Me declaro intolerante…

http://cristinasalazar.blogspot.com/2006/10/claro-yo-le-colaboro.html

Cristina ha escrito un artículo que, a mi juicio, genera un fabuloso tema de discusión y análisis. Ella dice que "me tienen desesperada con la expresión "Yo le colaboro" cuando estoy esperando es que la persona haga su trabajo... cumpla con su deber".
Yo no puedo estar más de acuerdo, y tengo una experiencia propia para contar, que ocurrió ayer.

Viajando en un bus, de camino hacia el MEN, subió un mimo. Sólo que, a diferencia de sus congéneres mimos, este hablaba. Y con voz de payasito recreacionista (esta expresión no busca ser peyorativa, sino que creo que todos somos capaces de imaginar el tono de una voz de estas), dijo que nos traía un mensaje de "amor, respeto y tolerancia". Resultó que ese mensaje era (en sus palabras) "el símbolo universal de la paz". Imagínense, este símbolo universal resultó ser la carita feliz que todos conocemos.

Acto seguido, pasó por cada puesto, pegando en la mano de cada uno de los pasajeros una de estas caritas, de distintos colores y con distintas expresiones (todas alegres, sin embargo).
Luego volvió a la parte delantera del bus y pidió "a las personas de buen corazón y de buena voluntad", que "apoyaran su medio de trabajo" y "le colaboraran con cualquier monedita".

Esto es típico en el transporte público de Bogotá. Pero ayer, por alguna razón yo estaba, o bien algo molesto o bien muy atento, así que terminé realmente indignado por toda la situación.

Y no porque alguien suba a un bus a pedir dinero, sino por la forma en la cual lo hizo este personaje. ¿Cómo puede hablar de respeto y tolerancia, cuando está irrumpiendo de manera tan agresiva en el espacio de cada pasajero? Me refiero a que, prácticamente, obligó a cada pasajero a aceptar la carita feliz que estaba dejando. ¿Hay allí tolerancia y respeto? Yo diría que no, pues parte de la tolerancia y el respeto consiste en permitir a los demás decidir qué aceptan y qué no.

Por otro lado, ayer sentí claramente un chantaje emocional en el discurso del personaje. Resulta entonces que si no le doy una moneda, no tengo buen corazón ni buena voluntad. En términos crudos, está apelando a que cada pasajero demuestre su buen corazón por medios económicos. Esto me indignó profundamente.

Sin embargo, no fui capaz de decirle nada al mimo y, por pura presión social, terminé dándole una moneda. Debo reconocer que no me sentí muy bien cuando todas las personas a mi alrededor le "colaboraron", así que caí en el juego y demostré, después de todo, mi buen corazón y buena voluntad. De alguna manera, compré mi paz mental.

*Suspiro profundo para tranquilizarse*

En fin, lo que llamó mi atención es cuán alejado resulta a veces el discurso del hacer. Cuán fácil resulta volvernos víctimas del lenguaje y, para el caso de Cristina, terminar profundamente agradecidos y conmovidos porque tal o cual empleado nos "colaboró", cuando en realidad estaba cumpliendo su deber. O, en mi caso, terminar sintiéndonos culpables (malas personas) por no dar una moneda.

Cómo diría Victor, pienso que es una excelente excusa para lanzar una "pregunta al aire":
¿Qué otros ejemplos como estos, en donde hay un claro abuso del lenguaje, vemos a nuestro alrededor?


La ciencia ficción y nuestra TV

Luego de leer un post en el blog de Victor Solano, he decidido apartarme un poco del tema central de este blog, para hablar acerca de la última novela del Canal Caracol (Buscando el cielo).

Hay una parte de mi que mira con absoluta envidia muchas de las series de ciencia ficción que se producen fuera del país (X-Files, Millennium, Lost, The 4400, etc...), pues en muchos casos cuentan con una alta calidad no sólo técnica, sino también argumental (aún en los casos en los que el argumento corresponde al eterno conflicto del bien contra el mal). Como aficionado a la ciencia ficción que soy, me pregunto: ¿Por qué no podemos hacer cosas creíbles de ese tipo a nivel nacional?

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¿Y por qué no?

Hace unos cuantos años, fue medianamente popular una serie de televisión llamada Sliders (Deslizadores). La trama giraba alrededor de cuatro personas que por accidente habían entrado en un agujero de gusano, desplazándose a universos paralelos (muy en la onda de las teorías de Feynman). El gancho de la trama era que estos universos paralelos eran versiones levemente modificadas de nuestra Tierra, lo cual generaba posibilidades argumentales muy interesantes.

