes, que no conversan entre sí.

En el caso de la tecnología, es claro el ritmo vertiginoso al cual avanza. En parte por ese ritmo, cada vez que aparece un nuevo aparato o aplicación hablamos un montón acerca de sus posibilidades y su enorme potencial, y aparecen innumerables promesas de lo que cada nueva tecnología podría significar. La novedad permanente de la tecnología, sumada a la enorme máquina de marketing y de vendedores que la acompaña, a veces nos lleva a creer que el último producto de una determinada empresa es el que va a cambiar todo. Como hay tanta novedad, se genera un entusiasmo permanente que a veces distorsiona nuestra percepción de nuestro propio entorno, porque mucha de esta tecnología es creada y se populariza en otros sitios y, a medida que lo hace, puede llevarnos a pensar que esa difusión aplica también para nuestro entorno local, cuando no es así.

Para el caso de la educación, la velocidad del cambio tecnológico ha puesto a algunos sectores en una carrera desesperada por mantenerse al día, lo cual llega a generar algo de frustración pues cuando finalmente podemos usar cierto aparato o tecnología, ya apareció la siguiente, que está siendo usada por miles de personas de otros países. El riesgo que percibo allí es que fácilmente podemos perder de vista el sentido de lo que estamos haciendo, y asumir que desarrollar nuestra labor depende de contar con un dispositivo más rápido, más novedoso. Una pregunta que aparece aquí es en donde tiene más sentido que nuestros sistemas educativos se enfoquen: en lo último, lo más novedoso o en lo más importante?

Por otro lado, la avalancha de información ante la que estamos nos lleva en ocasiones a hacer proclamas genéricas acerca de la crisis de la educación. Con esto no quiero decir que estemos haciendo las cosas perfectamente, sino recordar que no existe UNA sola educación. No se trata sólo de la diversidad de condiciones de los sistemas educativos de nuestros países, que responden a propósitos e ideologías muy diferentes, sino también a la enorme diversidad en cuanto a prácticas y métodos. Para el caso de Colombia, por ejemplo, cada institución educativa tiene la responsabilidad de definir su proyecto educativo institucional y su modelo pedagógico. Imaginen la diversidad que se genera! En esa diversidad es seguro que habrá instituciones buenas y otras no tan buenas, y que habrá prácticas buenas y otras no tan buenas. Mi punto aquí es que, a la hora de pensar en inclusión, es necesario recordar la enorme diversidad existente en nuestros sistemas educativos.

Por último, para el caso de la política, sin duda sus ritmos y dificultades son otros, pues se enfrenta a realidades muy complejas y con enormes desigualdades no resueltas. La política pública no ha sido inmune al dinamismo y promesas de la tecnología y a su componente de marketing y venta. En gran medida, la inversión en tecnología ha estado ligada a la promesa que el acceso ayudará a reducir brechas más de fondo, relacionadas con los niveles de ingreso, con la movilidad social o con el acceso a servicios básicos, por ejemplo. Digo que es una esperanza pues todavía es muy pronto para saber cuál es el efecto de largo plazo de estas inversiones, y si tendrán los resultados esperados. En todo caso, a nivel educativo, nuestros gobiernos nacionales y locales se están convirtiendo en grandes clientes de las empresas fabricantes de tecnología, pero a veces reaccionando a lo que perciben como presiones del entorno, y no necesariamente considerando cuáles son las necesidades que se están tratando de resolver, pues una cosa es hablar de inclusión digital y otra de inclusión social.

Este panorama nos permite hablar de retos y preguntas que siguen abiertos. Desde el punto de vista de la política uno esperaría que, por lo menos, ayude a no profundizar las brechas existentes. Pero es importante reiterar aquí que las grandes brechas que persisten no fueron ocasionadas por el acceso a la tecnología, sino por la estructura misma de nuestros sistemas económicos. La crisis económica mundial, que es vivida de manera tan diferente por cada uno de nuestros países, no se va a resolver de inmediato con acceso a más aparatos o a más información. Pienso que es importante recordar que estos son procesos de muy largo plazo, y que nuestras sociedades cambian, cuando lo hacen, a una velocidad mucho menor de la que quisiéramos.

