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Evaluación de aprendizaje en entornos en línea abiertos y distribuidos

El año anterior, la Asociación Colombiana de Educación Superior a Distancia (ACESAD) me invitó a acompañarlos en un evento en el que contamos con la presencia de Stephen Downes. Mi papel fue servir de comentarista/traductor/intérprete local de Stephen y aportar desde la experiencia que he desarrollado en los últimos años.

El asunto fue bastante entretenido y me dejó con una sensación de gran satisfacción.  No sólo porque estaba al tanto de casi todo lo que Stephen mencionó en su conferencia sino porque entendí las implicaciones que aparecieron en la discusión.  Igualmente, fue muy gratificante (aunque pesado) servir como traductor durante la sesión de preguntas y notar que no sólo podía contextualizar lo que Stephen contestaba, sino que ya hay muchas cosas que puedo decir al respecto.  Esto es fantástico porque cuando me encontré por primera vez con Stephen, por allá en 2006, fue un verdadero esfuerzo tratar de entender muchas de las cosas de las cuales hablaba. Fue una buena instancia de auto-evaluación. :)

Además de la conferencia, el director ejecutivo de ACESAD (Néstor Arboleda) me invitó a participar con un capítulo en un libro que estarán lanzando a mediados de este año.  El tema sugerido para el capítulo era la evaluación en red abierta, algo sobre lo que no había escrito mucho en este blog ni en otro escenario, aunque muchos de mis aprendizajes y percepciones estaban plasmadas en el episodio 2 de reAprender Radio.  Debo admitir que fue especialmente difícil escribir este documento, en especial porque de manera creciente percibo el asunto de la evaluación como un ejercicio de desarrollo de la autonomía, algo que no es tan evidente en la mayoría de experiencias de las cuales tengo noticia, así que me resultó complicado encontrar el foco de la discusión del artículo, más allá del relato de una experiencia.  Debo confesar que todavía no estoy tranquilo con el resultado, pero igual, no puedo ser objetivo. :)

Este tema es especialmente relevante en este momento porque la puesta en marcha de TRAL ha implicado una conversación recurrente respecto al tema de la evaluación, la calificación (en cuanto valoración del logro de objetivos) y la certificación.  Nos encontramos en una situación en la que no habíamos estado antes (aguas desconocidas), así que resulta propicio el contar con una descripción más detallada de las estrategias que he usado hasta el momento, que complementan los muy útiles aportes de Luz Pearson y Claudia Guerreros frente al asunto.

Aunque aún es un borrador, ojalá sea de interés.  Comentarios y sugerencias son muy bien recibidos, como de costumbre.

Evaluación de aprendizaje en entornos en línea abiertos y distribuidos by Diego Leal

Las competencias en (mis) cursos abiertos

IMPORTANTE: Todo lo que sigue, en caso de que tenga sentido, aplica para una población de estudiantes que al menos han completado estudios de pregrado, es decir, se supone que son aprendices adultos. Puede ser completamente diferente en el caso de niños y jóvenes. Por otro lado, siempre que hablo de “los cursos abiertos”, me refiero a los cursos que yo he realizado. No se pretende aquí englobar lo que ocurre en otros cursos ofrecidos en esta modalidad.

Una pregunta que he recibido recientemente, y sobre la que he estado pensando bastante, está relacionada con las competencias que son desarrolladas por los cursos abiertos que estoy realizando. En concreto, la idea es definir de manera clara cuáles competencias son desarrolladas en GRYC, pero dado que el esquema es el mismo que se usa en ELRNDocTIC, el análisis aplica por igual para los tres cursos.

No está de más decir que este es un primer intento de especificar esto, y que seguramente otras personas podrán identificar cosas que yo no logro ver. Por otro lado, a pesar de muchas cosas, todavía no me siento muy cómodo con la idea de la competencia y lo que representa como orientador de una experiencia educativa, al menos en educación superior. Tal vez por esa razón este ejercicio me resulta particularmente difícil, y no logro sentirme tranquilo con el producto. Por eso prefiero verlo como un trabajo en progreso.

Antes de entrar de lleno en el análisis, es importante intentar expresar una sensación que tengo desde hace algún tiempo y que no he logrado articular de manera clara. Está relacionada con una afirmación propia del diseño instruccional (y que recuerdo haber visto por primera vez en el trabajo de Gagné, aunque puede ser mucho más antigua), que terminó por convertirse casi en un mantra (al menos en mi experiencia): El estudiante tiene que conocer por anticipado los objetivos de aprendizaje (o las competencias que va a desarrollar, según el caso).

A lo largo de estos años he pasado por diversas etapas frente a este asunto.  Primero como aprendiz, debo decir que los objetivos de los cursos que tomaba (que aparecían en los respectivos programas) nunca tuvieron mayor incidencia en la forma como yo abordé la experiencia.  Siempre fueron más importantes los eventos y porcentajes de evaluación.  De hecho, lo normal era leerlos el primer día y no volver a pensar en ellos.  Me pregunto qué tan diferente es para los estudiantes actuales.

Mucho más adelante, aunque me convencí del asunto e intenté aplicarlo a ‘carta cabal’, noté que los objetivos de aprendizaje (o desempeños/estándares de competencia) se encuentran escritos con frecuencia en un lenguaje que tiene sentido para un experto (quien los escribe), pero no para un aprendiz novato. Lo cual no es un camino sin salida, pero nos recuerda la dificultad que tiene alguien con experiencia en un área de recordar cómo es el mundo cuando no se cuenta con esa experiencia (intente explicar cómo se camina, o cómo se hace el nudo de los zapatos, para entender de qué estoy hablando).

En parte por eso, no estoy del todo convencido de que la definición detallada de las competencias/objetivos tenga que llegar a los textos finales con los que se encuentra un estudiante, lo que no desconoce su importancia como parte del diseño del ambiente de aprendizaje. En este punto vienen a mi mente algunos juegos de video que me han tenido cautivo durante mucho tiempo. ¿Me decían exactamente qué iba a ocurrir? No, parte del encanto eran los giros que daba la historia del juego. ¿Yo sabía exactamente qué iba a lograr al final del juego? Tampoco. Y sin embargo, he pasado (al igual que otros cientos de personas) muchas horas completamente enganchado en este tipo de experiencias. Los diseñadores tienen muy claro todo lo que ocurre, pero no lo hacen explícito desde el inicio para los jugadores.

