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Política pública, inclusión, equidad y educación…

Hace un par de meses, fui invitado por Machi Alonso a participar en las actividades en línea del evento de Argentina del Encuentro Internacional de Educación de Fundación Telefónica.  Machi me pidió que hiciera un video corto acerca del tema de política pública en educación y tecnología, lo cual resultó bastante oportuno pues pocos días antes había estado en Santiago en el seminario La tecnología digital frente a los desafíos de la educación inclusiva: algunos casos de buenas prácticas (como decía aquí), en donde tuve la oportunidad de aterrizar bastante una serie de ideas que venían rondando en mi cabeza.

El video fue publicado en el sitio web del Encuentro, pero decidí dejarlo aquí como referencia futura.  Luego del video, se encuentra el texto original de la intervención, que cambió un poco en el producto final.  No está de más agradecer a Machi y a Fundación Telefónica Argentina por la invitación, aunque todavía me pregunto si fuí la mejor opción para este tema. Como en tantos otros, es algo sobre lo que sigo aprendiendo.  En cualquier caso, el voto de confianza es muy estimulante. :-)

Texto completo

Hola, mi nombre es Diego Leal y me han invitado a compartir con ustedes algunas ideas sobre políticas públicas, su relación con la reducción de brechas y el papel que tiene la educación en los temas de equidad e inclusión social.

Lo que quisiera compartir en realidad son algunas reflexiones y dudas que tengo sobre este tema, que ojalá podamos abordar durante el debate de las próximas semanas, así no lleguemos a resolverlas. Mis dudas provienen de mi experiencia después de haber estado algunos años como gerente de un proyecto nacional de educación y tic en el Ministerio de Educación de Colombia, y se avivaron durante una reunión que tuvimos hace pocos días en la que hablamos justamente del tema de políticas públicas en tecnología y educación. Voy a tratar de combinar las dos cosas en algo que ojalá resulte coherente.

Hay un problema importante al que se refería Pedro Hepp y es la tecnología, la educación y la política avanzan a ritmos diferentes, que no conversan entre sí.

En el caso de la tecnología, es claro el ritmo vertiginoso al cual avanza. En parte por ese ritmo, cada vez que aparece un nuevo aparato o aplicación hablamos un montón acerca de sus posibilidades y su enorme potencial, y aparecen innumerables promesas de lo que cada nueva tecnología podría significar. La novedad permanente de la tecnología, sumada a la enorme máquina de marketing y de vendedores que la acompaña, a veces nos lleva a creer que el último producto de una determinada empresa es el que va a cambiar todo. Como hay tanta novedad, se genera un entusiasmo permanente que a veces distorsiona nuestra percepción de nuestro propio entorno, porque mucha de esta tecnología es creada y se populariza en otros sitios y, a medida que lo hace, puede llevarnos a pensar que esa difusión aplica también para nuestro entorno local, cuando no es así.

Para el caso de la educación, la velocidad del cambio tecnológico ha puesto a algunos sectores en una carrera desesperada por mantenerse al día, lo cual llega a generar algo de frustración pues cuando finalmente podemos usar cierto aparato o tecnología, ya apareció la siguiente, que está siendo usada por miles de personas de otros países. El riesgo que percibo allí es que fácilmente podemos perder de vista el sentido de lo que estamos haciendo, y asumir que desarrollar nuestra labor depende de contar con un dispositivo más rápido, más novedoso. Una pregunta que aparece aquí es en donde tiene más sentido que nuestros sistemas educativos se enfoquen: en lo último, lo más novedoso o en lo más importante?

Por otro lado, la avalancha de información ante la que estamos nos lleva en ocasiones a hacer proclamas genéricas acerca de la crisis de la educación. Con esto no quiero decir que estemos haciendo las cosas perfectamente, sino recordar que no existe UNA sola educación. No se trata sólo de la diversidad de condiciones de los sistemas educativos de nuestros países, que responden a propósitos e ideologías muy diferentes, sino también a la enorme diversidad en cuanto a prácticas y métodos. Para el caso de Colombia, por ejemplo, cada institución educativa tiene la responsabilidad de definir su proyecto educativo institucional y su modelo pedagógico. Imaginen la diversidad que se genera! En esa diversidad es seguro que habrá instituciones buenas y otras no tan buenas, y que habrá prácticas buenas y otras no tan buenas. Mi punto aquí es que, a la hora de pensar en inclusión, es necesario recordar la enorme diversidad existente en nuestros sistemas educativos.