Lo que nos lleva a un reto enorme para la política, y es la relación entre el diseño y la implementación. Lo más habitual en política pública es la búsqueda de una única respuesta que atienda las necesidades de toda una nación, lo que a veces oculta la diversidad existente. Peor aún, a veces el diseño de política se realiza a partir de percepciones o datos de investigación que provienen de otros lugares y que ocultan la realidad local. Yo viví esto de primera mano cuando salí del Ministerio de Educación y empecé a trabajar con docentes en cursos universitarios. Fue sorpresivo ver que lo que desde el nivel del Ministerio se asumía como ‘normal’ o ‘mínimo’ en términos de habilidades de uso de la tecnología no correspondía con las habilidades visibles en docentes estudiantes de programas de maestría. La conclusión aquí es que no podemos basar la política local en los datos provenientes de otras realidades, como lo pondría Ana Laura Rivoir.

Otro reto enorme es cómo avanzar en la reducción de brechas pero sin volver a toda una sociedad dependiente de una tecnología específica, sea la que sea, y reflexionando respecto a qué es lo que se entiende como inclusión. Puede haber casos en los que poblaciones aparentemente “excluidas” simplemente responden a una forma diferente de ver el mundo, con otras concepciones de riqueza, de desarrollo, de felicidad, sobre las que de hecho podríamos aprender mucho.

Se hace necesario entonces pensar en políticas que reconozcan los muy diversos niveles de desarrollo existentes al interior de una sociedad, lo que deja abierta la pregunta de hasta qué punto una política debería enfocarse en el fomento o en la prescripción. Es posible combinar escala con la particularidad local? Tiene más sentido hacer política para escalar y transferir experiencias exitosas, o desarrollar la capacidad local de crear experiencias que atiendan necesidades locales?

Desde el punto de vista de la educación, diría que un enorme reto que está abierto a todo nivel es desarrollar y mantener una mirada crítica frente al papel que la tecnología juega en los procesos de aprendizaje, así como preguntarnos cuál es el sentido de lo que estamos haciendo. Resulta curioso escuchar por un lado que nuestra educación está formando personas para el siglo 19, y al mismo tiempo escuchar que debe atender las demandas del mundo del trabajo. Pienso que olvidamos que la realidad que vemos hoy es muy joven, y que hace tan sólo 200 años la concepción de trabajo era muy diferente a la que vivimos actualmente. Me pregunto si tendrá sentido pensar en una educación que nos lleve a pensar en nuevos mundos y a construir otras realidades, en lugar de preservar los que ya tenemos, con todas las desigualdades que han generado. La tecnología puede ayudar en esta tarea, pero no es la solución de fondo. Para escapar de la carrera detrás de los intereses comerciales de la industria de la tecnología, puede ser interesante preguntarnos qué es lo mínimo que necesitamos en términos tecnológicos para avanzar hacia una sociedad más justa, más equitativa. En complemento, como lo ponía Juan Carlos Tedesco en la reunión de hace unos días, preguntémonos qué operaciones cognitivas necesitamos para hacer una sociedad más justa y usemos la tecnología para eso. Recordemos que no se trata sólo de productividad, competitividad o de “responder al entorno” o a las especulaciones de individuos y organizaciones.

Probablemente la tecnología seguirá a su vertiginoso ritmo, generando nuevos productos y posibilidades que no necesariamente responden a necesidades sociales ni educativas. Pienso que, para acercarnos a la tecnología, es importante superar el deslumbramiento y el entusiasmo excesivo, que a veces nos lleva a ser algo ingenuos. Hay innumerables ejemplos a lo largo de estas décadas de tecnologías que iban a cambiar todo y que, al final, eran apenas un producto del marketing. La tecnología cambia cosas, es indudable. Lo ha hecho una y otra vez. Pero el impacto que tiene está sujeto a las condiciones sociales, políticas y económicas del entorno. Si no fuera así, probablemente ya estaríamos pasando vacaciones en la Luna y andando en autos voladores, como más de un entusiasta imaginaba a mediados del siglo 20.

También vale la pena que recordemos que, como lo pone Neil Postman, la tecnología da pero también quita. Sólo que a veces, en nuestro corto lapso de vida, somos incapaces de ver con claridad qué es lo que quita. Pienso que la educación tiene un papel importante en recordarnos que no somos sólo consumidores de productos e ideas, sino que tenemos un papel protagónico en la construcción de esto que llamamos civilización. No es necesario esperar a la política o a la tecnología para empezar a cuestionar el mundo en el que vivimos, y para empezar a imaginar un mundo mejor.

Cómo hacemos eso es una pregunta con múltiples respuestas. Espero que podamos escuchar muchas de ellas a lo largo de las próximas semanas. Muchas gracias!

