Category Archives: Transformación de la Educación

8 grandes ideas

Via Sylvia Martinez, encontré hoy en Twitter un post sobre un documento extraído de la tesis de doctorado de Gary Stager.

Stager enfocó su trabajo en el proyecto desarrollado por Seymour Papert en el Maine Youth Center (Centro para jóvenes de Maine), en donde fue creado a finales de los 90 un Laboratorio de Aprendizaje Construccionista. De acuerdo con Sylvia, Gary indica que: “Poco después del inicio del proyecto de tres años, Papert delineó las Ocho grandes ideas detrás del Laboratorio de Aprendizaje Construccionista. Aunque no es exhaustiva, esta lista hace un buen trabajo explicando el construccionismo al público en general”.

El documento (PDF original aquí) llamó mi atención pues no sólo todas las cosas que menciona están siendo aplicadas en lo que estamos haciendo an ArTIC, sino que además son enunciadas de manera muy clara.

(Aquí viene, por supuesto, el eterno problema. “Ah, eso quiere decir que ArTIC es construccionista?”.  No necesariamente.  Quiere decir que algunos principios del construccionismo son reconocibles en ArTIC.  Y lo mismo aplica con el constructivismo o el conectivismo.  Me atrevo a decir que una experiencia de aprendizaje con uso de tecnología no es tal o cual cosa, sino que puede reflejar (con frecuencia sin que su diseñador sea consciente de ello) las ideas de diversas escuelas de pensamiento.  El punto es que aquella orientación reconocible en la práctica es la verdaderamente importante, y debería coincidir con el discurso del practicante.  De lo contrario, tenemos un problema.)

El documento me gustó tanto que decidí dedicar un rato de mi tiempo a traducirlo y publicarlo.  Así que aquí están las ideas:

8 grandes ideas detrás del Laboratorio de Aprendizaje Construccionista
por Dr. Seymour Papert (1999)

La primera gran idea es aprender haciendo. Todos aprendemos mejor cuando el aprendizaje es parte de hacer algo que nos parece realmente interesante. Aprendemos de la mejor manera cuando usamos lo que aprendemos para hacer algo que realmente queremos.

La segunda gran idea es la tecnología como material de construcción. Si usted puede utilizar la tecnología para crear cosas, usted puede hacer cosas mucho más interesantes. Y usted puede aprender mucho más creándolas. Esto es especialmente cierto para la tecnología digital: las computadoras de todo tipo incluyendo el Lego controlado por computador de nuestro laboratorio.

La tercera gran idea es diversión difícil. Aprendemos mejor y trabajamos mejor si disfrutamos lo que estamos haciendo. Sin embargo, diversión y disfrutar no significa fácil: La mejor diversión es diversión difícil. Nuestros héroes deportivos trabajan muy duro para volverse mejores en su deporte. El carpintero más exitoso disfruta haciendo carpintería. El empresario exitoso disfruta trabajar duro haciendo negocios.

La cuarta gran idea es aprender a aprender. Muchos estudiantes adquieren la idea de que “la única manera de aprender es siendo enseñado”. Esto es lo que los hace fracasar en la escuela y en la vida. Nadie puede enseñarle todo lo que necesita saber. Usted tiene que hacerse cargo de su propio aprendizaje.

La quinta gran idea es tomar tiempo – el tiempo adecuado para el trabajo. Muchos estudiantes en la escuela se acostumbran a que les digan cada cinco minutos o cada hora: haz esto, haz aquello. ahora haz lo siguiente. Si alguien no les está diciendo qué hacer se aburren. La vida no es así. Para hacer cualquier cosa importante usted tiene que aprender a manejar su propio tiempo. Esta es la lección más difícil para muchos de nuestros estudiantes.

La sexta gran idea es la más grande de todas: no puedes hacer las cosas bien sin haberlas hecho mal. Nada importante funciona la primera vez. La única manera de hacer las cosas bien es mirar cuidadosamente lo que sucedió cuando salieron mal. Para tener éxito se necesita la libertad para equivocarse por el camino.