Por último, para el caso de la política, sin duda sus ritmos y dificultades son otros, pues se enfrenta a realidades muy complejas y con enormes desigualdades no resueltas. La política pública no ha sido inmune al dinamismo y promesas de la tecnología y a su componente de marketing y venta. En gran medida, la inversión en tecnología ha estado ligada a la promesa que el acceso ayudará a reducir brechas más de fondo, relacionadas con los niveles de ingreso, con la movilidad social o con el acceso a servicios básicos, por ejemplo. Digo que es una esperanza pues todavía es muy pronto para saber cuál es el efecto de largo plazo de estas inversiones, y si tendrán los resultados esperados. En todo caso, a nivel educativo, nuestros gobiernos nacionales y locales se están convirtiendo en grandes clientes de las empresas fabricantes de tecnología, pero a veces reaccionando a lo que perciben como presiones del entorno, y no necesariamente considerando cuáles son las necesidades que se están tratando de resolver, pues una cosa es hablar de inclusión digital y otra de inclusión social.

Este panorama nos permite hablar de retos y preguntas que siguen abiertos. Desde el punto de vista de la política uno esperaría que, por lo menos, ayude a no profundizar las brechas existentes. Pero es importante reiterar aquí que las grandes brechas que persisten no fueron ocasionadas por el acceso a la tecnología, sino por la estructura misma de nuestros sistemas económicos. La crisis económica mundial, que es vivida de manera tan diferente por cada uno de nuestros países, no se va a resolver de inmediato con acceso a más aparatos o a más información. Pienso que es importante recordar que estos son procesos de muy largo plazo, y que nuestras sociedades cambian, cuando lo hacen, a una velocidad mucho menor de la que quisiéramos.

Lo que nos lleva a un reto enorme para la política, y es la relación entre el diseño y la implementación. Lo más habitual en política pública es la búsqueda de una única respuesta que atienda las necesidades de toda una nación, lo que a veces oculta la diversidad existente. Peor aún, a veces el diseño de política se realiza a partir de percepciones o datos de investigación que provienen de otros lugares y que ocultan la realidad local. Yo viví esto de primera mano cuando salí del Ministerio de Educación y empecé a trabajar con docentes en cursos universitarios. Fue sorpresivo ver que lo que desde el nivel del Ministerio se asumía como ‘normal’ o ‘mínimo’ en términos de habilidades de uso de la tecnología no correspondía con las habilidades visibles en docentes estudiantes de programas de maestría. La conclusión aquí es que no podemos basar la política local en los datos provenientes de otras realidades, como lo pondría Ana Laura Rivoir.

Otro reto enorme es cómo avanzar en la reducción de brechas pero sin volver a toda una sociedad dependiente de una tecnología específica, sea la que sea, y reflexionando respecto a qué es lo que se entiende como inclusión. Puede haber casos en los que poblaciones aparentemente “excluidas” simplemente responden a una forma diferente de ver el mundo, con otras concepciones de riqueza, de desarrollo, de felicidad, sobre las que de hecho podríamos aprender mucho.

Se hace necesario entonces pensar en políticas que reconozcan los muy diversos niveles de desarrollo existentes al interior de una sociedad, lo que deja abierta la pregunta de hasta qué punto una política debería enfocarse en el fomento o en la prescripción. Es posible combinar escala con la particularidad local? Tiene más sentido hacer política para escalar y transferir experiencias exitosas, o desarrollar la capacidad local de crear experiencias que atiendan necesidades locales?

Desde el punto de vista de la educación, diría que un enorme reto que está abierto a todo nivel es desarrollar y mantener una mirada crítica frente al papel que la tecnología juega en los procesos de aprendizaje, así como preguntarnos cuál es el sentido de lo que estamos haciendo. Resulta curioso escuchar por un lado que nuestra educación está formando personas para el siglo 19, y al mismo tiempo escuchar que debe atender las demandas del mundo del trabajo. Pienso que olvidamos que la realidad que vemos hoy es muy joven, y que hace tan sólo 200 años la concepción de trabajo era muy diferente a la que vivimos actualmente. Me pregunto si tendrá sentido pensar en una educación que nos lleve a pensar en nuevos mundos y a construir otras realidades, en lugar de preservar los que ya tenemos, con todas las desigualdades que han generado. La tecnología puede ayudar en esta tarea, pero no es la solución de fondo. Para escapar de la carrera detrás de los intereses comerciales de la industria de la tecnología, puede ser interesante preguntarnos qué es lo mínimo que necesitamos en términos tecnológicos para avanzar hacia una sociedad más justa, más equitativa. En complemento, como lo ponía Juan Carlos Tedesco en la reunión de hace unos días, preguntémonos qué operaciones cognitivas necesitamos para hacer una sociedad más justa y usemos la tecnología para eso. Recordemos que no se trata sólo de productividad, competitividad o de “responder al entorno” o a las especulaciones de individuos y organizaciones.