Pensando en voz alta: redes, tecnología, educación y el futuro

La semana anterior estuve participando en el seminario “Inclusión social y modelo 1 a 1: emergentes y desafíos“, financiado por IDRC y el programa Conectar Igualdad (la iniciativa nacional 1:1 en nivel secundario de Argentina) y organizado por el equipo de ConectarLab, una espacio nuevo asociado a Conectar Igualdad que consiste en un laboratorio de experimentación sobre tecnología, educación y otros temas varios, liderado por Alejandro Piscitelli.

El evento (sobre el que ojalá tenga tiempo de escribir un poco más) fue muy interesante, pues convocó a practicantes de diversas áreas, casi todas relacionadas con iniciativas de computación uno a uno.  Esto es importante pues, como lo mencioné en Twitter, no se trataba sólo de teoría sino de escuchar lecciones (muchas de ellas muy enriquecedoras) sobre la práctica.  Un muy buen caldo de cultivo de ideas, incluyendo entre otros a Hugo Martínez, Gladys Ledwith, Mariana Maggio, Mauricio Vásquez (con quien conversé un montón), Carina Lion, Ana Laura Martínez, Gabriela Pandiello y Florencia Morado, y por supuesto al equipo de conectarLab (Lorena BettaHeloísa Primavera y Melina Masnatta, entre otros)

Fui invitado a realizar una charla a la que, inicialmente, habían puesto como título “Aprendizaje en red: una alternativa a la formación tradicional”.  Pero me costó trabajo sustentar que estemos hablando de una alternativa a la formación tradicional, pues en realidad siempre hemos aprendido en red.  El problema es que las limitaciones históricas de las que venimos nos llevan a modelar ciertos tipos de red (centralizadas) en lugar de otros que se hacen posibles con la tecnología actual.

En todo caso, la inminencia del inicio del proyecto 1:1 en el municipio de  Itagüí, en el que estoy participando, me llevó a tratar de poner en blanco y negro algunos de los retos más evidentes que observo luego de la experiencia que he tenido con ArTIC.  Pero al pensar en los retos fue inevitable considerar que, si bien en Itagüí estoy a cargo del tema de formación docente, lo que está en juego es mucho más, y el verdadero desafío es lograr una transformación que exceda las aulas y que se concrete en acciones de innovación social.  Eso me llevó a tratar de poner, en blanco y negro, algunas de mis percepciones respecto a la interacción entre los distintos actores y sectores involucrados en el sistema educativo.   Es un ejercicio que no había realizado antes pero que resultó provechoso y al mismo tiempo inquietante, pues me recordó mucho de lo que está en juego. No se trata sólo de ‘formación’ de personas , o de ‘innovación’ en el aula (o fuera de ella). Es el futuro lo que está en juego y nuestra capacidad de actuar en él. Una de las preguntas que quedan abiertas para mi es, justamente, cómo abordar un tema tan global, y cómo comunicar la dimensión real de lo que estamos haciendo y la responsabilidad que conlleva, superando la ingenuidad que con frecuencia puede acompañar estos procesos.

Aquí está la presentación que realicé en el seminario.  Como dice su título (y el de esta entrada) son ideas en borrador, un ejercicio de pensar en voz alta:

Luego de la presentación, descubrí que se me quedó una hoja completa de notas que no llegaron a la presentación. No se trataba de material adicional, sino de ideas que puntualizaban algunos segmentos y comunicaban algo más del punto en el que me encuentro (y de lo que me inquieta) actualmente en estos temas.  Igual, esta es la primera vez que hablo acerca de estas inquietudes, así que es un discurso en construcción, que tengo que aclarar mucho más.

Para empezar, el asunto de la construcción de sentido se quedó corto por el tiempo (como todo lo que queda al final).  La idea del sentido tiene que ver con la necesidad de nuevas narrativas macro de todo orden (especialmente económico y político) que orienten la labor de la educación (entendida en un sentido amplio). Personas como Neil Postman se han referido a esto en el pasado y son un muy buen punto de partida para esa reflexión.  El asunto es que, obviamente, esas narrativas no son únicas ni son precisamente populares. La intervención de Pepe Mujica (presidente de Uruguay) en la decepcionante cumbre Rio+20, en donde todo lo se decía eran lugares comunes, es un ejemplo bastante claro de esas nuevas narrativas que tanto trabajo nos cuestan:

¿Pero cómo avanzar hacia ellas? En un mundo basado en el broadcast (redes centralizadas), la primera idea es recurrir a mecanismos que permitan llevar “el mensaje” a “toda” la población.  Desde esta perspectiva, si hacemos suficientes campañas o si generamos las suficientes políticas, algo ocurriría. Pero el problema es que el mundo en el que vivimos ya no está basado exclusivamente en redes centralizadas (aunque estas siguen siendo las predominantes aún), sino que hay una distribución creciente de fuentes de información y, por ende, múltiples mecanismos que permiten movilizar todo tipo de intereses.  Lo cual representa una oportunidad, aprovechable sólo si logramos pensar de una manera diferente.  Si logramos pensar, comprender y aprovechar las redes (no sólo tecnológicas).