La séptima gran idea es hacer nosotros mismos lo que hacemos que nuestros estudiantes hagan. Estamos aprendiendo todo el tiempo. Tenemos mucha experiencia de otros proyectos similares, pero cada uno es diferente. No tenemos una idea preconcebida de cómo saldrá esto exactamente. Disfrutamos lo que estamos haciendo, pero esperamos que sea duro. Esperamos tomarnos el tiempo necesario para hacerlo bien. Cada dificultades con la que nos encontramos es una oportunidad para aprender. La mejor lección que podemos dar a nuestros alumnos es dejar que nos observen en nuestra lucha para aprender.

La octava gran idea es que estamos entrando en un mundo digital donde conocer acerca de la tecnología digital es tan importante como saber leer y escribir. Así que aprender acerca de los computadores es esencial para nuestros futuros estudiantes, PERO el propósito más importante es usarlos AHORA para aprender sobre todo lo demás.

Mientras traducía, me dije que sería simpático poder tener estas ideas disponibles para impresión, para tenerlas siempre a la vista. Pero al mismo tiempo me pareció poco agradable tener una simple hoja de texto (PDF en español aquí).  Así que decidí resumirlas y compilarlas en una imagen:

Esta imagen, a su vez, se convirtió en un nuevo PDF que usted puede compartir, descargar o imprimir.  El lenguaje en este último PDF (casi todo) funciona igualmente para docentes o para alumnos.

Quiere saber cómo se hizo? Visite el blog que inicié para acompañar el desarrollo de ArTIC.  Allá encontrará más información al respecto.

¿Una teoría de aprendizaje para nuestro tiempo?

Durante el evento de Marzo en São Paulo, en el que realicé una presentación sobre Conectivismo (mi primera presentación completa en portugués para un auditorio grande), conocí a Lourdes Adie, quien es representante de un grupo editorial brasilero llamado GrupoA.

GrupoA publica, entre muchas otras cosas, una revista llamada Pátio, dirigida a educación media.  Lourdes me invitó a escribir un artículo corto para la revista sobre el conectivismo, en la línea de la presentación a la que ella asistió.  Aquí está la versión original en español, que será publicada en portugués en un próximo número de la revista Pátio:

El ejercicio fue interesante pues aunque  mi aproximación a este tema ha quedado reflejada principalmente en las diversas presentaciones que he realizado, por alguna razón me he abstenido de ponerlo “por escrito” (aunque mi trabajo sobre los talleres EduCamp y los cursos abiertos involucran de manera directa algunos elementos que podrían llamarse ‘conectivistas’).  Tal vez no me convence que las cosas que hago queden atrapadas en una etiqueta específica (en ese sentido, ni soy ‘edupunk’, ni soy ‘conectivista’, ni me adhiero a ningún tipo de ‘manifiesto’ de los muchos que andan por ahí…). Prefiero hacer, experimentar y después ver a qué se parece lo que hago. :-)

Con la perspectiva que tengo más recientemente, cada vez me siento más ajeno a la discusión respecto a si el conectivismo es o no una teoría de aprendizaje en el sentido estricto del término. Lo que sí veo es que muchos de los principios que provienen de la teoría de la complejidad son muy útiles para abordar el diseño de ambientes de aprendizaje (enfoque que antecede al término conectivismo’ en varios años), y que la virtud de las ideas de George y Stephen está en la síntesis que hicieron de muy diversas perspectivas, unido a su capacidad de convocar personas alrededor de ellas.

Por otro lado, al hablar de una teoría para nuestro tiempo, el énfasis no está puesto en lo tecnológico, sino en la creciente complejidad del mundo en el que vivimos y en las nuevas comprensiones que tenemos respecto al funcionamiento de nuestro cerebro y de muchos otros fenómemos.  Como digo al final del texto, no podemos desconocer esas nuevas comprensiones, así como no podemos desconocer que otras explicaciones provienen de otras épocas (tal vez un poco más sencillas que la que estamos viviendo actualmente) y en esa medida representan miradas incompletas de la realidad.   Ese es el sentido de la incertidumbre, desde mi perspectiva.  Recordar que no tenemos todas las respuestas. Que podemos entender mucho mejor.  Que podemos hacer las cosas mucho mejor.  Y de eso depende todo..

#ArTIC: ¿Tecnología para qué?