Ahora, es evidente que tal cosa requiere diseños que en realidad tengan una narrativa subyacente, y que no sean simplemente contenido y más contenido. Y tampoco se puede desconocer que el propósito de un juego (el ejemplo que elegí) es diferente al de una experiencia educativa más formal. Lo cual nos lleva de nuevo al problema del propósito, y a preguntarse otra vez cuál es el punto de las competencias, y si a pesar de toda la integralidad que diversos modelos han intentado agregar, no terminamos enfocados en el desarrollo de habilidades de índole laboral/profesional que son “cruciales para el sector productivo y la competitividad en la sociedad del conocimiento”. Pero esa es otra discusión.

Con eso dicho, ¿cómo se estaría entendiendo el término “competencia”? La perspectiva de quien hace la pregunta sobre las competencias de GRYC (porque quien la responde –yo- no está tan seguro) es la de competencia como “saber, saber hacer y saber ser”. Lo primero tiene que ver con conocimiento explícito (lo cognitivo), lo segundo con habilidades que se evidencian en productos observables (lo procedimental) y lo último con aspectos de orden actitudinal y de comportamiento (usualmente en relación con otros). Lo que se esperaría es que uno pudiera señalar definir de manera clara cuáles son las competencias desarrolladas en estos cursos abiertos, y a qué categoría corresponden.

Un detalle importante es que, como en el caso de los EduCamp, mi enfoque ha estado bastante ligado a la experimentación. Lo que hago no es improvisado, pero los propósitos que persigo no siempre son expresados de manera explícita. Así que este es un ejercicio de “ingeniería reversa”, tratando de ver a qué se parece lo que he hecho. Esto lo mencioné en el capítulo que habla acerca de los EduCamp, en donde incluí algunas ideas que también subyacen a los cursos abiertos:

“Como ha sido mencionado, la identificación precisa de estas ideas, en este caso, es un proceso posterior al diseño y la ejecución. Podría decirse que los talleres “se parecen” o “reflejan” algunas de esas ideas, pero es importante aclarar una vez más que las mismas no fueron incluidas de manera explícita en el diseño. Por esta razón, este ejercicio es necesariamente incompleto, y el lector podrá tal vez identificar nuevos patrones y relaciones que no son contempladas en este análisis.

La intención de modelar prácticas de colaboración entre perfectos extraños, en un ambiente que les permitiera descubrir que todos podían ser maestros y aprendices a la vez, coincide con varios elementos de las ideas de Siemens y Downes.

Primero, concibe el aprendizaje como caótico, continuo, complejo, posibilitado por la co-creación y especialización conectada. Adicionalmente, reconoce la imposibilidad de contar con certeza, y acepta la incertidumbre y la ambigüedad como aspectos ineludibles del proceso. Estos elementos hacen parte de la manera como Siemens define el aprendizaje (2006, p. 39). [...]

Segundo, la estrategia propuesta por el taller refleja algunas de las características de una red de conocimiento conectivo (a lo que Downes se refiere como la “condición semántica”) (Downes, 2006): depende de la diversidad en nivel de conocimiento, experticia y aplicación; entrega un alto nivel de autonomía a los aprendices, quienes actúan de acuerdo a sus propios valores y decisiones; estimula la interactividad entre la mayor cantidad de personas (y en esta medida podría argumentarse que ayuda a expandir la red social de los participantes, creando nuevos lazos, aprovechando lazos débiles y fortaleciendo los existentes); y fomenta la apertura entre los participantes, permitiendo el ingreso de todo tipo de perspectivas, sin descalificar ninguna de ellas por anticipado.

Por ultimo, el papel de los participantes coincide con el rol esperado de un aprendiz en lo que es propuesto por Downes como una posible “pedagogía de red” (Downes, 2006): hacen parte de un ambiente auténtico, están inmersos en la observación y emulación de prácticas exitosas, y se involucran en conversaciones sobre la práctica. Es un tanto más difícil hablar del rol del facilitador, pues sin duda se diferencia de lo esperado para un proceso educativo de mayor alcance. Sin embargo, son claramente visibles los elementos de trabajo transparente (modelado y demostración) a los que se refiere Downes, así como el involucramiento en la actividad de la red. Cabe decir, no obstante, que en el contexto del taller el rol del profesor está, en realidad, distribuido entre todos los asistentes.” (Leal, 2010)

Y me falta aquí algo que agregué en una versión revisada de este documento en inglés (la traducción es mía):

"...las ideas de Cormier (2008) referentes a un modelo rizomático de educación pueden ser vistas también en los talleres:

>'En el modelo rizomático de aprendizaje, el currículo no es orientado por insumos predefinidos por expertos; es construido y negociado en tiempo real por las contribuciones de aquellos involucrados en el proceso de aprendizaje. La comunidad actúa como el currículo modelando, contruyendo y reconstruyéndose a sí misma y al tema de su aprendizaje de manera espontánea, de la misma forma que el rizoma responde a las cambiantes condiciones del ambiente' .”

Frente a esta última perspectiva, es discutible hasta qué punto se logra esto con los cursos abiertos, que han estado enmarcados en programas formales y limitados, en consecuencia, por ciertos factores estructurales.  Si bien ninguno de estos cursos tiene un currículo temático predefinido (pues los participantes pueden contribuir con él), sí existen una serie de actividades propuestas por un docente que actúa como guía a lo largo del proceso.  Los más estrictos podrían decir que esto es sólo una forma de perpetuar las relaciones jerárquicas (lo cual se puede argumentar sin dificultad), pero desde mi perspectiva es una forma de encontrar un punto medio entre lo que suele hacerse en los cursos típicos, y lo que sería un proceso conectivista extremo.  A partir de la experiencia que he tenido, un nivel mínimo de estructura es necesario para conducir a las personas hacia nuevas formas de experimentar los procesos de aprendizaje.  Me temo que eso me aleja un poco de líneas más 'radicales' (por llamarlas de alguna manera), pero ni modo.

El lector, entonces, podrá encontrar nuevos patrones o relaciones, para este caso competencias, que pueden estar siendo desarrolladas por estos cursos. Tal vez este sería un ejercicio interesante para cualquier curso existente (creo que ya había mencionado esto en algún lugar): comparar si hay sintonía entre lo que se aprende en realidad y lo que se pretendía que fuera aprendido.

El punto de partida en este proceso de ingeniería reversa es el análisis del instrumento que hace más visible lo que se espera que los participantes logren en el curso: la rúbrica de evaluación.   ¿Por qué es tan importante la rúbrica? Para bien o para mal, lo que he encontrado es que el esquema de evaluación modela de algún modo el comportamiento de los participantes en el curso, pues hace explícito qué es lo más importante (lo que cuenta). Esto lo vemos con frecuencia en preguntas del estilo “este tema entra en el examen?”.