Por eso el proyecto de Itagüí es importante.  ArTIC en Uruguay fue una primera oportunidad de ver cómo funcionaba la articulación de una red humana dispersa en un territorio amplio, con docentes que participaban de manera voluntaria en el proceso.  El tejido de red va a ser diferente en Itagüí, y sus características hacen posible pensar en un proceso muy local, pero abierto al mundo. El reto es comunicar una mirada amplia del mundo en un período corto de tiempo, que deje instalado el interés por identificar y resolver con una nueva perspectiva problemas locales.  Como se indica (de manera sutil) en la presentación, la creación de nuevas conexiones y puentes entre los distintos actores puede apuntar a la generación de nuevos diálogos generacionales y culturales.  Si pudiéramos complementar esto con una actitud tolerante hacia la experimentación (hipótesis), tal vez tendríamos un caldo de cultivo no sólo e ideas sino de iniciativas que empoderen a una nueva generación y la lleven no sólo a cuestionar sino a transformar de manera constructiva su entorno.

Ante todo, de lo que no se trata esto es de evangelizar.  Bastante mal nos fue en el pasado con ese proceso, en donde un grupo evangelizador intentó ‘convencer’ a las buenas o a las malas a millones de personas de que estaban equivocadas y tenían que aceptar las buenas nuevas.  Así que nada de evangelización aquí, nada de convencer a otros de nada. Por el contrario, mucho de abrir la mente, explorar y experimentar de primera mano y construir las propias conclusiones a partir de las necesidades individuales. Más de reflexionar y cuestionarse permanentemente, y de modelar/demostrar prácticas de todo tipo.  Más de abrir la puerta a la incertidumbre y a estar equivocado. En todos y cada uno de los actores del proceso.

De lo que se trata este desafío es de pensar en cambio sistémico desde una perspectiva distribuida. Se trata de pensar en cómo lograr nodos fuertes, conexiones ricas y señales relevantes, orientadas por una narrativa emergente que redefina el sentido del aprendizaje.  Ese es el verdadero reto, diría yo.

Y resulta exigente porque no permite pensar sólo en indicadores medibles ni en cortos plazos, sino de una forma muy distinta. Resulta exigente porque implica que los implicados pensemos de manera cada vez más integral, en lugar de especializada. Implica poner en juego muchas de las ideas (a veces un tanto ocultas) que aparecían en las presentaciones del seminario de Conectar Igualdad.  Implica, sobre todo, ser conscientes de cuál futuro político estamos estimulando con nuestras acciones.

Por eso el post de David Eaves (de hecho, no el post sino esa línea de pensamiento) es importante.  Porque pensar en currículos o lineamientos nacionales, por ejemplo, es apostar por un escenario en donde el estado-nación, como lo conocemos, persiste.  Pensar en red, por su parte, corresponde al segundo escenario, en donde Internet genera una reconfiguración que puede ser o no pacífica (si hemos de creerle a la historia, es probable que no lo sea). De allí la importancia del trabajo focalizado en lo regional. Comunidades locales fuertes, con una mirada global, pueden estar en mejores condiciones de transitar por un período de transición en el que haya una ausencia de los sistemas centralizados de los que dependemos actualmente.  Es por eso que la discusión sobre generación propia de energía, hardware abierto, agricultura urbana o monedas alternativas (entre otras cosas) es importante.  No es sólo un asunto de tecnología o de interesecciones entre áreas, sino del impacto que lo que hacemos hoy, aquí, tiene en un futuro lleno de incertidumbre.