Probablemente la tecnología seguirá a su vertiginoso ritmo, generando nuevos productos y posibilidades que no necesariamente responden a necesidades sociales ni educativas. Pienso que, para acercarnos a la tecnología, es importante superar el deslumbramiento y el entusiasmo excesivo, que a veces nos lleva a ser algo ingenuos. Hay innumerables ejemplos a lo largo de estas décadas de tecnologías que iban a cambiar todo y que, al final, eran apenas un producto del marketing. La tecnología cambia cosas, es indudable. Lo ha hecho una y otra vez. Pero el impacto que tiene está sujeto a las condiciones sociales, políticas y económicas del entorno. Si no fuera así, probablemente ya estaríamos pasando vacaciones en la Luna y andando en autos voladores, como más de un entusiasta imaginaba a mediados del siglo 20.

También vale la pena que recordemos que, como lo pone Neil Postman, la tecnología da pero también quita. Sólo que a veces, en nuestro corto lapso de vida, somos incapaces de ver con claridad qué es lo que quita. Pienso que la educación tiene un papel importante en recordarnos que no somos sólo consumidores de productos e ideas, sino que tenemos un papel protagónico en la construcción de esto que llamamos civilización. No es necesario esperar a la política o a la tecnología para empezar a cuestionar el mundo en el que vivimos, y para empezar a imaginar un mundo mejor.

Cómo hacemos eso es una pregunta con múltiples respuestas. Espero que podamos escuchar muchas de ellas a lo largo de las próximas semanas. Muchas gracias!

Pensando en voz alta: redes, tecnología, educación y el futuro

La semana anterior estuve participando en el seminario “Inclusión social y modelo 1 a 1: emergentes y desafíos“, financiado por IDRC y el programa Conectar Igualdad (la iniciativa nacional 1:1 en nivel secundario de Argentina) y organizado por el equipo de ConectarLab, una espacio nuevo asociado a Conectar Igualdad que consiste en un laboratorio de experimentación sobre tecnología, educación y otros temas varios, liderado por Alejandro Piscitelli.

El evento (sobre el que ojalá tenga tiempo de escribir un poco más) fue muy interesante, pues convocó a practicantes de diversas áreas, casi todas relacionadas con iniciativas de computación uno a uno.  Esto es importante pues, como lo mencioné en Twitter, no se trataba sólo de teoría sino de escuchar lecciones (muchas de ellas muy enriquecedoras) sobre la práctica.  Un muy buen caldo de cultivo de ideas, incluyendo entre otros a Hugo Martínez, Gladys Ledwith, Mariana Maggio, Mauricio Vásquez (con quien conversé un montón), Carina Lion, Ana Laura Martínez, Gabriela Pandiello y Florencia Morado, y por supuesto al equipo de conectarLab (Lorena BettaHeloísa Primavera y Melina Masnatta, entre otros)

Fui invitado a realizar una charla a la que, inicialmente, habían puesto como título “Aprendizaje en red: una alternativa a la formación tradicional”.  Pero me costó trabajo sustentar que estemos hablando de una alternativa a la formación tradicional, pues en realidad siempre hemos aprendido en red.  El problema es que las limitaciones históricas de las que venimos nos llevan a modelar ciertos tipos de red (centralizadas) en lugar de otros que se hacen posibles con la tecnología actual.

En todo caso, la inminencia del inicio del proyecto 1:1 en el municipio de  Itagüí, en el que estoy participando, me llevó a tratar de poner en blanco y negro algunos de los retos más evidentes que observo luego de la experiencia que he tenido con ArTIC.  Pero al pensar en los retos fue inevitable considerar que, si bien en Itagüí estoy a cargo del tema de formación docente, lo que está en juego es mucho más, y el verdadero desafío es lograr una transformación que exceda las aulas y que se concrete en acciones de innovación social.  Eso me llevó a tratar de poner, en blanco y negro, algunas de mis percepciones respecto a la interacción entre los distintos actores y sectores involucrados en el sistema educativo.   Es un ejercicio que no había realizado antes pero que resultó provechoso y al mismo tiempo inquietante, pues me recordó mucho de lo que está en juego. No se trata sólo de ‘formación’ de personas , o de ‘innovación’ en el aula (o fuera de ella). Es el futuro lo que está en juego y nuestra capacidad de actuar en él. Una de las preguntas que quedan abiertas para mi es, justamente, cómo abordar un tema tan global, y cómo comunicar la dimensión real de lo que estamos haciendo y la responsabilidad que conlleva, superando la ingenuidad que con frecuencia puede acompañar estos procesos.