En ese sentido, la evaluación puede ser tan o más relevante para la experiencia de un aprendiz que los mismos objetivos/competencias propuestos (¿porque está más presente?). Esto significa que el estilo de evaluación podría ser un factor que potencia o inhibe, por sí mismo, el proceso de aprendizaje.

¿Ocurre lo mismo con los objetivos/competencias? ¿Será que al conocerlos de antemano se delimita claramente qué es lo que se aprende y qué no? ¿Es posible en realidad delimitar tales cosas en una experiencia de aprendizaje? ¿Estamos hablando de ‘mínimos’ que se espera lograr? Estas son algunas de las dudas que este proceso me genera, pues viví de primera mano el curioso silencio que siguió a la publicación de la rúbrica en la semana cuatro de la primera edición de ELRN, que me sugirió que al hacer explícita la evaluación el proceso se vivió de una manera diferente. Ahora, después de las ofertas de ELRN y GRYC, y de escuchar a sus participantes, es interesante notar que aunque algunos expresan la incertidumbre inicial de “no saber para donde vamos”, también expresan el sentido que el ejercicio cobró a medida que avanzaba el tiempo.

¿Será estrictamente necesario que los participantes tengan objetivos completamente claros al inicio de un curso? Gagné parece considerarlo así. No hay que olvidar, en todo caso, que sus nueve eventos de instrucción fueron desarrollados en un contexto militar, en donde más vale tener los objetivos muy claros. Pero, como en el caso de los juegos, el propósito de la instrucción militar es bien diferente al de una experiencia educativa formal (¿no?).

Ahora, es importante tener en cuenta que no contar con objetivos explícitos definidos por el curso no quiere decir que no se cuente en absoluto con ningún objetivo. Para el caso de mis cursos, esa es la intención de que la primera intervención en el blog está orientada a identificar las preguntas que se espera resolver con el curso. Entregar al estudiante esa responsabilidad, me atrevo a decir, lo obliga a relacionarse de una manera distinta con el material al que se expone. Lo obliga a pensar en “¿qué gano yo con esto?”, pregunta que resulta fundamental para cualquier proceso que involucre motivación intrínseca, compromiso y esfuerzo personal. La respuesta a tal pregunta, desde mi perspectiva, no debería encontrarse en los objetivos o competencias desarrolladas, sino en los propios intereses del aprendiz.

Otro elemento importante, para el caso de los cursos abiertos, es que el contenido no es el protagonista (algunos participantes llegan a afirmar que son los primeros cursos “sin contenido” en los que participan). Yo no diría que esto sea completamente cierto, sino que el contenido está al servicio de un proceso de aprendizaje que desemboca en dos líneas centrales de evaluación planteadas en los cursos: el desarrollo de ciertas habilidades específicas de reflexión (lo que es llamado en la rúbrica “aprovechamiento del curso”) y de participación/interacción (lo que es llamado en la rúbrica “contribución al aprendizaje de otros”).

El proceso de reflexión no se lleva a cabo en abstracto, sino que se usa alguna excusa para promoverlo. Es aquí en donde el contenido se torna importante, articulado alrededor de un conjunto de actividades que son propuestas semana tras semana. Estas actividades se refieren también a la participación, y de hecho pueden ser “abstraídas” en dos categorías que coinciden con las líneas centrales de evaluación de los cursos:

  • Reflexión: Propuesta a partir de preguntas orientadoras, exploración del entorno y exploración conceptual. Se cristaliza en dos productos específicos: Una propuesta de intervención o análisis crítico (según el curso), y una presentación que da cuenta del aprendizaje logrado en el curso.
  • Interacción: Ocurre en sesiones sincrónicas, en los comentarios realizados tanto en el wiki del curso como en los blogs de los participantes, y en la compilación de recursos en Diigo.

Ahora, estos dos aspectos se entrelazan entre sí. La reflexión se alimenta de las actividades de participación, y a su vez la reflexión progresiva da sentido a la interacción con otros. Si bien no existen actividades colaborativas propuestas de manera explícita, sí se recurre a la colaboración desestructurada (a la que me refería en esta presentación de 2009) para estimular/soportar el aprendizaje individual.

En esta medida, el nivel de apropiación del contenido propio de cada curso se evidencia en la reflexión realizada a lo largo del proceso, que a su vez alimenta los productos finales, y no en una prueba en la cual los aprendices deben ‘responder’ preguntas específicas del docente.

Así, la rubrica está abordando aspectos que corresponderían al “saber hacer” y al “saber ser”, mientras que el “saber” se evidencia en los productos específicos que son generados. La evaluación no se centra en el contenido, y aún así, en la construcción de los productos del curso se observa con claridad el nivel de dominio del contenido.

Vale la pena notar que este énfasis es un reflejo de las ideas de Siemens: La capacidad de aprender es más importante que lo que se sabe en un momento dado. Por eso el énfasis de los cursos no está en consumir información, sino en desarrollar esa capacidad de aprender y de reflexionar frente a una comunidad más amplia. La tecnología es sólo el vehículo que posibilita el contacto con una comunidad de práctica auténtica, en la cual se llevan a cabo conversaciones sobre la práctica, no sólo sobre la teoría.

Como puede apreciarse, lo anterior no contempla de manera explícita competencias en el uso de la tecnología, la cual juega un papel crucial en los cursos abiertos. Y no estoy seguro de querer incluirlas, porque eso concentra la atención en las herramientas, y no en lo que es posible hacer con ellas. Por eso la rúbrica no se refiere a destrezas para usar un blog o un wiki. Porque eso, al menos desde mi perspectiva, es lo menos importante.

Pensando en que este es un ejercicio en progreso, decidí no dejarlo ligado a un post específico, sino crear un documento en el cual pueda ir actualizando lo necesario.  Los interesados en contribuir pueden enviarme un correo para agregarlos como editores:

Competencias de los cursos abiertos -  Documento en Google Docs


Una historia de evaluación (calificación)…

Hace más o menos un año me encontré con Technopoly, un fascinante libro de Neil Postman (de inicio de los años 90) en donde leí una historia que no conocía, a pesar de ser "usuario" del sistema educativo durante la mayor parte de mi vida.  No está de más aclarar que Technopoly presenta una mirada bastante crítica (y curiosamente actual, diría yo), frente a un montón de ideas y creencias que "damos por hecho" en nuestra vida diaria.