Es indudable que la lógica de los laboratorios de experimentación se vuelve importante en este panorama. Sin embargo, después del encuentro en Argentina pienso que hay un desafío enorme para estos laboratorios: que no terminen tan deslumbrados por lo tecnológico, tan entretenidos por las posibilidades expresivas y artísticas, tan fascinados por el aspecto artesanal de la experimentación como para olvidar cuál es el sentido de su existencia.  Está bien tratar de emular la lógica de lo que ha ocurrido en el MediaLab de MIT, pero cabe preguntarse hasta qué punto ese laboratorio, con todo lo que ha generado, en realidad ha permitido cuestionar el status quo y, en consecuencia, hasta qué punto ha ayudado a resolver las inequidades que tanto sentimos en el sur.  Qué bueno que estas iniciativas se pregunten (muy en serio) para qué hacen lo que hacen, que estén alimentadas por una reflexión multidisciplinar que no deje por fuera las preguntas económicas y políticas, que entiendan la dimensión de lo que está en juego.  El mundo en el que vivimos nos obliga (digo yo) a encontrar respuestas que vayan más allá de lo laboral, más allá de lo ‘chévere’.

Por supuesto, todo esto se desprende de mi perspectiva actual respecto a estos problemas. Aunque dejo abierta la posibilidad de estar equivocado, los patrones que percibo actualmente me sugieren que estos temas son esenciales, y que promover esta discusión tiene todo el sentido del mundo.  No es fácil pensar en ello (o mejor, no lo ha sido para mi), pero pienso que es algo que no podemos evadir.

La pregunta latente, por supuesto, es qué hacemos al respecto.

Gracias a ConectarLab por la invitación y por permitirme plantear estas inquietudes.

El fin del mundo: Estado vs. Internet

Esta es la traducción de un post de David Eaves, publicado originalmente en inglés el 18 de Junio de 2012 en su blog eaves.ca.  Me gustó mucho porque pone en blanco y negro algunas inquietudes que también he tenido en la cabeza desde hace rato, con las que me identifico bastante y que considero esenciales para pensar en el futuro.  Igual, aquí no aparecen algunos elementos del contexto que podrían alterar de manera radical el curso de los acontecimientos (cambio climático o pico del petróleo, por ejemplo).  En todo caso, al igual que el artículo de Mark Federman, este es uno de esos escritos que dan amplían la perspectiva de manera radical, redimensionando el alcance (y sentido) de la labor de cualquier docente.

Decidí traducirlo porque las ideas que plantea dejan abiertas preguntas importantes para la forma en la que concebimos nuestros sistemas educativos y nuestra labor actual en relación con el futuro, y porque en mi propia experiencia como estudiante y docente estos asuntos han estado al margen de los ‘temas que hay que aprender’.   Además, tiene todo que ver con la exploración que estamos haciendo en #explorArTIC.  Sigue la traducción.  Correcciones, comentarios y sugerencias son muy bien recibidos.

En el último fin de semana en el FooCamp, co-lideré una sesión titulada “El Fin del Mundo: ¿Internet destruirá al Estado, o el Estado destruirá a Internet?” Lo que sigue son las ideas con las que abrí durante mi introducción a la sesión y algunas reflexiones adicionales que he tenido y que otros compartieron durante la conversación. Para evitar confusión, me gustaría aclarar que a) No afirmo que estas preguntas nunca han sido planteadas antes, solamente espero que este encuadre puede generar pensamiento y debate de utilidad, y b) que no creo que estos son los únicos dos o tres posibles resultados; sólo fue una forma interesante de enmarcar algunos extremos a fin de generar una buena conversación.

Introducción

Hace algún tiempo, me pareció ver un tweet de Evgeny Morozov que decía algo como: “Usted no pasa de la imprenta al Renacimiento y al iPad, hay revoluciones y guerras en el medio que no se pueden ignorar”. Ya que no puedo encontrar el tweet, tal vez él no lo dijo o me lo imaginé… pero provocó una línea de pensamiento.

Tecnología y cambio

Con frecuencia, cuando la gente piensa en la imprenta, piensa en su impacto en la Iglesia Católica -acerca de cómo permitió que las  quejas de Martín Lutero se volvieran virales y cómo la localización de la Biblia eliminó la necesidad del intermediario (el sacerdote) para conectarse y relacionarse con Dios. Pero si la imprenta socavó la Iglesia Católica, tuvo el efecto contrario en el estado. Para ser justos, los jefes de estado recibieron una paliza (véase la Revolución Francesa et al.), pero el estado mismo fue más ágil e hizo un buen uso de la tecnología. De hecho, vale la pena señalar que la noción moderna de estado-nación no es concebible sin la imprenta. La prensa transformó el Estado – escalando su capacidad para exigir el control sobre la lealtad de los ciudadanos y movilizar recursos que, a su vez, tuvieron un impacto en cómo los estados se relacionaban (y luchaban) entre sí.