Aquí está la presentación que realicé en el seminario.  Como dice su título (y el de esta entrada) son ideas en borrador, un ejercicio de pensar en voz alta:

Luego de la presentación, descubrí que se me quedó una hoja completa de notas que no llegaron a la presentación. No se trataba de material adicional, sino de ideas que puntualizaban algunos segmentos y comunicaban algo más del punto en el que me encuentro (y de lo que me inquieta) actualmente en estos temas.  Igual, esta es la primera vez que hablo acerca de estas inquietudes, así que es un discurso en construcción, que tengo que aclarar mucho más.

Para empezar, el asunto de la construcción de sentido se quedó corto por el tiempo (como todo lo que queda al final).  La idea del sentido tiene que ver con la necesidad de nuevas narrativas macro de todo orden (especialmente económico y político) que orienten la labor de la educación (entendida en un sentido amplio). Personas como Neil Postman se han referido a esto en el pasado y son un muy buen punto de partida para esa reflexión.  El asunto es que, obviamente, esas narrativas no son únicas ni son precisamente populares. La intervención de Pepe Mujica (presidente de Uruguay) en la decepcionante cumbre Rio+20, en donde todo lo se decía eran lugares comunes, es un ejemplo bastante claro de esas nuevas narrativas que tanto trabajo nos cuestan:

¿Pero cómo avanzar hacia ellas? En un mundo basado en el broadcast (redes centralizadas), la primera idea es recurrir a mecanismos que permitan llevar “el mensaje” a “toda” la población.  Desde esta perspectiva, si hacemos suficientes campañas o si generamos las suficientes políticas, algo ocurriría. Pero el problema es que el mundo en el que vivimos ya no está basado exclusivamente en redes centralizadas (aunque estas siguen siendo las predominantes aún), sino que hay una distribución creciente de fuentes de información y, por ende, múltiples mecanismos que permiten movilizar todo tipo de intereses.  Lo cual representa una oportunidad, aprovechable sólo si logramos pensar de una manera diferente.  Si logramos pensar, comprender y aprovechar las redes (no sólo tecnológicas).

Por eso el proyecto de Itagüí es importante.  ArTIC en Uruguay fue una primera oportunidad de ver cómo funcionaba la articulación de una red humana dispersa en un territorio amplio, con docentes que participaban de manera voluntaria en el proceso.  El tejido de red va a ser diferente en Itagüí, y sus características hacen posible pensar en un proceso muy local, pero abierto al mundo. El reto es comunicar una mirada amplia del mundo en un período corto de tiempo, que deje instalado el interés por identificar y resolver con una nueva perspectiva problemas locales.  Como se indica (de manera sutil) en la presentación, la creación de nuevas conexiones y puentes entre los distintos actores puede apuntar a la generación de nuevos diálogos generacionales y culturales.  Si pudiéramos complementar esto con una actitud tolerante hacia la experimentación (hipótesis), tal vez tendríamos un caldo de cultivo no sólo e ideas sino de iniciativas que empoderen a una nueva generación y la lleven no sólo a cuestionar sino a transformar de manera constructiva su entorno.

Ante todo, de lo que no se trata esto es de evangelizar.  Bastante mal nos fue en el pasado con ese proceso, en donde un grupo evangelizador intentó ‘convencer’ a las buenas o a las malas a millones de personas de que estaban equivocadas y tenían que aceptar las buenas nuevas.  Así que nada de evangelización aquí, nada de convencer a otros de nada. Por el contrario, mucho de abrir la mente, explorar y experimentar de primera mano y construir las propias conclusiones a partir de las necesidades individuales. Más de reflexionar y cuestionarse permanentemente, y de modelar/demostrar prácticas de todo tipo.  Más de abrir la puerta a la incertidumbre y a estar equivocado. En todos y cada uno de los actores del proceso.

De lo que se trata este desafío es de pensar en cambio sistémico desde una perspectiva distribuida. Se trata de pensar en cómo lograr nodos fuertes, conexiones ricas y señales relevantes, orientadas por una narrativa emergente que redefina el sentido del aprendizaje.  Ese es el verdadero reto, diría yo.

Y resulta exigente porque no permite pensar sólo en indicadores medibles ni en cortos plazos, sino de una forma muy distinta. Resulta exigente porque implica que los implicados pensemos de manera cada vez más integral, en lugar de especializada. Implica poner en juego muchas de las ideas (a veces un tanto ocultas) que aparecían en las presentaciones del seminario de Conectar Igualdad.  Implica, sobre todo, ser conscientes de cuál futuro político estamos estimulando con nuestras acciones.