(Por cierto, la misma expresión "dar por hecho" a menudo pasa inadvertida.  Literalmente, significa que se está asumiendo como un hecho -esto es, algo existente como parte de una realidad objetiva- algo que no lo es necesariamente.  Otros hablarían de la connotación mítica de la situación que se da "por hecho".   Pero esa es otra historia).

Aquí está lo que cuenta Postman:

Aquí, me gustaría dar sólo un ejemplo de cómo la tecnología crea nuevas concepciones de lo que es real y, en el proceso, socava concepciones antiguas. Me refiero a la práctica aparentemente inofensiva de la asignación de grados o calificaciones a las respuestas que los estudiantes dan en los exámenes. Este procedimiento parece tan natural a la mayor parte de nosotros que difícilmente nos damos cuenta de su significado. Puede que incluso nos resulte difícil imaginar que el número o la letra es una herramienta o, si se quiere, una tecnología, y menos aún que, cuando utilizamos tal tecnología para juzgar el comportamiento de alguien, hemos hecho alguna cosa peculiar. En efecto, la primera instancia de clasificación del trabajo de los estudiantes se produjo en la Universidad de Cambridge en 1792 por sugerencia de un tutor llamado William Farish. Nadie sabe mucho acerca de William Farish, no más que un puñado de personas ha oído hablar de él. Y sin embargo, su idea de que un valor cuantitativo debería ser asignado a los pensamientos humanos fue un paso importante hacia la construcción de un concepto matemático de la realidad. Si se puede dar un número a la calidad de un pensamiento, entonces un número puede ser dado a las cualidades de misericordia, amor, odio, belleza, creatividad, inteligencia, incluso a la cordura misma. Cuando Galileo dijo que el lenguaje de la naturaleza está escrito en las matemáticas, no tenía intención de incluir los sentimientos, o los logros o revelaciones humanas. Pero la mayoría de nosotros estamos ahora dispuestos a incluir estas cosas. Nuestros psicólogos, sociólogos y educadores encuentran prácticamente imposible hacer su trabajo sin números. Creen que sin números no pueden adquirir o expresar conocimiento auténtico.

No voy a argumentar aquí que esta es una idea estúpida o peligrosa, sólo que es peculiar. Lo que es aún más peculiar es que muchos de nosotros no consideramos que sea una idea peculiar. Decir que alguien debería estar haciendo un mejor trabajo porque tiene un coeficiente intelectual de 134, o que alguien es un 7,2 en una escala de sensibilidad, o que el ensayo de este hombre sobre el ascenso del capitalismo es una A- y que el de aquel es un C+ habría sonado como un galimatías a Galileo o Shakespeare o Thomas Jefferson. Si tiene sentido para nosotros, es porque nuestras mentes han sido condicionadas por la tecnología de los números de manera que vemos el mundo de manera diferente que ellos. Nuestra comprensión de lo que es real es diferente. Lo que es otra manera de decir que en cada herramienta está incrustado un sesgo ideológico, una predisposición a construir el mundo como una cosa en lugar de otra, a valorar una cosa sobre otra, a amplificar un sentido o una habilidad o una actitud con más fuerza que otra.

Debo confesar que nunca, a lo largo de mi vida como estudiante o como profesor, me había preguntado de dónde venían las notas que primero sufría y más adelante asignaba.  Supongo que siempre fue algo que "di por hecho".  Por eso resultó tan significativa la historia de Postman.  A esto sumemos la perspectiva de comprender que algo como una nota puede ser visto, efectivamente, como una tecnología.  Esa comprensión, y la observación del efecto que tal tecnología ha tenido en mi propia vida escolar/académica, lleva a una dimensión completamente diferente la discusión acerca de los efectos del uso del computador, no sólo en los espacios educativos sino en la práctica personal.

Por supuesto, esta es sólo una historia de cómo inicia la práctica de "calificar", y no desconoce todo un trabajo contemporáneo que no sólo justifica sino que busca sofisticar el proceso de evaluación y calificación.  En cualquier caso, es curioso pensar  en cuál habría sido el efecto de las calificaciones en algunos personajes históricos (digamos, personas como Da Vinci, Kepler o el mismo Galileo), y si sus logros habrían sido reconocidos de la manera en la que lo hacemos hoy.

Ahora, es aún más curioso cuando uno piensa en cuáles pudieron ser las motivaciones de Farish para proponer el sistema que propuso. Thom Hartmann, en un libro relacionado con el Síndrome de Desorden de Atención (ADHD) llamado The Complete Guide to ADHD: A Hunter in Farmer's world, se lanza a sugerir cuáles pudieron ser tales motivaciones (esta parte del libro se encuentra en este post y es mencionada en una sección de un wikibook de Jennifer Scarce).  No está de más mencionar que, al no conocer las fuentes de Hartmann, es difícil decir si esto es especulación o está respaldado por documentos históricos:

Thomas Jefferson fue posiblemente uno de los estadounidenses mejor educados de su tiempo. Era culto, reflexivo y conocedor de una amplia variedad de temas, desde las artes a las ciencias, y el fundador de la Universidad de Virginia. Probablemente, lo mismo se podría decir de Ben Franklin, o de James y Dolly Madison. En el escenario mundial más grande, podríamos hacer tales afirmaciones sobre René Descartes, William Shakespeare, Galileo, Miguel Ángel, y Platón.

Pero hay una cosa única sobre la educación de toda esta gente, que es diferente de la suya, la mía, y la de nuestros hijos: ninguno de ellos recibió jamás calificaciones. Todos estuvieron en escuelas o tuvieron maestros que trabajaban exclusivamente en un sistema de aprobación/no aprobación. [...]  Así funcionaron las cosas desde 98.000A.C hasta 1800D.C aproximadamente.  Entonces apareció William Farish. [...]

Conocer a sus alumnos, uno podría suponer, era un problema para Farish. Significaba trabajo, interactuando y participando a diario con cada niño. Significaba prestar atención a sus necesidades, a su comprensión, sus estilos de aprendizaje. Significaba que hay un límite sobre el número de estudiantes que podía llegar a conocer, y por lo tanto un límite en la cantidad de dinero que podía ganar.

Así que Farish inventó un método de enseñanza que le permitiría procesar más estudiantes en un período de tiempo más corto. Inventó las calificaciones. (El sistema de calificación se había originado anteriormente en las fábricas, como una manera de determinar si los zapatos, por ejemplo, hechos en la línea de montaje estaban "a la altura." Se usaba como punto de referencia para determinar si los trabajadores debían ser pagados, y si los zapatos podían ser vendidos.)