Este es un cross-post, proveniente de “Cosa P’ArTICular“, mi blog para la primera edición del curso-taller Aprendizaje en Red con uso de TIC (ArTIC)

UPDATE: Lo que sigue no está dirigido a nadie en particular. Aunque el tono puede ser un poco confrontador, es la manera en la que suelo escribir en mi blog personal. 😉

Estaba leyendo el primer post del Diario de Campo de Andrea Tejera, y un comentario que pensé hacer se fue volviendo poco a poco un post más largo.  Me suele ocurrir.. :-)

Frente al relato de Andrea, más allá de reconocer dificultades y logros, lo que empecé a preguntarme fue cómo podría involucrarse al grupo “a-ceibal” (aquellos que no están usando el computador) de manera más decidida.  Lo digo porque resulta algo curioso que, en el único país del planeta en donde prácticamente todos los niños tienen un computador, sean justamente ellos quienes no lo quieran usar, tal vez por percibirlo sólo como un medio más de hacer las mismas tareas que siempre han tenido que hacer.

Aunque mi experiencia con estudiantes como los de Andrea es limitada, lo que sí tengo presente es que les gusta mucho (al igual que a todos nosotros, me atrevo a pensar) la posibilidad de crear.  Pienso en la reacción de los estudiantes de Lara, que interpreto como verdadera sorpresa (Lara habla de asombro y desconcierto!): “podemos elegir nosotros a que [le] sacamos [foto?]“.  La reacción es especialmente llamativa pues parece reflejar que, aunque las ceibalitas son de su propiedad, las cosas que ellos hacen con las máquinas todavía están muy ligadas a lo mismo que siempre han hecho: lo que el profesor les pide. Recuerdo aquí lo que mencionaba en mi presentación de 2009 en el K-12Online Conference: ¿será que seguimos generando copistas sin darnos cuenta, y eso explica la sorpresa ante la posibilidad de crear?

Aquí entra en juego, obviamente, el problema del sentido al que se refiere Michael Wesch en Anti-enseñanza.  ¿Cuál es el punto de hacer una tarea cualquiera? ¿Simplemente entregarla a quien la pidió? ¿Para qué molestarse cuando el impacto obtenido con el tiempo que se invierte es tan pequeño? ¿Para qué aprender todas estas cosas?  Tal vez muchos adultos pueden encontrar el sentido más allá de una tarea específica (me pregunto si tal cosa ocurre con ArTIC, ojalá que así sea!), pero me temo que para la mayoría de jóvenes puede no ser tan claro cuál es el punto de aprender acerca del suelo, por ejemplo.  ¿Qué gano con eso?

¿Y si uno trata de repensar el sentido de ese aprendizaje? Entrando en modo especulativo, ¿serviría de algo el plantear la misma actividad que propone Andrea (tome una foto del suelo del lugar en el que vive) pero cambiando su alcance? ¿Qué tal si en lugar de enviar una tarea a mi profesor por correo electrónico, mi misión es contribuir en la creación de un mapa que muestre el estado del suelo en mi región?

Una herramienta de creación de mapas como Zeemaps podría funcionar bien aquí, y de hecho podría usarse para compilar información de diversos tipos, que puede ser enriquecida por nuevos grupos de estudiantes, quienes podrían llegar a hacer análisis comparativos de los cambios en el suelo de una región a lo largo del tiempo. ¿Cambiar el alcance percibido ayudaría en algo? A priori, pienso que sí.  Por supuesto, tal cosa tendría que estar acompañada de un proceso de socialización con otras comunidades, o de articulación con la Educación Superior, por ejemplo.  El punto es que, si las pequeñas acciones que cada uno realiza tienen un impacto mayor, cobran un sentido completamente nuevo.  Lo del mapa es sólo un ejemplo.

Y, ojo, se trata aquí de cambiar dos tipos distintos de alcance:  Primero, la visión del trabajo que se está realizando (no se trata de cualquier foto, sino de contribuir en un estudio de gran escala); segundo, el alcance temporal, cuando a través de la tecnología un grupo puede construir/enriquecer/aprovechar lo que el grupo del año anterior hizo.

Por otro lado, me pregunto si hay un elemento aquí que empieza a generar una necesidad más tangible de uso de la tecnología.  ¿Será que la visibilidad (o falta de ella) en la red podría motivarlos un poco?