Por eso el post de David Eaves (de hecho, no el post sino esa línea de pensamiento) es importante.  Porque pensar en currículos o lineamientos nacionales, por ejemplo, es apostar por un escenario en donde el estado-nación, como lo conocemos, persiste.  Pensar en red, por su parte, corresponde al segundo escenario, en donde Internet genera una reconfiguración que puede ser o no pacífica (si hemos de creerle a la historia, es probable que no lo sea). De allí la importancia del trabajo focalizado en lo regional. Comunidades locales fuertes, con una mirada global, pueden estar en mejores condiciones de transitar por un período de transición en el que haya una ausencia de los sistemas centralizados de los que dependemos actualmente.  Es por eso que la discusión sobre generación propia de energía, hardware abierto, agricultura urbana o monedas alternativas (entre otras cosas) es importante.  No es sólo un asunto de tecnología o de interesecciones entre áreas, sino del impacto que lo que hacemos hoy, aquí, tiene en un futuro lleno de incertidumbre.

Es indudable que la lógica de los laboratorios de experimentación se vuelve importante en este panorama. Sin embargo, después del encuentro en Argentina pienso que hay un desafío enorme para estos laboratorios: que no terminen tan deslumbrados por lo tecnológico, tan entretenidos por las posibilidades expresivas y artísticas, tan fascinados por el aspecto artesanal de la experimentación como para olvidar cuál es el sentido de su existencia.  Está bien tratar de emular la lógica de lo que ha ocurrido en el MediaLab de MIT, pero cabe preguntarse hasta qué punto ese laboratorio, con todo lo que ha generado, en realidad ha permitido cuestionar el status quo y, en consecuencia, hasta qué punto ha ayudado a resolver las inequidades que tanto sentimos en el sur.  Qué bueno que estas iniciativas se pregunten (muy en serio) para qué hacen lo que hacen, que estén alimentadas por una reflexión multidisciplinar que no deje por fuera las preguntas económicas y políticas, que entiendan la dimensión de lo que está en juego.  El mundo en el que vivimos nos obliga (digo yo) a encontrar respuestas que vayan más allá de lo laboral, más allá de lo ‘chévere’.

Por supuesto, todo esto se desprende de mi perspectiva actual respecto a estos problemas. Aunque dejo abierta la posibilidad de estar equivocado, los patrones que percibo actualmente me sugieren que estos temas son esenciales, y que promover esta discusión tiene todo el sentido del mundo.  No es fácil pensar en ello (o mejor, no lo ha sido para mi), pero pienso que es algo que no podemos evadir.

La pregunta latente, por supuesto, es qué hacemos al respecto.

Gracias a ConectarLab por la invitación y por permitirme plantear estas inquietudes.

Sobre “la sociedad de la ignorancia”

La sociedad de la ignorancia es uno de los recursos que sirve como material de base del primer grupo de estudio de explorArTIC. Las siguientes son ideas generadas por un post de Luz Pearson, que se tornaron tan voluminosas como para merecer un post propio.  La lectura de ese post es importante como contexto a esta ‘respuesta’.

Hay una frase de McLuhan que me gusta bastante y que, aunque no funciona en una presentación, puede quedar bien en esta discusión: “No quiero que me crean, sólo quiero que piensen”. ¿A qué viene esto? A la forma en la Luz cierra su post:

Me enoja leer a Brey tanto como me alegra. Me hizo pensar.

Pienso que esa es una de esas habilidades clave de las que no hablamos lo suficiente: la capacidad de enfrentarnos a ideas que pueden enojarnos y tratar de ver cómo se relacionan con lo que pensamos en un momento dado. Estoy convencido de que eso nos permite ampliar la perspectiva y percibir un poco más de la complejidad del mundo en el que estamos. Por eso encuentro muy valiosa la actitud simultánea de cuestionamiento y reflexión que está en el post de Luz.

En mi caso, una de las primeras cosas que hice al ver las afirmaciones que contenía el ensayo de Brey fue explorar un poco más acerca del origen del autor. Considerando que, para bien o para mal, tanto la formación como la experiencia vivida condicionan lo que percibimos y, por ende, la mirada que tenemos del mundo, entender un poco más de dónde venía Brey resultó importante para enriquecer mi filtro de duda respecto a lo que afirmaba (lo que Postman llamaría mi crap detector).  Y si bien algunas de sus afirmaciones resultan controvertibles, hay otras que me cuesta trabajo desconocer a partir de lo que he vivido, aunque reconozco que pueden ser mis propias generalizaciones creadas a partir de mi experiencia específica.  Difícil labor la búsqueda de la ecuanimidad.