Las calificaciones no hicieron más inteligentes a los estudiantes. De hecho, tuvieron el efecto contrario: hicieron más difícil tener éxito para los niños cuyo estilo de aprendizaje no coincidía con la forma didáctica, auditiva de la enseñanza magistral utilizada por Farish. [...]

Las calificaciones no estimularon a los alumnos, o compartieron con ellos un amor contagioso por el objeto de estudio. Lo contrario sucedió, de hecho, pues el efecto normativo de las calificaciones actuó como una manta de amortiguación para cualquier erupción de entusiasmo, cualquier intento de profundizar en un tema, cualquier discusión sobre un mayor significancia o aplicación práctica de los contenidos.

Lo que las calificaciones hicieron, sin embargo, fue aumentar el salario de William Farish, mientras que, al mismo tiempo, reducían su carga de trabajo y las horas que necesitaba para excavar en las mentes de sus estudiantes para saber si comprendían un tema: su sistema de clasificación lo haría por él. Y lo haría con la misma eficacia para veinte o para doscientos niños.

Farish trajo las calificaciones al salón de clases, y la transformación fue a la vez súbita y sorprendente: una revolución tan rápida y abrumadora como la Revolución Industrial de la que había surgido. En una generación, el aula de clase pasó de ser un lugar donde se escuchaba de manera ocasional el discurso de un famoso pensador al lugar de instrucción diaria ordinaria. [...]

Sin calificaciones, el aula-línea de montaje no sería posible. Con las calificaciones, fueron descubiertas categorías enteras de niños que no cabían en la cinta transportadora, proporcionando un nuevo espacio de empleo para los adultos que diagnosticarían, tratarían y remediarían estos recién descubiertos niños con "desórdenes de aprendizaje".

La responsabilidad por el éxito del aprendizaje pasó de los maestros para los alumnos: cuando los niños fallaban, era su propia culpa, porque claramente tenían un defecto o desorden de algún tipo. Un proceso de selección y descarte de los inadaptados comenzó (al igual que en la fábrica de zapatos), recompensando hasta hoy lo "estándar" e hiriendo lo "diferente".

Con esto, Farish parece un personaje bastante siniestro.  Sin embargo, es importante mantener presentes algunas cosas.  Para empezar, tendríamos que saber si en realidad la Universidad de Cambridge usaba el sistema de pago por estudiante en la época de Farish, y si su motivación era de ganancia económica ("aumetnar su salario") o simplemente intentaba buscar un mecanismo más "eficiente" para evaluar el aprendizaje de los estudiantes (como sugiere Postman).  De lo contrario estamos en terreno especulativo.

Tendríamos también que diferenciar entre el salón de clase de la Universidad y el de otros escenarios educativos, pues la educación básica obligatoria apareció en Prusia en 1787, y existe evidencia de que el estilo de clase magistral era habitual en las universidades europeas más antiguas, junto con los grupos de estudio.  De lo contrario, corremos el riesgo de realizar generalizaciones que pueden no ser válidas, y de confundir lo que hacía Farish en Cambridge con lo que hacían otros tutores de la época.

Ahora, lo que tal vez puede decirse sin tanto reparo es que la aparición de las calificaciones era inevitable en esta época de Revolución Industrial, y que si Farish no las hubiera propuesto, alguien más lo habría hecho.  El aumento de población que generó la Revolución Industrial, ligado a las demandas crecientes por mano de obra en la medida en que la industria se expandía, hicieron inevitable buscar mecanismos para preparar a un número creciente de personas para las demandas de esa sociedad (¿suena parecido a algo más actual?).  Y dentro de la lógica de una línea de producción (Farish era del área de ingeniería), los números se vuelven un mecanismo sencillo para valorar si algo está o no cercano a un estándar esperado.

Tal vez es indiscutible que la calificación es una buena tecnología para evaluar cuantitativamente algunas cosas.  Pero no todas las cosas.  El lío es que cuando se produce una primera adaptación, nuevas adaptaciones son inevitables, y poco a poco un sistema que tal vez el mismo Farish veía como una prueba de concepto (volvemos a la especulación), terminó siendo adoptado a gran escala por los nacientes sistemas educativos formales de los países europeos, y transferido luego al continente americano.  Y no puedo evitar preguntarme hasta qué punto ocurre lo mismo actualmente con la gran cantidad de diversas tecnologías que tenemos a nuestra disposición.

El punto, al final, es que la calificación afecta la forma en la cual se percibe el proceso educativo, para bien o para mal (como diría McLuhan y refuerza Postman, el medio es el mensaje).  Lleva, por ejemplo, a buscar cómo lograr el mayor beneficio con el menor esfuerzo. O a estar satisfecho con un mínimo logrado.  Y cuando se suma a esto la estandarización de currículos/competencias que deberían ser desarrolladas/aprendidas por toda una población (lo cual es indispensable para mantener una economía en constante crecimiento y sustentar a una población creciente y con altas expectativas de vida), el asunto se enreda un poco más.

Justamente ayer veía un documental de BBC acerca de niños diagnósticados con ADHD y que pasan su vida medicados, y no podía evitar pensar en cuántos de nuestros niños están creciendo "a media máquina", con su capacidad 'estandarizada' gracias a la medicación (y sin desconocer que existen casos en los que la medicación es realmente necesaria).  Hace días veía esta charla de Cameron Herold (en TEDxEdmonton), en la que le sugería a los asistentes (por otras razones) que eviten la medicación para sus hijos.  Y hoy me encuentro con una escuela (The Hunter School, fundada por Hartmann) dedicada a la educación de niños con ADD, ADHD y Asperger, pero basada precisamente en la lógica de que un sistema "estandarizado" no puede dar cuenta ni de la diversidad de estilos de aprendizaje, ni de las diversas características de quienes participan en el sistema (y eso sin entrar en especulación adicional respecto a cuáles podrían ser las razones del aumento de casos de estas condiciones, que da para una discusión más larga).  La duda es cómo reconocemos y facilitamos el potencial de todas las personas que no "caben en la banda transportadora", sin desconocer que efectivamente existen desórdenes reales que requieren un tratamiento especial (como la dislexia, por ejemplo).

