(Música de fondo: Coming back to life y otros cortes de The Division Bell, de Pink Floyd. Aeropuerto de Guadalajara, México.)
El mundo tiene unas maneras extrañas pero maravillosas de recordarte lo que es posible. De ponerte en contacto con quien eres en realidad, y con quien puedes llegar a ser.
Como saben las personas más cercanas, los últimos meses han estado llenos de dudas y cuestionamientos respecto a la labor que vengo desarrollando, por muy diversas razones, entre ellas el impacto del regreso a Colombia. Pero, tal vez la más importante, por los inquietantes y desoladores patrones que percibo en el mundo, que me han hecho muy difícil confiar como lo hacía antes (de manera tal vez ingenua) en el impacto de las cosas que hago.
Como he mencionado en el pasado (en especial cuando volví de Rio), el gran desafío que percibía en esta etapa era la aceptación de esos patrones. Pero pareciera que ese “shock del presente” (para jugar con Toffler) es más difícil de superar de lo que yo imaginaba. Lo cual es problemático pues, después de todo, cuál es el punto de trabajar por un mundo en declinio en donde ni siquiera somos conscientes de lo que está ocurriendo a gran escala?
Las razones para llegar a este estado son múltiples, y personas como Dave Pollard las siguen explorando de maneras mucho más juiciosas de lo que yo podría hacerlo. Yo las he empezado a ver de manera mucho más cercana e inquietante en nuestros sistemas educativos, en donde montones de personas y organizaciones intervienen con todo tipo de intereses, usando como cobija el cada vez más vacío “mejoramiento de la educación”. Con esta bandera se vende software que le hace la vida más difícil a los docentes (mientras se destaca a los rutilantes innovadores que crean las empresas que lo producen), se llevan y traen modelos educativos descontextualizados que esta vez “sí cambiarán todo” y se envían a las instituciones educativas mensajes que, al menos, tendrían que considerarse como bipolares: vamos a formar estudiantes autónomos, pero tenemos que estudiar tal currículo que diseña tal empresa para que nos vaya bien en tales pruebas estandarizadas… Vamos a trabajar por competencias, pero aquí está el currículo con los temas en el centro, bien definidos. Y como los grandilocuentes planes estratégicos que diseñamos no han dado resultado, vamos a hacer uno nuevo, ojalá con la misma metodología que antes, pues si cambiamos lo que está en el papel seguramente cambiaremos el mundo. Olvidamos que el verdadero cambio viene de adentro.
Y mientras todas estas cosas ocurren (muchas de ellas con buena intención, valga la pena decirlo), los muy diversos participantes en el sistema perdemos de vista el panorama macro y la delgada línea por la que estamos transitando como especie. La presión y obsesión por generar mano de obra que nos haga ver mejor (ojalá) en los indicadores económicos termina alejándonos de las discusiones de fondo, de las cuestiones filosóficas que son clave para nuestra vida. Al tener una mirada desfigurada de lo que significa el bienestar, suponemos que con entregar máquinas (ojalá tablets, que están de moda y ‘quedan divinas’ en las fotos con los dirigentes) vamos a resolver las carencias que nuestro sistema económico (o nuestra naturaleza?) produce. Al saturar a nuestros docentes e instituciones con ‘capacitaciones’ de todo tipo que intentan resolver lo inmediato, nos perdemos la oportunidad de soñar otros (ojalá mejores) mundos.
(Mientras tanto, por mi ventana veo nubes oscuras, iluminadas desde arriba por la Luna llena, mientras al fondo se observan la Cruz del Sur y Telescopio, y en el piso localidades mexicanas desconocidas pero que reproducen el familiar patrón de iluminación de las agrupaciones humanas modernas. Oportunamente, suena High Hopes)
En este panorama hay varias cosas perturbadoras: primero, que hay una notoria falta de sentido crítico y de comprensión de la urgencia del momento histórico que estamos viviendo por parte de quienes, por elección o decisión, están al frente de nuestras instituciones gubernamentales. Segundo, que la explosión de información no nos ha dejado mejor informados. Perspectivas de todo tipo compiten por la atención y, en un entorno con un ‘crap detector’ defectuoso, el que gana es que que tiene el micrófono más grande, la billetera más grande o el poder de turno. Tercero, que muchas de las personas, instituciones y organizaciones que intervienen en el sistema (con frecuencia con buena voluntad) a veces parecieran no tener conciencia de las implicaciones de la labor que desarrollan. Cada cual se ubica desde una perspectiva específica (a veces según quien está contratando), presume que el mundo opera desde ella y actúa en consecuencia.