Pero en fin, había un episodio de esta seríe (el séptimo de la primera temporada) llamado Eggheads, el cual mostraba una tierra en la cual los intelectuales eran las celebridades, tal como los deportistas lo son en nuestra sociedad. Recuerdo claramente que en una escena en la que mostraban la ciudad, aparecía una valla de GAP en la cual el modelo de los pantalones era Einstein, y en algún momento aparecía el slogan de una empresa equivalente a Nike: Just think it. Lamentablemente, la trama mostraba que el asunto no era tan prometedor como parecía, y que los vicios asociados a la fama eran los mismos que en nuestra sociedad. Sin embargo, quisiera obviar eso en este post.

¿A dónde voy con todo esto? Me pregunto por qué no podemos pensar en una sociedad en la cual la educación es el valor más apreciado. ¿Y por qué no? Imaginen estar esperando un bus en un paradero en Bogotá y tener al lado, en lugar del anuncio de licor, un gran cartel del Portal Educativo Colombia Aprende, por ejemplo. Imaginen que el concurso de ortografía que organiza El Tiempo tuviera una convocatoria igual a la de los espantosos realities con los cuales nos deleitan cada noche nuestros canales privados, y que la final fuera un evento tan importante como el reinado de Cartagena. Imaginen bibliotecas públicas abiertas las 24 horas del día, para safisfacer la demanda de todos los aprendices. Imaginen cobertura educativa universal, pero de verdad. Imaginen que cada uno de nosotros entendiera la educación como un medio para alcanzar nuestros sueños. Imaginen que nuestros sueños fueran tratar de mejorar al mundo, en lugar de enriquecernos a pesar de los demás.

¿Y por qué no? Tal como lo veo en este momento, lo que hay de fondo con todo esto es, simple y llanamente, propaganda. ¿Cuáles son los mensajes que estamos implantando en nuestros niños y jóvenes? La respuesta a esa pregunta nos lleva a la eterna discusión acerca de la responsabilidad de los medios en todo este proceso. Victor Solano comentó en detalle el cuestionable caso de una emisora colombiana que está ofreciendo mamoplastia a sus oyentes mujeres. Y, a pesar de la respuesta de la directora de la emisora, la respuesta automática que reciben quienes se inscriben deja todo qué desear. Yo no me detendría en este asunto mucho, pues estoy convencido de que los medios masivos tienen una incidencia definitiva en esta situación (un documental como Bowling for Columbine es un muy buen ejemplo de esto).

Pero es sencillo unirse a la protesta, sin proponer alternativas. ¿Qué pasaría si el gobierno reconociera el poder de los medios en este sentido y, por ejemplo, la Comisión Nacional de Televisión financiara anuncios para entidades como Colciencias, el Ministerio de Educación o el Ministerio de Cultura? Hay una interesante campaña en este momento (precisamente de la CNTV, y creo que es necesario reconocer que han mejorado bastante en el estilo de anuncios que generan) respecto a las competencias matemáticas, y han aparecido en horario triple A anuncios de convocatorias de Colciencias (un tanto somníferos aún, pero algo es algo). Así que algo está pasando. ¿Y si como sociedad empezáramos a dirigirnos hacia allá? ¿Y si alguien encontrara una manera de generar rating con lo intelectual (y no me refiero a ese desastre que fue el programa este de La bella y el nerdo)? ¿Y si lo intelectual fuera rentable?

El efecto neto de esto, a mi juicio, sería que una buena parte de nuestra población estaría expuesta a mensajes que hablan acerca del valor del estudio y de la educación. Es sólo una hipótesis, pero estoy casi seguro de que, a mediano plazo, podríamos empezar a ver efectos positivos en nuestra sociedad.

¿Y por qué no?


Podcasts en educación

Podcast: Un (o varios) archivo de audio (mp3) que contiene entrevistas u opinión (o cualquier otra cosa), que se encuentra publicado en la Web y al cual es posible suscribirse también mediante RSS. Tan sencillo como eso.

Hace un par de semanas usé por primera vez un podcast. Si bien conocía el concepto desde hacía bastante rato, no había percibido su potencial. Descargué y estuve escuchando una entrevista de George Siemens a Stephen Downes, la cual me dejó lleno de inquietudes e ideas provocativas. Ahora, ¿qué significó para mi el acto de escuchar un archivo mp3 que contiene la grabación de una entrevista? ¿Aprendí algo?

Esta última pregunta me ha llevado a cuestionar cuáles son los aprendizajes que he logrado. ¿Cómo sé que he aprendido? Me resulta simpático hacerme esta pregunta y ver cuán diferente es de ¿Cómo sé que sé? Para mi, la respuesta a ¿saber es haber aprendido? parece ser: no.

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redescubriendo el mundo, una idea a la vez