Miro alrededor, y me pregunto qué podríamos hacer al respecto.  Y pienso acerca de la relación que existe (al menos localmente) entre las calificaciones y la certificación de una institución educativa.  Y pienso también en la autonomía creciente que tienen no sólo las instituciones de educación superior sino las de educación básica y media para plantear procesos de evaluación (al menos en Colombia), y me pregunto cómo podemos avanzar hacia una forma diferente de concebir la evalaución, que promueva más la autonomía y la auto-regulación.  Pienso en iniciativas como la de Olga Agudelo, de la que hablaba en mi presentación para K12Online el año pasado y me digo que tal vez, al final, se trata precisamente de "entregar las llaves", y de construir autonomía a tal punto que un estudiante sea capaz de expresar sin temor alguno si sabe o no lo que se supone que debe saber.  Por supuesto, cómo abordar esto cambia según el nivel educativo.  No existe una solución única.  Para el caso de la educación básica, por ejemplo, esto sería algo que sólo podría abordarse con la participación activa de los padres de familia.  Para el caso de la educación superior, tal vez dependerá del área específica de conocimiento.

Pero en general, me temo que depende de que quienes intervenimos en el sistema pensemos sobre los orígenes y consecuencias de las herramientas/tecnologías que usamos en nuestra práctica, y nos arriesguemos a cuestionar los porcentajes, números, letras y métodos que hemos usado toda nuestra vida y que se han convertido en parte del "paisaje".

Obviamente, quedan mil dudas abiertas, pero tan sólo iniciar una discusión sobre los orígenes e intenciones originales de lo que hacemos, digo yo, tendría que alterar de alguna manera nuestra perspectiva.

Si está interesado en saber más sobre Technopoly, hay una entrevista en C-SPAN a Neil Postman (de 1992), así como una transcripción de la misma.  Por otro lado, hace poco más de un año escribí sobre otro texto de Postman, igualmente interesante: 5 cosas que necesitamos saber sobre el cambio tecnológico.

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Sobre educación, poder, libre albedrío y más enredos…

Varias cosas me han puesto a pensar un montón en los últimos días:

He estado viviendo la experiencia de facilitar un par de cursos en las últimas semanas (ELRN09 y GRYC09). Ha sido una experiencia muy interesante, pues en realidad son los primeros cursos que ofrezco en mucho tiempo (mi última actuación 'oficial' como profesor fue en 2005, cuando llegué al MEN y aún no tenía un blog), y además tienen como fuerte antecedente la experiencia de los EduCamp, que de alguna manera me han llevado a pensar de una manera distinta acerca de muchos temas. Los EduCamp, de algún modo, me han enseñado la importancia de asumir riesgos cuando de aprendizaje se trata.

Por eso, al pensar en cómo hacer estos cursos, decidí pensar en cosas que favorecieran el desarrollo de la autonomía y de la reflexión personal. Tal vez por eso decidí omitir en principio la existencia de foros de discusión centralizados, pues tengo la impresión que, con alguna frecuencia, han terminado por convertirse en espacios que reflejan muchas de las dinámicas (nocivas, a mi juicio) del salón de clase.

¿A qué me refiero? En un foro de discusión es posible "ocultarse" detrás de la opinión de otros. Es posible monopolizar el diálogo. Aunque existen mecanismos (curiosamente, desde la evaluación, en mi experiencia con cursos basados en foros) para fomentar un diálogo pragmático (aquel que no es social ni argumentativo), mi impresión es que sigue siendo muy factible "sentarse en la parte de atrás del salón", y no decir nada de nada.

Por otro lado, desde mi experiencia con cursos virtuales basados en foros, al final del proceso es difícil ver si los procesos de reflexión que se ponen en marcha tienen algún tipo de continuidad en los participantes. De hecho, aquí viene a mi mente una pregunta que usaba Frances Bell en su presentación de ayer en CCK09 (no la he visto aún): ¿Qué permanece cuando el profesor desaparece?

El sentido de esta pregunta tiene que ver con algo que hace parte de nuestro discurso con mucha frecuencia: Que más allá del contenido, lo importante son las herramientas para aprender a aprender, que es necesario "formar personas autónomas", etc. ¿Hasta qué punto logramos tal cosa cuando lo que usamos son espacios que siguen replicando los entornos simulados que usualmente caracterizan nuestras aulas?

Lo anterior no quiere decir que los foros "no sirvan". Simplemente, que sirven a propósitos bien específicos. En mi experiencia, un foro puede ser un excelente lugar para desarrollar una reflexión colectiva, y para construir comprensiones (y conocimiento) a partir de posiciones bien sustentadas. Sin embargo, puedo ver ahora que, en mi experiencia, la continuidad de estos procesos reflexivos que se pueden llevar a cabo en los foros no es evidente. Pero, para ser justos, tal continuidad nunca ha sido una inquietud para la mayor parte de nuestros escenarios educativos.

Ahora, ¿qué ocurre cuando pienso en usar blogs? (Y esta es una reflexión posterior a la decisión inicial que tomé, por cierto) Cuando se trata de un blog personal, cada participante se ve enfrentado a la necesidad de escribir sus propias ideas, con su propio estilo. Uno podría decir que lo mismo es posible en un foro, pero mi impresión es que con el blog ocurre algo interesante: En la medida en que es un espacio personal, los "líderes de opinión" no son visibles inicialmente, y esto parece un problema para muchos de nosotros. Me refiero a que no hay nadie con quien uno pueda estar "de acuerdo" en principio.

Y me pregunto si esto es lo que está detrás del profundo temor que observo en muchas personas frente a la escritura pública. Me pregunto si estamos tan acostumbrados a estar de acuerdo con las opiniones de otros, que empezamos a percibir como un riesgo el tener opiniones propias.

Mi impresión es que el sistema educativo no ayuda mucho con esto, obviamente. Al menos en mi experiencia como estudiante, siempre fuimos entrenados para dar una respuesta correcta a las preguntas que nos hacían. No contar con la respuesta correcta en el momento en el que era requerida, era un claro motivo de malestar, no sólo con el profesor (quien hacía evidente cuán poco habíamos 'estudiado') sino con nuestros compañeros (quienes podían expresar desde burla hasta felicidad por no haber sido puestos en evidencia).

Y eso, en este enredo, me lleva a esa fuerte sensación/malestar relacionada con el poder y la coerción en nuestros entornos educativos. Ahora, me niego a hablar de "el poder y la coerción en la virtualidad", porque si bien pueden expresarse en formas bien particulares, me temo que limitarlos a los entornos en línea es desconocer que han operado (operan?) de manera descontrolada en nuestros espacios presenciales.