En su libro seminal Imagined Communities, Benedict Anderson describe la forma en que la imprenta permitió al estado estandarizar el lenguaje y la historia. En otras palabras, alguien creciendo en Marsella 100 años antes de la imprenta probablemente tenía un sentido muy diferente de la historia y hablaba un dialecto del francés muy distinto en comparación con alguien que vivía en París durante el mismo período. Pero la imprenta (y más específicamente, quienes la controlaban) permitió que un discurso dominante emergiera (en este caso, probablemente el parisino). Piense en los diccionarios estandarizados, en los libros de texto y currículos, por no hablar de la historia y el entretenimiento. Esto hizo que personas que nunca se habrían encontrado compartieran una historia, un lenguaje y un discurso común imaginado. No hay que subestimar el impacto que esto tuvo sobre la identidad de las personas. Como dice esta maravillosa cita del libro: “En última instancia, es esta fraternidad la que hace posible, en los últimos dos siglos, para tantos millones de personas, no sólo matar, sino morir de buen grado por estas limitadas ideas”. En otras palabras, los estados ahora podían prescindir totalmente de los mandos medios feudales y aprovechar el poder de grandes franjas de la población directamente – una población que  podría nunca encontrarse realmente, pero que no obstante podría sentirse conectada entre sí. Así, la imprenta ayudó a crear el estado-nación moderno proporcionando una forma de tribalismo a escala: lo que hoy llamamos nacionalismo. Este fue, a su vez, un ingrediente importante para las guerras que dominaron el final del siglo 19 y la primera parte del siglo 20 – piense en la Primera y Segunda Guerras Mundiales. Esto no quiere decir que sin la imprenta no hay guerra – sabemos que no es así – pero el tipo de guerra total entre los estados-nación del siglo 20 tiene una línea directa a la imprenta.

Así que en realidad, el mundo tecno-utópico de: imprenta -> Renacimiento -> iPad no es particularmente exacto.

Lo que tenemos es: imprenta -> Renacimiento -> evolución del estado -> desestabilización del orden internacional -> derramamiento de sangre significativo -> re-estabilización del sistema internacional -> iPad.

Menciono todo esto porque si este es el impacto que la imprenta tuvo sobre el estado, aparece una nueva pregunta: ¿Cuál será el impacto de Internet sobre el estado? ¿Internet será una tecnología que el Estado puede aprovechar para extraer mayor lealtad de sus ciudadanos… o Internet destruirá las comunidades imaginadas que hacen posible al estado, reemplazándolo con una organización más ágil, disruptiva, con mejor capacidad de sobrevivir a la era de Internet?

Algunos escenarios

Nota: una vez más, estos escenarios no son absolutos o las únicas posibilidades, sino que están diseñados para plantear preguntas y provocar reflexiones.

El Estado destruye a Internet

Una posibilidad es que el Estado sea tan adaptable como el capitalismo. Siempre me sorprende la forma en que el capitalismo ha evolucionado a lo largo de los siglos. Del mercantilismo al libre mercado al mercado social al capitalismo estatal, como un meme que se adapta fácilmente a nuevos ambientes. Una posibilidad es que el estado sea igual: lo suficientemente flexible para adaptarse a nuevas condiciones. En consecuencia, uno puede imaginar que el Estado toma el control suficiente de Internet para convertirlo en una herramienta que, en el mejor de los casos mejora – y en el peor de los casos, no amenaza – la conexión de los ciudadanos con él. Irán, con su intento de construir una red interna administrada por el estado que le permita monitorear de cerca cada movimiento de sus ciudadanos, es un ejemplo aterrador de la primera alternativa. China –con su gran firewall– puede ser un ejemplo de la última. Pero no es necesario ensañarse con estados no occidentales.

Y un mundo en red proporcionará a los Estados -especialmente a los democráticos- una cantidad de razones para apoderarse de un mayor control de las vidas de sus ciudadanos. Desde el crimen organizado al terrorismo, pasando por el robo de identidad, los gobiernos encontrarán un montón de razones para monitorear a sus ciudadanos. Esto sin hablar de las persistentes amenazas avanzadas que crean un estado de guerra en línea continua – o una especie de falsa artificial guerra moderna – entre China, Estados Unidos, Irán y otros. Esta puede ser la justificación última.

En efecto, como consecuencia de estas amenazas, Estados Unidos ya cuenta con un amplio sistema que usa Internet para monitorear a sus propios ciudadanos, e incluso mi propio país – Canadá – trató de aprobar una ley el año pasado para aumentar de manera significativa el control en línea de los ciudadanos. El Reino Unido, por supuesto, acaba de proponer una ley cuyas disposiciones de monitoreo harían gritar de alegría a cualquier gobierno autoritario. Y apenas la semana pasada nos enteramos de que el gobierno del Reino Unido se prepara para entregar un cheque en blanco a los proveedores de servicios de Internet para la instalación de sistemas de monitoreo que registren lo que sus ciudadanos hacen en línea.