¿A qué me refiero? Y si en lugar de enviar imágenes al correo electrónico del profesor o de contribuir a un mapa, ¿las enviaran a una dirección de Flickr que recopile los trabajos de todos? Esa funcionalidad de Flickr permite cambiar la dirección de envío, así que podría cambiarse de una tarea a otra.  Además, permite asignar tags automáticos a las imágenes recibidas, con lo cual se pueden hacer cosas como la siguiente:

Las imágenes fueron generadas y compiladas, siguiendo los pasos indicados arriba, durante el taller EduCamp que dió inicio a ArTIC.  ¿Ventajas? Los estudiantes NO necesitan crear una cuenta en Flickr, sino que todo queda en el usuario del profesor.  Además, el muro se va construyendo a medida que las imágenes van llegando (en tiempo real, de hecho), con lo que es visible para TODOS quién entregó y quién no.  En ese sentido (y así suene un poco crudo) se trata de usar la visualización como un mecanismo de presión social (un papel similar al que los grafos de conversación jugaron en ELRN y DocTIC).  Para completar, cada imagen puede ser comentada y anotada por los distintos participantes. ¿Nada mal, no?

Con todo esto, de lo que se trata es de usar la tecnología para hacer posibles alcances mayores que agreguen nuevos sentidos al aprendizaje disciplinar.  Con todo esto el objetivo no es, en realidad, “motivar” o “divertir más” a los estudiantes, o “usar” la tecnología porque hay que usarla.  Se trata de aprovechar medios existentes para ampliar el impacto y alcance del trabajo original que es producido por los participantes en una experiencia de aprendizaje, aunque entendiendo que no es algo que se hace de manera automática, sino que también se aprende poco a poco.

Desde mi perspectiva, de eso se trata justamente la famosa innovación educativa.  No de usar un nuevo aparato/herramienta/tecnología, sino de hacerlo para dar sentido y significado al acto de aprender.  Ese es el gran reto que tenemos: Transformar nuestra relación con el aprendizaje, con lo que significa aprender, y estimular la curiosidad y la creatividad natural que tenemos como humanos (y que puede terminar tan atenuada por los entornos formales).

Pero, ¿esto tiene sentido? ¿Es demasiado romántico? ¿Qué obstáculos reales aparecen al tratar de llevar cosas así a la práctica? ¿Es posible hacerlo como parte de ArTIC? ¿Qué opinan?

Un enorme agradecimiento a Andrea y a Lara por provocar estas reflexiones. Este es un ejemplo de cómo las ideas de dos personas pueden generar un impacto inesperado en otra más.  Sólo más adelante podremos ver cómo esta reflexión llega a otros.  De esa positiva incertidumbre se trata el aprendizaje en red. De conectar ideas, personas y neuronas, y generar nuevos significados personales que puedan (o no) ser de utilidad para otros.  De eso se trata ArTIC. :-)

El propósito de la educación #purposedes

(Este post hace parte de #purposedes, por una gentil invitación de Linda Castañeda. 500 palabras no fueron suficientes. 😉 )

Detrás del título de este post parece existir una curiosa premisa: hay un sólo propósito para una sola educación.

Pero, ¿hay una única educación? Basta con mirar alrededor para notar que no es así. ¿Hay un único propósito para ella? Por el contrario, pareciera que hay tantos propósitos (muchos de ellos no discutidos) como visiones (muchas de ellas ni siquiera conscientes). Mientras algunos tipos de educación (habitualmente privados) forman líderes, otros (habitualmente públicos) forman empleados.  Mientras algunos protegen valores y expresiones culturales que consideran esenciales, otros se concentran en los “contenidos” que “hay que saber”. No toda la educación está en crisis, pues muchas instituciones están desarrollando a cabalidad su tarea de formar a los ciudadanos que podrán ser parte activa del mundo al que estamos entrando. Ahora, que la mayoría de las personas no tengan acceso a este tipo de educación es un problema muy diferente.

Así que la premisa no es válida.  Sin embargo, en estos días en los que la distancia desaparece gracias a nuestras herramientas de comunicación, pareciera que cuando hablamos del “estado de la educación” o de su “situación de relevancia en un mundo tan cambiante”, nos estamos refiriendo a una única educación, a un único nivel, a un único sistema educativo.  Tal vez por eso terminamos suponiendo que este único sistema educativo debería tener un propósito claro, que atendiera a las necesidades de una sociedad y un ciudadano más globalizados, en un entorno muy diferente a aquel que vió la proliferación de los sistemas educativos formales en el siglo 19. ¿No?