Hay quienes dicen que vivimos en una época con crisis de fe. Yo no estoy seguro de que sea así. Es sólo que la fe está puesta en lugares no tradicionales: en el aparato, en el indicador, en la metodología, en el área del conocimiento, en el buzzword de turno. Y mientras tanto el sistema sigue deteriorándose, sin que logremos reconocerlo. La realidad en conjunto se torna tan aplastante, que es difícil ver cuál es el punto de lograr percibir cosas sobre las cuales no se tiene incidencia.
(Varias semanas después. Medellín, Colombia. De nuevo, The Division Bell de fondo)
La percepción es un fenómeno fascinante. No todos percibimos lo mismo en el mundo, y no todos interpretamos lo que percibimos de la misma forma. Y aunque nuestros modelos mentales definen aquello que estamos en capacidad de percibir, nuestro cerebro también incluye mecanismos que permiten afinar nuestra percepción y hacer más sofisticada (o cercana a la realidad, si tal cosa es posible?) nuestra interpretación. A eso le llamamos aprendizaje. A ser capaces de ver cosas que después resulta imposible dejar de ver.
Pero esos mecanismos de sofisticación no son infalibles. A veces, las presunciones que son reflejo de nuestros modelos mentales nos impiden aceptar evidencia nueva para transformarlos. Y al igual que en A private universe, aunque nuestro discurso cambie (si lo hace) seguimos operando desde los supuestos intuitivos consolidados durante mucho tiempo. Por eso son tan valiosas las experiencias que confrontan nuestra percepción y en el proceso nos ayudan a revisar los patrones que percibimos, así como el papel que jugamos en ellos.
En las últimas semanas, he tenido la fortuna de vivir varias experiencias de esa naturaleza. Para empezar, las inesperadas cosas que ocurrieron en TRAL, en donde no llegué a tener la presencia que habría querido, pero en donde me sorprendí una y otra vez con las ideas, las percepciones y los cambios que ocurrieron en muchos de los participantes, y que exceden cualquier cosa que nos hubiésemos imaginado. Y luego, el encuentro del Agora ITESO en Guadalajara, en donde tuve la oportunidad de conocer personalmente a un maravilloso grupo de personas con quienes, cosa rara en mi, me relacioné rápidamente como si los conociera de mucho tiempo atrás. Cosa rara también, me sentí en casa. Sentí que podía pertenecer.
El encuentro con este grupo (en especial con Francisco, Liliana, Nilda, Lorelí y Hattie) es importante porque, en términos sencillos, me dio esperanza. Tan simple como eso. Esperanza en que, a pesar de los patrones que percibo, hay lugares en donde hay semillas germinando, en donde mundos que permitan incluir otros mundos están siendo construidos poco a poco. Desde una perspectiva que excede lo tecnológico y lo educativo, que toma en cuenta asuntos más de fondo sobre lo que significa ser humano, sobre lo que significa habitar el mundo en el que vivimos de manera responsable, cuestionando desde la generosidad y la apertura muchos de los supuestos que hacen parte de nuestro día a día. Pero sobre todo, tomando el riesgo de vivir el discurso. Con cautela, a veces con algo de temor, con discrepancias, a veces con desencuentros, pero siempre con un innegable optimismo.
Mis días en Guadalajara estuvieron marcados por una intensa y variada agenda. Desde mariachis hasta música sacra antigua, pasando por música clásica contemporánea y moderna e incluso por jazz. Desde la inesperada birria en un pequeño lugar al lado de un taller mecánico hasta la ensalada en un restaurante con servicio de valet parking, pasando por las tortas ahogadas, el pozole y el tejuino en múltiples lugares de la ciudad. Desde conversaciones sobre lo cotidiano hasta reflexiones sobre el futuro, pasando por los logros, cuestionamientos e inquietudes de los docentes participantes en el Agora..