No tengan dudas, de lo que se trata esto es del estado tratando de asegurar que Internet sirva – o al menos no ponga en peligro – sus intereses.

Por desgracia, este es el futuro más fácilmente imaginable, ya que se ajusta con el mundo que conocemos – uno donde los estados se encuentran en ascenso. Sin embargo, en muchos aspectos este futuro es resultado de una proyección lineal, y nuestro mundo, especialmente nuestro mundo interconectado, en raras ocasiones se comporta de forma lineal. Así que debemos tener cuidado de no confundir familiaridad con probabilidad.

Internet destruye al Estado

Otra posibilidad es que Internet socave nuestra relación con el estado. Al estar en línea, nos involucramos cada vez más con comunidades epistémicas – sean sociales (como alguien en un gremio de World of Warcraft) o profesionales (como una asociación con una comunidad científica). Mientras tanto, en el mundo físico, las comunidades locales – posiblemente a nivel regional – se tornan  ascendentes. En ambos casos, las regulaciones y normas creadas por el Estado se sienten cada vez más como un impedimento para llevar a cabo nuestras vidas, comercio y objetivos generales cotidianos. La frustración aparece, y crecientemente alguien en la Florida  siente menor y menor relación con alguien en el estado de Washington. El sentido común de identidad, la comunidad imaginada creada por el Estado, comienza a erosionarse.

Esto es, por supuesto, difícil de imaginar para muchas personas, en especial los estadounidenses. Sin embargo, para muchas personas alrededor del mundo, incluyendo a los canadienses, la unidad del Estado no es una suposición libre de preocupaciones. Durante mi vida ha habido tres referendos para fragmentar Canadá. Más al punto, este proceso probablemente no se iniciaría en los lugares donde el Estado es más fuerte (por ejemplo, en América del Norte), sino que empezaría en los lugares donde es más débil. Piense en Somalia, Egipto (en el momento) o Bélgica (que básicamente ha funcionado durante dos años sin un gobierno y nadie parece darse cuenta). Tal vez esto no es un mundo sin Estado, sino con un montón de pequeños estados (que creo que rompe hasta cierto punto con el molde de lo que nos imaginamos como Estado) o tal vez algún nuevo mecanismo organizacional, uno que aprovecha las identidades de las comunidades locales , pero puede coexistir con una red de identidades transnacionales difusas pero importantes. O tal vez la unidad de organización se hace más grande, de modo que mayores recursos puedan convocarse para afrontar nuevas amenazas basadas en la red.

Yo, al igual que la mayoría de la gente, encuentro este mundo más difícil de imaginar. Esto se debe a que muchos de nuestros supuestos de repente desaparecen. Si no es el Estado, ¿entonces qué? ¿Quién o qué protege y administra la infraestructura de Internet? ¿Qué pasa con otros tipos de amenazas como los intereses corporativos, el crimen organizado y los delitos cibernéticos, etc? Estas son asuntos que conllevan un verdadero cambio de paradigma (disculpas por el uso de la palabra) y, francamente, todavía me encuentro demasiado atrapado en mi mundo Newtoniano y las normas hacen que sea difícil imaginar o siquiera saber cómo será la mecánica cuántica. Una vez más, quiero separar el hecho de imaginar el futuro de su probabilidad. Los dos no siempre están conectados, y es por eso que pensar en este futuro tan incómodo y alienante como pueda ser es, probablemente, un ejercicio importante.

McMundo – Internet Premia a la Corporación

Una de las grandes presunciones que a menudo encuentro en las personas que escriben/hablan acerca de Internet es que casi siempre asumen que el individuo es la unidad fundamental de análisis. Hay buenas razones para ello: usando los medios sociales, la capacidad de un individuo de ser disruptivo ha aumentado, en general. Y como Clay Shirky ha señalado, la necesidad de coordinar instituciones y gestores se ha reducido considerablemente. De hecho, el post del blog de Shirky sobre el colapso de los modelos de negocio complejos es (además de una maravillosa pieza) una descripción fantástica de cómo una tecnología disruptiva puede socavar la capacidad de los actores complejos más grandes en un sistema y beneficiar a actores más pequeños, más simples. Por supuesto, el actor más pequeño en nuestro sistema puede no ser el individuo. Puede ser un actor que es más pequeño, más ágil que el Estado, que puede fomentar una comunidad imaginada, y puede adoptar diversas formas de reunir recursos para su auto-organización en una estructura jerárquica. Tal vez sea la corporación.