Con esto dicho, coincido con Luz en la importancia de la cuantificación para saber en dónde nos encontramos. Me temo que se ha vuelto algo común construir grandes narrativas generalizantes a partir de casos particulares (“En la clase A de la universidad B ocurre C cosa, en consecuencia el mundo es X”, o “todos los jóvenes saben/son de tal o cual manera”, por ejemplo) y, lo más inquietante desde mi perspectiva, es que tales afirmaciones a veces (¿o con frecuencia?) pasan por nuestros filtros críticos sin detección alguna.  Peor aún, algunas de ellas se vuelven tan populares (piense en la idea de los nativos digitales, por ejemplo) que incluso cuando no representan la realidad terminan instalándose y afectando nuestra percepción del mundo.  Ahora, no está de más recordar que la cuantificación también puede ocultar aspectos importantes de un fenómeno y, para completar, en algunos casos puede no representar una ayuda adicional.

Por ejemplo, supongamos que tenemos un histórico de la asistencia de todos los estudiantes que tomaron un curso de Relatividad General en un país dado. ¿Qué nos diría esto respecto al aprendizaje logrado? Especulando, es muy factible que el espectro de aprendizaje real del tema sea bastante amplio, incluso en los estudiantes que aprobaron el curso. Incluso así, ¿qué tipo de variación nos podría sugerir que los cambios observados -si los hubiera- están relacionados con las prioridades de una sociedad? ¿Es ‘mejor’ tener pocos que sepan mucho o muchos que sepan poco, como lo decía Luz en su post?

Aquí hay un montón de factores involucrados. ¿Qué impacto tiene para el desarrollo científico de una sociedad que haya muchos que saben poco?  Aunque el discurso político habitualmente termina en asuntos de competitividad y crecimiento económico, no puedo evitar preguntarme si un conocimiento más superficial (en especial en las áreas científicas) comprometerá poco a poco nuestra capacidad como sociedades de mantener el estilo de vida que, en general, hemos alcanzado (en términos sanitarios y médicos, por ejemplo).  No es un asunto de poca importancia, diría yo.

Por otro lado, ¿será una falacia la pretensión de tener más cantidad con calidad? Aunque Luz indicaba que aumentan las matrículas en el sistema educativo (lo cual es cierto), persisten dudas respecto a si la velocidad de ampliación de cobertura resulta sostenible, pues  profesionales altamente especializados toman mucho tiempo en ser entrenados, así que la demanda de docentes calificados puede no ser atendida.  Para completar, factores regionales entran en juego. Tomemos como ejemplo Brasil. Con la enorme demanda de crecimiento que tiene, está acogiendo a montones de estudiantes de posgrado de la región, y absorbiendo a una buena cantidad de ellos laboralmente (esto es, son personas que no regresan a sus páises de origen).

En otro aspecto, en los mismos docentes de algunas instituciones circulan (no sé si más o menos, o qué tan representativo sea, pero circulan) historias de docentes que tienen que poner en una balanza su estabilidad laboral y su nivel de exigencia académica.  ¿Eso quiere decir que no hay problema con los modelos educativos que se usan? Sin duda los hay, pero hay otros factores en el entorno que hay que considerar (por ejemplo, la lógica de los estudiantes como clientes en una institución).

Aquí aparecen como oportunidad los experimentos recientes en cursos masivos como los de Coursera, edX, Udacity y otros. Oportunidad que todavía tiene de por medio la barrera del idioma (aunque esto desaparecerá rápidamente), pero que genera posibilidades de acceso impensables hace una década, a una escala global.  Es muy temprano para saber cuál será el impacto de estas iniciativas, en todo caso.

Aunque no podría afirmarlo de manera categórica, no estoy seguro que mayor información aumenta la posibilidad de que se dé conocimiento, como lo plantea Luz.  Me detengo en ello porque es un asunto de fondo en esta discusión.  Ahora, es claro que nos estamos refiriendo al conocimiento como comprensión racional de la realidad, como lo señalaba Luz.  Cierto, ahora tenemos un nivel mayor, creciente e imposible de información.  Pero es información de todo tipo.  Pongámoslo en términos de comida: Siempre hemos tenido una gran variedad de opciones alimenticias saludables. Sin embargo, la comida rápida se ha convertido en un problema de salud pública en más de un lugar. ¿Por qué? ¿No tendríamos que elegir la mejor opción en términos alimenticios dada nuestra racionalidad? Me temo que, al igual que con la comida (y la economía) un punto importante de trasfondo en el análisis de Brey es que no somos tan racionales como deberíamos (o esperaríamos) ser.