La aparente incertidumbre tenía un hilo conductor, sin embargo: la increíble generosidad de mis anfitriones. Generosidad no sólo traducida en su hospitalidad, sino en su agradecimiento por el papel que, desde su perspectiva, he tenido en las actividades que están desarrollando. Más allá de cuál sea ese papel, el punto es que si alguna de las cosas que hago contribuyen en lo que estas personas están haciendo y en la forma en la cual perciben el mundo, creo que eso constituye, en sí mismo, no sólo una recompensa sino que me recuerda el sentido de todo esto. Por eso hablo de esperanza. Porque si bien es posible que no llegue a ver un mundo en el que las tendencias actuales se reviertan, sí puede ser que mi contribución ayude a generar posibilidades en lugares y formas insospechadas para mi, de las cuales tal vez no llegue a enterarme.
Tal vez mi misión no es *cambiar* las cosas, sino seguir haciendo lo que inicié hace ya años: tender puentes entre ideas y personas, que nos permitan a todos percibir cosas que no hemos percibido aún y ampliar nuestra mirada respecto a las fuerzas que mueven nuestro mundo y el papel que podemos tener en la construcción de un futuro no necesariamente mejor, sino al menos factible. Tal vez con eso es suficiente. Con dispersar semillas que, de manera inesperada, puedan permitirle a otros a quienes nunca conoceré hacer cosas que nos beneficien a todos.
El shock del presente ha llegado a paralizarme. La ingenuidad con la que nos movemos por el mundo me ha decepcionado, así como los limitados intereses que muchas personas defienden. Pero hay lugares donde el presente está construyendo un futuro diferente. Personas que perciben lo que está en juego y, con una optimista claridad, trabajan defendiendo ideas que muchos hemos olvidado. Yo quiero ser una de ellas. Y puede que baste con compartir, como lo empecé a hacer hace años, las ideas que me voy encontrando y que considero decisivas para nuestro presente y nuestro futuro.
Guadalajara me dio esperanza. Y el encuentro en Virtual Educa con múltiples personas (algunas conocidas y otras que descubrí por primera vez) que me dicen haber encontrado valor en lo que hago me hace sentir humildad frente a mi papel y me recuerda que, en este extraño mundo que nos tocó vivir, el impacto que cada uno de nosotros tiene excede, para bien o para mal, nuestras previsiones.
El último día que estuve en ITESO, Hattie me entregó un regalo de parte de varias de las personas del Centro de Aprendizaje en Red. Una linda artesanía que ahora reside en una repisa en casa, y que estuvo acompañada por unas de las palabras más generosas, gratificantes y emocionantes que recuerdo haber escuchado, haciendo referencia a la experiencia que vivieron en TRAL: “Gracias por enseñarnos a volar”.
Por alguna razón, me cuesta trabajo creer que lo que hago produzca eso. Y es allí donde esta nueva evidencia amplía mi campo de percepción y me ayuda a ver que, en realidad, nosotros sólo estamos abriendo una puerta, generando una plataforma de partida pues es propio de lo humano querer volar. Y que necesitamos más puertas abiertas, que nos recuerden que es natural volar y nos permitan descubrir cómo hacerlo en compañía, más allá de los horizontes y límites artificiales a los cuales nos ha acostumbrado el sistema en el que vivimos. No es una opción paralizarnos, pues al hacerlo estamos dejando de abrir esas puertas.
Así que gracias a todo el equipo de ITESO por catalizar estas reflexiones, gracias a todas las personas que me han ayudado a creer que es posible volar, que me han permitido hacerlo a mi manera y que se han arriesgado a hacerlo conmigo a lo largo de estos años. Sin todos y cada uno de los participantes en #TRAL, en #explorArTIC, en #ArTIC, en DocTIC, GRYC y ERLN y en los Educamp no sería capaz de percibir lo que percibo ahora. Espero tener la posibilidad de encontrar nuevas plataformas que nos permitan seguir despegando hacia nuevos rumbos. Y vale la pena hacerlo. El cielo está despejado y el mundo se ve mucho más amplio desde arriba.
Excelsior!