Durante la conversación en FooCamp, Tim O’Reilly enfatizó este punto con gran efecto. Podría ser que la corporación sea, en realidad, la entidad mejor posicionada para adaptarse a la era de Internet. Lo suficientemente pequeña para aprovechar las redes, lo suficientemente grande como para generar una comunidad que sea realmente leal y comprometida.

De hecho, es fácil imaginar un ciclo de retroalimentación que acelere el ascenso de la corporación. Si nuestras comunidades imaginadas de los estados-nación no puede soportar un mundo de múltiples narrativas y por lo tanto se vuelven más débiles, las corporaciones se beneficiarían no sólo de una mayor capacidad de adaptación, sino que el contrapeso ideal para su poder – la regulación estatal y las fronteras – podría erosionarse de forma simultánea. Un mundo en el que más y más poder – a través de la información, el dinero y el capital humano – se concentra en las corporaciones no es difícil de imaginar. De hecho, hay muchos que creen que este ya es nuestro mundo. Por supuesto, si los lugares (en general, los órganos de gobierno) en donde las corporaciones entran en conflicto -en particular los de tipo intersectorial – no pueden ser mediados pacíficamente, las corporaciones pueden volverse mucho más agresivas. La necesidad de crecer, de reunir más recursos, de tener una división de seguridad para defender los intereses corporativos, podría conducir a un crecimiento de las corporaciones hacia entidades que apenas podemos imaginar hoy. Es un futuro inquietante, pero no uno que no haya sido imaginado varias veces en las novelas de ciencia ficción, y no uno que yo pondría más allá del reino de la imaginación.

El Fin del Mundo

El punto más importante de todo esto es que las nuevas tecnologías cambian la forma en la que imaginamos nuestras comunidades. Un impacto de la imprenta de segundo y tercer orden fue su papel fundamental en la creación del estado-nación moderno. La gran pregunta es, ¿cuáles serán los impactos de segundo y tercer orden de Internet en nuestras comunidades (reales e imaginadas), nuestra identidad y los lugares en donde el poder se concentra?

Tan diferentes como los resultados anteriores son, comparten algo importante en común. Ninguno representa al status quo. En cada caso, la naturaleza del estado y su relación con los ciudadanos, cambia. En consecuencia, me resulta difícil imaginar un futuro donde Internet no sigue poniendo una tensión real en la forma en la cual nos organizamos, y a su vez en los sistemas que hemos construido para administrar esta organización. En consecuencia, no es difícil imaginar que entre más y más de esas instituciones – incluyendo potencialmente al mismo estado – estén bajo presión, los sistemas que se encuentran estables actualmente -como el sistema internacional de estados – sean llevados a un punto de inestabilidad. Vale la pena señalar que después de la imprenta, uno de los primeros estados nación verdaderos – Francia – causó estragos en Europa durante casi medio siglo, utilizando sus recursos ampliados para conquistar casi a todo el mundo a su paso.

Si bien estoy fascinado por la tecnología y creo que puede ser aprovechada para hacer el bien, me gusta pensar que no soy – como  Evgeny los etiqueta – un tecno-utópico. Necesitamos recordar que, mirando hacia atrás en nuestra historia, los efectos de segundo y tercer orden de algunas tecnologías puede ser muy desestabilizadores, lo que lleva consigo riesgos reales de generar conflicto y derramamiento de sangre significativos. De ahí el título de esta entrada del blog y de la sesión FooCamp: El Fin del Mundo.

Esto no es un llamado para un manifiesto ludita renovado. Todo lo contrario: estamos en una cinta de correr de la que no podemos bajar. Nuestras tecnologías han mejorado nuestras vidas, pero también han creado nuevos problemas que, muy a menudo, requerirán  innovaciones sociales y otras tecnologías para ser resueltos. Más bien, quiero plantear esto porque creo que es importante que más personas – especialmente aquellos en el valle [Silicon Valley] y otros centros de tecnología (y no sólo a los estrategas militares) – estén pensando críticamente sobre los posibles efectos de segundo y tercer orden de Internet, la web y las herramientas que están creando, de manera que puedan contribuir a la reflexión en torno a posibles respuestas tecnológicas, sociales e institucionales que podrían, ojalá, mitigar los peores resultados.

Espero que esto promueva reflexión y debate adicional.