Como ArielyKahneman (este último ganó un premio Nobel por ello!) han mostrado, esta presunción de racionalidad que durante tanto tiempo permeó la teoría económica no es tan real.  En parte, porque nuestro cerebro puede ser engañado de manera muy simple. En parte, porque los estímulos a los que estamos sujetos no son siempre veraces.  Suponer que por naturaleza elegiremos información veraz (y útil) puede ser erróneo, sobre todo a la vista de algunas de las curiosas opciones que constituyen la dieta cognitiva de nuestras sociedades. Así que en la apuesta de mayor posibilidad de conocimiento a partir de más información, a la hora de la elección tenemos en contra tanto nuestra propia naturaleza como intereses de todo tipo (¿qué vende?).   Para completar, el paso por el sistema educativo tampoco garantiza que podamos librarnos de intuiciones erróneas (como se observa en A private Universe o como lo señala Jonah Lehrer). La disponibilidad de información, como lo indicaba Luz, no resuelve el problema.  Pero confiar en un aumento de la posibilidad de que se dé el conocimiento también puede ser bastante optimista.

Toda esta discusión está permeada, a la hora de la verdad, por una excelente pregunta que Luz plantea:

¿Es el conocimiento en tanto comprensión de la realidad de manera racional una meta deseable o es necesaria otra capacidad para vivir mejor?

Depende, entre muchas cosas, de qué significa vivir mejor. Y, por supuesto, la respuesta a esa pregunta suele depender del lugar desde donde se realiza.  Para algunos sectores de la población vivir mejor significa vivir en lugar de sobrevivir, para otros significa buscar la felicidad, y en la mitad están todos los niveles de la pirámide de Maslow. Yo diría que la comprensión racional de la realidad -con todo lo que ello implica- es de alta importancia no sólo para resolver las profundas inequidades que tenemos sino para entender mejor cuál es nuestro papel en este planeta.  Sin embargo, es cierto que la comprensión no implica necesariamente una forma diferente de actuar.

Admitiendo que puedo estar equivocado, me aventuraría a decir que no vamos en realidad hacia una sociedad de la ignorancia. Si no ser ignorante es comprender de manera racional la realidad, durante toda nuestra historia hemos sido una sociedad ignorante. Y durante varios cientos de años hemos vivido un período atípico, en el que un segmento pequeño de la sociedad ha pretendido comprender la realidad y ha contado con espacios como las universidades para volver institucional esta intención. Es indudable que la acción de este pequeño segmento ha transformado nuestra realidad de manera acelerada, en especial a nivel tecnológico. Pero eso no quiere decir que el intento haya sido exitoso en el nivel macro. En todas las áreas persisten preguntan fundamentales respecto a cómo es la realidad, incluso en personas altamente educadas persisten ideas que van en contravía de lo que llamamos una comprensión racional del mundo (mientras seguimos entreteniéndonos),  y una mirada a nuestros sistemas políticos sugiere que lo racional a veces (¿o a menudo?) está bastante ausente de las decisiones macro que afectan a nuestras sociedades.

No está de más recordar, por otro lado, que la ignorancia puede ser relativa.  Esto es, una persona llamada ignorante o parte de la masa por otra puede no reconocerse a sí misma como ignorante o parte de la masa. El punto aquí es que hablar de ignorancia representa un juicio de valor frente a lo racional, y es por ello que las inquietudes de Brey surgen de alguien que hace parte de una tradición académica específica, la cual percibe a otro tipo de expresiones como ignorantes.  No hay que olvidar, sin embargo, que bien puede ser que la relativización de la ignorancia sea una forma sutil de validarla.  Lo preocupante son las consecuencias macro que tal actitud implica para nuestras sociedades.

Sumemos la explosión de posibilidades de producción y comunicación de información que provee Internet, los procesos políticos que están en marcha y los nada despreciables intereses de mercado, y tenemos un panorama sobre el cual es muy difícil hacer previsiones. Como Mark Federman señalaba, estamos en la mitad de un proceso de largo plazo. Y los escenarios que pueden configurarse como resultado de ese proceso son variados y al mismo tiempo difíciles de predecir.  Brey propone uno, cercano al presentado de manera satírica en Idiocracy (no es una película nada buena, pero su premisa es provocadora) o de modo más sutil en Wall-E.  David Eaves, por su parte, intentaba algo similar desde el punto de vista de evolución del Estado.

¿Es un panorama apocalíptico? Depende cómo calificamos la situación actual. :-) Persiste la duda de cómo la abundancia de información afectará los mecanismos que han permitido la construcción de narrativas nacionales, por ejemplo. Por su parte, mucho se ha dicho acerca de cómo los líderes de la sociedad industrial necesitaban un sistema escolar para generar trabajadores a gran escala. ¿Qué significa en el muy largo plazo la consolidación (o no) de una sociedad en red, especialmente a la luz de determinados intereses económicos?