De hecho, en nuestro discurso solemos suponer que existe un único propósito. ¿Y quién piensa en él? Me temo que este elusivo tema se va construyendo a retazos en las decisiones diarias y el lenguaje (aparentemente inocuos) de organizaciones y personas de todos los sectores y niveles de la sociedad. Mientras unos claman por competitividad, otros claman por competencias digitales. Mientras unos buscan empleados competentes, otros suponen que el manejo efectivo de los “juguetes” que tenemos actualmente será suficiente.  Todos suponen (¿suponemos?) que saben cuál es el verdadero propósito.

Pero, a pesar de no existir un único propósito o una idea única de educación, sí hay algo común a cualquier expresión, antigua o moderna, de la misma: siempre ha sido organizada alrededor de aquello que debe ser transmitido a las nuevas generaciones, que debe ser protegido, según el parecer de un grupo pequeño con una ideología, creencias e intereses específicos. Aquel que está siendo educado nunca ha tenido mucho poder de decisión frente a lo que está viviendo, y el proceso siempre ha generado una diferencia tangible entre los ‘educados’ y los no ‘educados’. En esa medida, el ejercicio de hablar acerca del propósito de la educación nos lleva a exponer las creencias más profundas que cada cual tiene sobre lo que debe ser transmitido a las nuevas generaciones: valores, dogmas, status quo, modelos económicos, etc. En parte por eso me cuesta trabajo pensar cuál es el propósito de la educación, pues significaría asumir que aquellas cosas que yo (o un colectivo del que hago parte consciente o inconscientemente) considero como buenas/útiles/importantes deben serlo también para muchas otras personas.

La educación por y para un grupo minoritario es tan recurrente en la historia de nuestra especie, que la obsesión moderna con la alfabetización universal (¿o con la escolarización universal?) en una aparente búsqueda por la equidad resulta completamente atípica. Esa obsesión ha generado un sistema educativo que cuestionamos y cuyo propósito discutimos, pero que es el que nos ha traído hasta aquí con todo lo bueno (esperanza de vida, alguna seguridad social, posibilidades de comunicación y aprendizaje imposibles hace sólo 10 años) y lo malo (profunda inequidad social, crisis energética y climática).

Y en medio de ese proceso olvidamos que los actuales propósitos y narrativas centralizados que hemos asumido como únicos, sólo funcionan en un mundo con petróleo barato.  En el mundo en transición que se avecina, esas narrativas tambalean. En tal mundo, las visiones particulares y los propósitos múltiples, las narrativas distribuidas y locales, no son sólo inevitables sino indispensables. El gran reto que tenemos es hacerlas visibles, reconocerlas y reconstruirlas.

Cabe preguntarse qué podrían tener en común esas múltiples narrativas.  Mark Federman argumenta que estamos en la mitad de un proceso de transición histórica que no empezó con los computadores sino con la demostración (en 1844) de la primera tecnología de comunicación eléctrica: el telégrafo. Según Federman, si la aparición de la escritura y de la imprenta sirven de indicadores, simplemente no tenemos idea de cuál será la configuración “estable” que se produzca al final de este período.  ¿Cómo planear entonces para un futuro indeterminado?

Desde mi perspectiva, las nuevas narrativas tendrían que recordarnos que somos mucho más que la tecnología o los productos de moda, mucho más que el dinero o el prestigio que tenemos o no tenemos, mucho más que competencias, competitividad, puestos en un ranking o indicadores en un estudio, mucho más que una sola perspectiva o un único propósito. Tal vez lo que tendría que ser común a cualquier educación que mire hacia el futuro no tiene que ver con las competencias o los saberes (sean digitales o de cualquier tipo), sino con la comprensión de cuál es nuestro lugar en la historia (global y local) de nuestra especie, y cuáles son las cosas por las que vale la pena luchar, aquellas que nos ennoblecen como seres humanos y que nos hacen verdaderamente únicos como individuos.  Esto es, si lo consideramos algo tan valioso como para querer aprenderlo y conservarlo.

NOTA: Este post está inspirado en ideas mucho mejor expresadas en el pasado por Neil Postman, Ivan Illich, Marshall McLuhan y John Holt. Muchos otros referentes importantes pueden haber sido omitidos sin intención. Gracias enormes a Marie por su invaluable ayuda en la revisión y edición.