Inicialmente, mi percepción del poder estaba más relacionada con el asunto de la evaluación y la calificación, responsabilidades que usualmente están en manos del profesor. Es mediante la "nota" que logramos que muchos de nuestros estudiantes hagan lo que queremos que hagan, lo cual es bien triste en términos del valor intrínseco del aprendizaje. Entonces, el poder se ejerce en la medida en que ponemos obstáculos por superar, y evaluamos y calificamos el desempeño de quienes tienen que superarlos.

Pero poco a poco he podido ver otras formas de poder más sutiles, casi invisibles, en las que no había pensado antes. Por ejemplo, ¿por qué usar una tecnología y no otra? ¿Por qué blogs y no foros? Si el objetivo es aprender, ¿por qué debería usar la tecnología que el profesor/facilitador escoge?

Esto aplica claramente en ELRN09 y GRYC09. En principio, lo que he intentado hacer en los dos cursos es generar una alta flexibilidad (me cuesta trabajo usar la palabra 'libertad') en la selección/consulta de recursos, y en la exploración personal. Pero esto se hace mediante el uso de una tecnología específica. Para mi caso, los blogs.

Antes de continuar, creo que es justo decir que esta reflexión es más difícil de lo que yo esperaba, pues estoy hablando de cosas que involucran a 'mis estudiantes' mientras estamos todavía en el curso. Encuentro una profunda dificultad en asumir el rol de aprendiz que reflexiona sobre el proceso desde otra perspectiva, pero no logro ver muy bien a qué se debe. ¿Por qué no logro salirme del rol de profesor del todo? Reflexionar, para mi, significa empezar a hacer evidente aquellas cosas que no se. ¿Será que dejar en evidencia las dudas que tengo sobre el curso es poneren riesgo mi rol de 'profesor'? ¿Será un deseo de no 'señalar' en público a nadie? Lo que empiezo a percibir es que mantener la neutralidad puede no ser tan fácil, y el asunto es que eso nos lleva de regreso al problema del poder y la coerción. ¿Será que este tipo de 'apertura' es más nociva que benéfica? ¿Cuáles son los riesgos que conlleva el decir en público "tengo dudas sobre tal aspecto de mi curso"? ¿Hasta qué punto el contexto posibilita/impide esto?

A este momento, es posible ver diferencias claras entre los dos cursos. En ELRN09 no hubo en realidad una discusión acerca de la herramienta. No obstante, las dificultades y retos asociados al uso de "la forma más fácil de publicar contenido en la red" (como algunos llaman o llamaron en su momento a los blogs), han aparecido una y otra vez a lo largo del curso. Pero ha sido un proceso de descubrimiento para la mayoría, aunque probablemente habrá casos en los cuales la resistencia obstaculizó el proceso, que no son visibles para mi.

En GRYC09 el proceso ha sido bien diferente. La resistencia a escribir es mucho mayor. Ahora, obviamente, no es suficiente decir que "la resistencia es mayor", sino que vale la pena preguntarse por qué. Algunos factores que vienen a mi mente, que pueden o no tener sentido:

  • En ELRN09, la distancia profesor-estudiante era mayor, así que el uso de la herramienta no fue cuestionado, a pesar de las dificultades que hubiese generado (Un entorno del estilo "hay que hacer lo que le digo").
  • Hay un apego mayor en GRYC09 a ciertas herramientas (varios pidieron foros de discusión), que permiten un centralización mayor de la información.
  • Hay más confianza en los participantes de ELRN09 sobre su capacidad de escritura/expresión (lo cual es curioso pues el promedio de edad parece mayor en ELRN09 que en GRYC09).
  • Y muchos otros que no consigo ver.

Así que aquí se ha generado una especie de negociación sobre el uso de las herramientas. Curiosamente, en la sesión de GRYC09 aparecieron algunas ideas que me hicieron pensar bastante. Por un lado, la percepción del blog como un espacio "formal", y la percepción del foro como un espacio más "informal". Ante la pregunta ¿por qué es el blog un espacio formal?, una respuesta fue "porque en él estamos escribiendo para el profesor".

Este fue, para mi, uno de esos momentos en el que las ideas subyacentes (sobre las que poco hablamos) asomaron la cabeza, así que intenté explorar un poco más el asunto. Cuando leo las descripciones de actividades y cuando recuerdo las cosas que he dicho en sesiones sincrónicas veo, al menos desde mi perspectiva, un intento claro por entregarle autonomía a cada persona, por abrir el espacio para una exploración y un aprendizaje muy personal.

Pero si el blog se percibe como el espacio en el que "escribo para el profesor", eso quiere decir que el mensaje no se ha comprendido en absoluto, o que lo que está en juego es la forma en la cual nos reconocemos a nosotros mismos en un proceso educativo, y sobre la cual rara vez hablamos.

Para mi caso personal, el objetivo principal de mi blog no es escribir para otros, sino poner en claro mis ideas. No hay un "profesor" que lea, o unos "expertos" que evalúen. Son mis ideas y dudas, y si alguien las encuentra valiosas, perfecto, pero eso va más allá de mi propósito inicial. En la medida en que escribo para mi, los comentarios/visitas no deberían ser tan importantes (aunque es justo decir que en ocasiones he sido víctima de la molestia por la ausencia de comentarios, sin duda).

El asunto es que yo inicié mi blog como un experimento personal, por fuera de un proceso educativo, y eso hace que la "impronta" de uso sea diferente a la de muchos de los participantes en mis cursos. En algunos casos, este ha sido su primer encuentro con un blog. En otros, me temo que el primer encuentro pudo ser "cómo puede ser que no tengas un blog", desde una perspectiva más de la 'moda'. Así que parte de lo que entra en juego son esas ideas iniciales sobre qué es un blog y para qué sirve.

Por eso puede ser comprensible aquello de que en el blog "escribimos para el profesor". Porque se percibe como un capricho de quien tiene el poder, y no como una herramienta para la reflexión personal (que es como yo lo veo). En todo caso, lo interesante es que en ningún momento se ha dicho de manera explícita que el tono de la escritura del blog debe ser uno u otro, o que sólo se admiten escritos de tantas palabras. De hecho, es bien curioso que nadie se haya arriesgado (hasta el momento) a hacer un video blog con sus reflexiones, ¡Aunque sea completamente válido! Así, ¿será que la sensación de 'formalidad' es inherente a la herramienta, o tiene que ver con nuestras propias percepciones sobre lo que es "tomar un curso"?