Si tomamos los escenarios de David Eaves, hay muchas salidas posibles.  En cualquiera de ellos uno podría explorar qué ocurre cuando hay de por medio buenas o malas intenciones: un Estado que controla la red puede coartar o promover la comprensión racional del mundo, un mundo atomizado políticamente puede ser presa de tribalismos y profundos sentimientos regionales que colisionan con una comprensión racional del mundo, y cabe preguntarse si para las corporaciones es atractiva la idea de promover una comprensión racional del mundo entre sus consumidores.  Lo inquietante es que confiar en las buenas intenciones no coincide con lo que nos muestra la mayor parte de nuestra historia planetaria.  Pensar en la red para resolver el asunto obliga a reconocer la forma en las cuales una red puede ser impactada por un nodo de alta influencia (propaganda), o cómo la limitación deliberada de conexiones o señales moldea la percepción de múltiples nodos.

¿Qué hacer entonces? Mariana Maggio señalaba hace poco que tal vez sea ingenuo suponer que desde nuestras aulas podemos transformar el sistema, algo con lo cual coincido si pensamos en el muy corto plazo.  Pero, al pensar en el proceso histórico dentro del cual nos encontramos, me gusta pensar que los pequeños cambios que hacemos pueden tener una importante repercusión en el futuro ‘lejano’. Un docente más autónomo, que cuestione el status quo, que sea ejemplo de curiosidad y de buenas prácticas de aprendizaje y, en fin, que comunique un sentido de posibilidad frente al futuro a sus estudiantes puede tener efectos inesperados en una nueva generación.  ¿Un disparo al vacío? Tal vez, pero después de todo la esperanza suele tener esa característica. De allí la importancia que percibo en el trabajo realizado con docentes y de aprovechar la tecnología como excusa para promover conversaciones que, históricamente, han estado alejadas de la mayoría de nuestras aulas.

Hay algo diferente en relación con el pasado, en todo caso.  Por un lado, algunos segmentos de la población son mucho más conscientes del pasado y del futuro que en otras épocas, gracias a Internet.  También gracias a Internet, muchas personas que históricamente han estado aisladas de esta discusión pueden acercarse a ella. Al hacerlo, mi esperanza es que amplíen su perspectiva de manera tal que re-descubran las implicaciones de las cosas que hacemos o dejamos de hacer en nuestras aulas. Actuar con esa perspectiva de futuro es esencial para un docente, digo yo. Lo que está en juego hace ineludible pensar en ella.

Gracias a Luz y al resto de participantes de explorArTIC por provocar estas reflexiones. :-)

Como lo pondría McLuhan, “No quiero que me crean, sólo quiero que piensen”. Y aún así, es importante recordar que podría(mos) estar equivocados.

Una introducción al conocimiento conectivo

Considerando que hace algunas semanas comenzó una nueva edición del curso de Connectivism and Connective Knowledge, decidí acelerar el proceso de traducción de An Introduction to Connective Knowledge, pues el documento completo puede ser de utilidad para muchas personas.  Así que dejé de lado la publicación de cada segmento (lo cual no quiere decir que no vuelva a ese provechoso ejercicio más adelante) y me lancé a completar las 25 página de traducción (tal vez la más larga que he hecho hasta ahora).

Este documento es importante pues discute, de manera introductoria, aspectos claves sobre la concepción de conocimiento que subyacen a las ideas del conectivismo, y que enmarcan en parte mi trabajo con los talleres EduCamp y con mis cursos abiertos.  Aunque es una lectura un poco larga, es de mucha utilidad para cualquier persona que esté usando (o haya usado) en su discurso la palabra conectivismo, así como para cualquier pArTICipante, pues permite entender un poco más de lo que vivimos durante esa experiencia.

Con esto completo varias traducciones de documentos básicos del conectivismo (como este, este y este).  Es interesante (y algo inquietante, a la vez) ver cómo ha cambiado el panorama (y cómo he cambiado yo) desde que hice la primera por allá en 2007, cuando muy poca gente  hablaba de este tema.  A nivel personal, es gratificante ver que no solo logré realizar la traducción completa (lo intenté un par de veces en el pasado), sino que ya estoy en condiciones de comentar y ampliar de manera más crítica muchas de las ideas que están en ella. :-)

Así que aquí está la traducción:

Una introducción al conocimiento conectivo

Stephen Downes, diciembre 2005 (original en inglés)

Traducción: Diego Leal, enero 2012 (PDF | Documento en línea (permite comentarios))

No está de más mencionar que hay muchas cosas discutibles y adicionales para mencionar respecto a las ideas de este documento.  Aunque, en mi opinión, su final es menos contundente de lo que uno esperaría (o querría), es un buen insumo para alimentar la discusión y mejorar la comprensión sobre ideas que a veces repetimos, aún sin entender sus implicaciones reales.

Comentarios y sugerencias son bienvenidos!