Así que allí surge otra pregunta: ¿Por qué el uso de los blogs en estos cursos correspondió a un medio de expresión escrita, básicamente? ¿Hasta qué punto mis propias prácticas (yo no soy un usuario fuerte del video) terminan por afectar las prácticas de los otros? De fondo, ¿por qué resulta tan complicado encontrar un estilo propio?

Así que aquí hay un montón de cosas acerca del poder, que al final me hacen preguntarme hasta qué punto somos 'libres' en un sistema educativo formal. ¿Será que el ejercicio de nuestro libre albedrío se reduce a elegir las materias que tomamos? ¿Hasta qué punto es evidente la profunda confianza (a menudo sin fundamento) que pone un estudiante en las cosas que su profesor le propone? ¿Hasta qué punto somos conscientes de esta tensión, en nuestro rol de diseñadores/profesores? ¿Hasta qué puntos somos conscientes de ellas cuando actuamos como estudiantes?

Pero el asunto del poder no termina aquí. En GRYC09 ha asomado la cabeza, a modo de comentario gracioso, el problema de la presión grupal. En lo personal, me atrevo a decir que la presión grupal fue (y en ocasiones sigue siendo) un factor crítico para mantener un bajo perfil en cualquier escenario. Lo que me resulta inesperado es que aparezca también en un entorno en línea.

De nuevo, es fácil decir "es la presión grupal", y vale la pena ir más allá y preguntarse qué es lo que hay detrás. En mi experiencia como estudiante, siempre fue una razón de tensión destacarse en un salón de clase. Es tensionante porque, en principio, uno no quiere ser el blanco de las críticas de otros. Por supuesto, tal tensión es más o menos relevante según el momento de la vida que uno está viviendo, pero me pregunto si uno llega en realidad a superarla, en especial cuando uno se encuentra de nuevo en un entorno de educación formal. Y, ojo, esto no es generalizable. Como he indicado, parte de mi propia experiencia.

En esa experiencia, una consecuencia de destacar podía ser no conseguir "ser parte del colectivo", o ser señalado por los pares con adjetivos usualmente peyorativos (¿'nerd' o 'ñoño' viene a la cabeza de alguien?). Mi sensación es que esta situación se reduce enormemente durante la universidad (al menos en mi experiencia) pero me pregunto si, a ese momento, el daño ya está hecho.

Lo digo puntualmente por algo que escuché durante la sesión de GRYC09, que sugería que escribir de manera activa en el blog personal era equivalente a "ser el sapo en el curso" (esta es una expresión colombiana que hace referencia a personas que intentan agradar a otras personas en posiciones de autoridad, pasando a veces por encima de otras personas). En la primera sesión que tuvimos, algo similar ocurrió: Ante mi insistencia de que tal sesión no era una "clase", alguien dijo algo como "uy, la regañaron en público". Mi impresión es que este tipo de cosas se encargan de 'controlar' a todo un grupo, así que al final todo el mundo trata de mantener un bajo perfil (sentándose en la parte de atrás de la sala o expresando acuerdo con quienes se atreven a expresar su opinión en un foro).

Algo inquietante es que he podido percibir esta misma dinámica en algunos espacios laborales lo cual, sobra decir, es absolutamente nocivo para una organización. Y no puedo evitar preguntarme hasta qué punto depende de las relaciones preexistentes.

Para el caso de GRYC09, la mayoría de quienes están tomando el curso son parte de un mismo espacio laboral, así que hay dinámicas que deben jugar un papel muy fuerte al enfrentarse a la escritura de un blog. De fondo, la exigencia allí es jugar un rol que puede ser completamente diferente al que se juega en la presencialidad, y tal vez por ello resulta tan amenazante la escritura. Porque representa una manera completamente nueva de relacionarse con los otros. Que, peor aún, no está bajo nuestro control.

¿Por qué me llama la atención esto? Porque siento que es un síntoma claro de una presión social que persiste en muchos de nuestros espacios educativos, y que en algunos casos se convierte en el matoneo (bullying) del cual tanto estamos empezando a escuchar.

Me quedo pensando en qué era lo que había detrás de ese tipo de comentarios, en mi época de estudiante. En ocasiones, sin duda era un mecanismo de defensa y de afirmación de la identidad, pero pienso que en otros casos había un intento desesperado de protegerse ante lo que para un profesor podía ser el "comportamiento deseado".

Así, si yo no escribo (por la razón que sea), este tipo de comentarios pueden servir como mecanismo de 'control' para que otros tampoco lo hagan y al final yo no quede 'mal'. El problema es que no se llegan a evidenciar las dificultades internas que el aprendiz pueda tener, sino que son transferidas a todo un grupo, dificultando el proceso de aprendizaje de todos mediante una presión para no "sobresalir".

Tal vez esto suene, incluso, un poco paranoico, pero me temo que es cierto para muchos casos, y me temo que no solemos abordarlo en nuestros espacios de aprendizaje. El asunto es verdaderamente inquietante para mi, pues hace muy palpables ciertas situaciones que, necesariamente, interfieren con el proceso de aprendizaje.

Así que me pregunto si, detrás de la habitual excusa del tiempo (o falta de él) se encuentran otras razones más de fondo, más "metidas" en nuestro inconsciente después de muchos años en el sistema... Y me pregunto hasta qué punto estos factores son propios de nuestra cultura, y de qué manera inciden cuando tratamos de poner en marcha no sólo cursos, sino comunidades en línea.

No he tocado aquí aún el asunto de la evaluación, en donde siento que se hacen visibles muchos de los imaginarios más profundos acerca de lo que significa ser "profesor" y "estudiante". En donde, lamentablemente, la necesidad de "pasar el curso" (no de aprender), nos lleva en ocasiones a pasar por encima de nuestra propia responsabilidad personal, solamente para salir el paso. Siento que ese es un asunto tan o más complicado que el que estoy planteando aquí.

Y el problema es que resulta difícil reflexionar en público porque, como dije antes, no me estoy refiriendo a problemas hipotéticos o a un "querer ser" de nuestros ambientes de aprendizaje, sino a situaciones concretas que he podido observar en las últimas semanas. En esa medida, me inquieta el tipo de conversación que puede generarse alrededor de este post (de la cual tal vez no llegue a enterarme), pero me inquieta aún más no empezar a confrontarla, y seguir jugando a que "todo funciona muy bien" en nuestros espacios educativos.

Creo importante señalar que he intentado referirme a las situaciones, no a las personas. Es muy importante que podamos diferenciar eso, para empezar a identificar nuestras propias dificultades, y resolverlas de manera efectiva...

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